RUtah 17


RUtah 17 no es una guía de viajes que pueda servir para los que preparen un futuro viaje. Para ello hay una gran cantidad de información en la red. Es la crónica de mis retos, mis vivencias, mis sentimientos y mis reflexiones durante un viaje de cuatro semanas por EE.UU. en el otoño de 2017, con un recorrido de 6.500 kilómetros en coche todo terreno, y 600 kilómetros a pie, por campo y monte. Todo está escrito bajo el prisma de una persona de 59 años, que vuelve a los EE.UU. después de ocho años, habiendo pasado temporadas desde el año 1991, en Arizona principalmente. Lo escrito en negrita está como viene en el buscador en inglés de Google Maps. En cursiva están indicados todos los nombres y citas históricas, geológicas, literarias, musicales, botánicas y demás. He intentado ser riguroso, aunque estoy seguro que habrá errores. Espero que nadie se sienta ofendido por ello, porque nadie es perfecto. Ricardo.


30 de Septiembre, sábado.

 

He madrugado y he salido muy temprano hacia el aeropuerto de Barajas, a la terminal 4. Hace ocho años que no viajo a EE.UU., y nunca antes había salido desde ese terminal. Las colas en American Airlines, eran espantosas, cuando por fin me tocó hacer todo lo de la facturación del equipaje y la tarjeta de embarque en los puntos automáticos, resultó que no funcionaban bien los sistemas de auto-cheking, y he tenido que esperar otra fila para poder hacer los trámites. La señorita que me atendió, muy simpática, por cierto, también me hizo las preguntas del protocolo de seguridad, y me acordé de Camelia, y de la época en que los agentes de seguridad te hacían esas preguntas antes de entrar en la fila de facturación. Una vez hecho los trámites, me despedí de Teresa y Elisa, y pasé la seguridad. He cogido el tren subterráneo hacia la puerta de embarque. Lo del tren era nuevo para mí, y durante el trayecto me acordé de la primera vez que con quince años volé solo a Canarias, cuando los acompañantes podían subir a la sala que había encima de la única cafetería del aeropuerto, y la despedida era más cálida, con ese agitar de manos y de pañuelos, desde la escalera del avión hacia la terraza del edificio, y viceversa. Eso se hacía tras haber hecho el trayecto hasta el avión en esos raros autobuses de plataforma baja que se usaban por entonces en todos los aeropuertos antes de que las terminales tuvieran mangas.

Ya en el aparato, me han ofrecido un aperitivo, y he pedido vino tinto. Pensaba que me iban a dar un botellín, y que me iban a cobrar 8$, tal como venía en la carta de bebidas. Pero no ha sido así. Me han servido un vaso lleno, de una botella gigante de plástico (mejor de lo que pensaba), y no me lo han cobrado. Luego, durante la comida, pollo “a la no sé qué” con verduras y puré de patata, me he tomado otros dos vasos. La comida es cada vez más pequeña y plana, menos mal que nos queda la pimienta para quitarle el sabor del envase. Después de comer, me he acercado a mi parte favorita de los aviones, la cola, que es donde suelen estar las azafatas y todas las bebidas, y me he pedido un café con ron añejo. Como no tenían ron añejo, me he tomado una miniatura de Curvoisier. También ha sido gratis. Parecía la época en la que todo era gratis, incluso el champán, durante los vuelos. El café es peor si cabe, pero la plástica sonrisa de l@s auxiliares de vuelo, es más amplia, si cabe. Me ha sorprendido, la cantidad de turistas americanos que regresaban a EEUU., con aspecto de jubilados de vacaciones, y la proporción de acentos cubanos y venezolanos que se oían en la cabina. De los españoles que vamos pocos tenemos pinta de turistas. Mi compañero de asiento era español, asturiano por más señas, y ni siquiera ha saludado. Solamente ha hablado un poco con los dos pasajeros de delante, y por eso me he enterado, que eran asturianos, y además ingenieros electrónicos de la  Universidad de Oviedo, que iban a un congreso en Siracusa, que está en el estado de Nueva York. De improviso, el vecino me pide salir para recoger algo del portaequipajes de encima: otros auriculares, ya que los que había conectado, en no sé qué movimiento, se habían roto al partirse el conector. El problema era que se había quedado una parte del minijack en el posa brazos del asiento, y tuvo que estar un tiempo hasta que sacó los auriculares nuevos y la herramienta apropiada (unas mini pinzas), para extraer la punta rota del minijack. Grandioso espectáculo de ingeniería electromecánica.

Yo seguí a lo mío. Había comenzado a leer la cuarta entrega de Millenium, “Lo que no te mata te hace más fuerte” de David Lagercrantz y Stieg Larsson, y me estaba empezando a enganchar con las nuevas actuaciones de Lisbeth Salander, ante los problemas en que se ve envuelto Mikael Blomkvist. Así que el vuelo no se me ha hecho demasiado largo.

El aeropuerto de Charlotte, Carolina del Norte, es pequeño, y un poco anticuado, a pesar de tener 5 terminales. El trámite de aduanas creo que ha sido el más corto desde los atentados del 11S, y la espera en inmigración prácticamente nula. He ido al mostrador de facturación de conexiones a dejar la maleta y como me esperaban tres horas de espera para el vuelo a Las Vegas, me he dedicado a dar una vuelta por las tiendas y restaurantes del aeropuerto, ya que no tenía tanto tiempo como para salir, coger un autobús, hacia la ciudad, cenar y volver a tiempo. Me hubiese gustado mucho ver una ciudad de un estado sureño.

La mayoría de los trabajadores de los establecimientos del aeropuerto son afroamericanos, excepto los encargados blancos. En el aeropuerto de Charlotte hay 6 cafés de los más caros del mundo. Es una plaga o una epidemia de no sé qué, pero cada vez hay más. Al final he entrado y cenado, en un restaurante estándar de aires y comidas de la zona. He tomado cerdo a la barbacoa, demasiado dulzón para mi gusto, con guarnición de ensalada de patata y remolacha, acompañados por una pinta de cerveza tipo ámbar, que estaba muy rica por cierto. Después de cenar he seguido paseando, he entrado a una de las tiendas de recuerdos, y le he comprado a Elisa una sudadera de algodón sureño (eso espero), de un bonito color salmón anaranjado, con el logotipo de la Universidad de Carolina del Norte.

El vuelo a Las Vegas se me hecho largo como día sin cerveza, ya que en el avión no daban nada más que refrescos y café. Al bajarme del avión he tenido que dar un gran paseo por un aeropuerto lleno de obras y tragaperras, hasta que he llegado al tren subterráneo que me ha conducido a la sala de cintas de recogida de maletas. Una vez recogida la maleta, he salido al exterior, donde he cogido un autobús que me ha llevado desde el aeropuerto, hasta la Central de Reservas de Alquiler de Coches, un edificio que está a ocho kilómetros al sur del aeropuerto. Tras las discusiones del coche, del seguro, de las firmas, he salido desde el aparcamiento de la central de reservas hacia el hotel. Eran las diez de la noche, aunque para mi eran las seis de la mañana. Cuando subía por Las Vegas Boulevard, todo me parecía un maremágnum de luces, músicas y coches. Por fin Flamingo Road. Y a unos tres minutos de girar a la derecha, llegué al Fortune Hotel. Tras hacer el registro, que fue interminable, he tenido que dejar 100$ como garantía, que me devolverán a la mañana siguiente, cuando abandone la habitación. El hotel es una reliquia de los años 70, ajado, con la moqueta de los pasillos llena de manchas de todos los tonos, y olor a desinfectante o ambientador de aroma de limón. La habitación es grande, con cama enorme y tresillo, vestidor con espejo y baño de fibra de vidrio. La televisión estaba empotrada dentro del antiguo armario, al que le habían quitado las puertas escamoteables, para que entrase la gran pantalla de plasma. Hay un aparato de aire acondicionado tan grande como ruidoso, que he apagado para abrir la ventana y dejar que el aire de la calle entrase a través de la mosquitera. He sacado de la maleta la bolsa de aseo y algo de ropa para dormir, he escrito un poco y a la cama.


LAS VEGAS BOULEVARD, LAS VEGAS, NEVADA, EE. UU.



1 de Octubre, domingo.

 

No he pegado ojo en casi toda la noche y al final me he levantado a las 5 para organizar bien la maleta, y preparar todas las cosas que van a quedarse todo el viaje en el maletero junto a la mochila: sombrero, bastón, ropa de abrigo, dos pares de botas, protector labial y solar, y calcetines gordos y de repuesto.

He bajado a desayunar y como hasta las siete no abrían el comedor, he llevado todo el equipaje al coche y he dejado la habitación. Han tardado 15 minutos en verificar que todo estaba bien, y devolverme mis 100 dólares de depósito.

Cuando por fin me han dejado entrar al saloncito que hace de comedor, me he enfrentado a la peor perspectiva alimentaria de desayuno de mi vida, en un hotel. El hotel anuncia que el desayuno es continental y vegetariano. La realidad es que solo hay pan para tostadas con mantequilla y mermelada, arroz blanco con un tarro de salsa de soja, una pócima de color naranja, y las infusiones habituales. Del café ni hablo. Como el día iba a ser duro y estaba hambriento, he tomado arroz y tostadas con mantequilla y mermelada, con un poco de café y algo de leche.

He salido del hotel y me he dirigido hacia el Red Rock Canyon S.P.. Pero antes de salir de Las Vegas, me he detenido en un supermercado, donde he comprado una caja de botellas de agua, un paquete de pan de molde, lonchas de queso envasadas, embutido lonchado, y mi mejor futura compañera de viaje: una nevera de poli estireno, de 3 dólares de coste.

Cuando he llegado al Parque Estatal, he pagado la entrada y accedido por Scenic Loop Drive. En verdad allí es casi todo de un color rojo oscuro, de ahí el nombre del Parque, pero sobre todo en las partes altas de las moles montañosas de arenisca. En las partes bajas, y en la base de las montañas, el color era blanco y/o crema claro. He aparcado el coche, y me he puesto a andar frente al Calico I, que es una parte de una formación rocosa. He empezado a descubrir un paisaje de impresionantes formaciones cilíndricas verticales formadas por bandas de arenisca de distintos tonos.

He vuelto al coche y siguiendo la carretera, he llegado al Calico II, que es una parte parecida a la anterior, pero en un nivel más bajo, y por lo tanto de tonos más claros. Luego me he dirigido hacia el aparcamiento más próximo de Sandstone Quarry (cantera de cuarcita), para acceder a la subida de Calico Tanks, que es la parte posterior de los Calico.

Por el camino que atraviesa la antigua cantera, quedan todavía zonas de corte y algunos bloques de cuando estaba activa. De esta cantera, se extrajo la mayoría de la piedra, de color crema y roja, utilizada en la construcción de edificios de Los Ángeles y San Francisco entre 1905 y 1912. La piedra era muy buena por sus propiedades físicas, pero el transporte, primero en tractores hasta Las Vegas y luego en tren, eran muy costosos, por lo que cesó la actividad. 

La subida hacia Calico Tanks es espectacular de bella y de dura. Empieza como una senda de arena entre grandes piedras sueltas, caídas desde arriba, y vegetación de rastreras y pinos. Acaba con la senda encajonada y no queda más remedio que ir zigzagueando entre piedra y roca, sorteando obstáculos hasta llegar al Calico Tanks, que es una pequeña laguna encajada en una especie de vaguada. Las formas, propias de una confitería, y los colores alternados de las rocas, dan una sensación de paisaje irreal, pintado, pero ante todo impresionante, con sus pinceladas de distintos tonos de verde y marrón de la vegetación. Desde la laguna, he seguido subiendo hasta que llegar a una parte abrupta, que acaba en un corte y mirador, desde el que se ve a lo lejos los edificios más altos y destacados de Las Vegas. He bajado extenuado hasta el coche, donde me he hecho un bocadillo y me lo he comido con gran apetito ya que llevaba muchas horas sin comer. A continuación, montado en el coche, he seguido recorriendo la carretera escénica, hasta el final, aunque ya no me he parado nada más que para hacer alguna foto, porque se me ha hecho un poco tarde en este lugar, al que he ido solo por curiosidad, pero que no me esperaba que fuese tan bonito, y del que se habla tan poco en las rutas de viaje.

He tardado mucho en rodear Las Vegas, aunque la distancia en línea recta, no es mucha, de tal manera que cuando he llegado al Valley of Fire State Park, eran las dos y media de la tarde, y solo tenía tiempo hasta la puesta de sol, que es cuando cierra el Parque. Tenía que intentar ver lo máximo posible en este tiempo, así que primeramente me he hecho la carretera escénica circular. Me he vuelto loco con las espléndidas formaciones de arenisca de distinto tono rojo que Red Canyon. Las formas erosivas son distintas; forman parte de un espectáculo que es imposible de describir. He hecho muchas fotos de esas masas de piedra. En unas se amontonan los agujeros, en otras se convierten en pequeños arcos y en otras parecen unos montones de formas hechas con arena del mar, como los churretes que hacen los niños pequeños en la playa. Estaba como enloquecido, me dolía la cabeza por el viaje, y hacía un calor sofocante todavía y debía elegir que hacer. Me he ido a la parte norte, a hacer la ruta circular de White Domes. Cuando he llegado al inicio de la ruta, bajo esas imponentes moles blancas, y he visto la bajada, he estado a punto de darme la vuelta, pero como en la sombra, entre los dos colosos de arenisca blanca, no hacía tanto calor, he comenzado la accidentada bajada, hasta llegar al lugar donde se rodó The Professionals con Burt Lancaster, Lee Marvin y Claudia Cardinale en 1966, época dorada del western. Todavía quedan los restos de una construcción de madera. Una cosa que me ha llamado la atención, cuando he hecho la bajada, es que debajo de los domos blancos, el suelo era de arena naranja, en vez de blanco, contrastando con las paredes.

He vuelto al aparcamiento, girando a favor del sentido de las agujas del reloj. En mi camino he pasado a través de un cañón de ranura (el primero que veía en mi vida), que es un cañón, donde la parte de arriba es igual o más estrecha que la parte de abajo.

Al salir del cañón he llegado a un paisaje increíble, no diría que lunar, porque seguro que la luna no es tan bonita (no menos atractiva). Aquí se rodaron la totalidad de las escenas de Marte en Total Recall de 1990, con Arnold Schwarzenegger. Formaciones de una suavidad increíbles, algún pequeño arco, todo de una sutileza encantadora, en un mar de algodón de piedra. Me he alegrado mucho de no haberme dejado vencer por el desánimo, y de hacer el paseo. A continuación me he acercado hasta el aparcamiento mas próximo a Rainbow Vista y he comenzado a hacer el sendero. Me he asomado un poco a la impresionante vista del valle, y me ha dado tiempo, a duras penas, a volver hacia el aparcamiento, ya que estaba anocheciendo. No he hecho muchas fotos, pero el paseo ha sido encantador para todos los sentidos. Desde el coche, cuando iba yendo hacia la salida del Parque, he visto una manada de cabras monteses bajando por las rocas y he podido hacerles alguna foto, a pesar de la poca luz. Al salir por la salida Este del Parque, he intentado ir a ver Elephant Rock, pero era de noche, y no se veía nada. Me he quedado con ganas de ver más de Valley of Fire, pero creo que el haber dedicado medio día al Red Rock Canyon (programado poco antes de comenzar el viaje, y sin posibilidad de cambios de fechas), ha merecido la pena a pesar de las prisas y el cansancio que llevaba. 

He vuelto hacia la Interestatal 15 y me sentía muy cansado. El calor, la luz (a pesar de mis gafas polarizadas), el cansancio y el desfase horario, me habían agotado. En la autopista hay obras y solo un carril, con lo que el trayecto ha sido más lento. Por fin he llegado a St. George, y al Coronada Inn Suites, un motel de carretera, con grandes habitaciones tipo apartamento con cocina americana (lógicamente), salón-comedor y cama dos por dos. Antiguo pero remozado y limpio. La recepción era de película de los sesenta, pero me sentí a gusto. Tiene piscina cubierta, pero entre el olor a cloro que despide, y la agenda tan apretada que llevo, creo que no la voy a usar. Como iba a estar tres noches, me he ido a comprar al supermercado, que cerraba a las diez. He comprado cerveza (la única bebida alcohólica que había), una botellita de aceite de oliva virgen, un tarrito de hierbas y especias y algo para cenar. Me he tomado un par de cervezas, una ensalada hecha a mi gusto en el bufe de ensaladas y con queso y dulce de postre. Me estoy durmiendo mientras escribo esto. Hasta mañana.


2 de Octubre, lunes.

 

Me he levantado a las seis para desayunar a las siete y salir corriendo. Un personaje que parecía salido de los campos de maíz de una película de miedo estaba preparando los artículos del desayuno, en un cuarto anexo a la recepción. Alto, rubio de pelo largo y gorra  tan sucia como el pelo, barba de cinco días, oliendo a sudor fermentado. Camiseta y pantalones añorando su última visita a la lavadora y mudo (no contestó a ningún saludo). He desayunado dos rebanadas de pan tostado con mantequilla y mermelada con un vaso de Tang (así lo ponía en el dispensador) y un café con leche.

A las siete y poco he salido hacia el Snow Canyon State Park. He entrado por la puerta sur, tras pagar la entrada correspondiente y he llegado al aparcamiento de Jenny’s Canyon que estaba precioso con las últimas luces del alba. Le pusieron ese nombre en 1.976, en homenaje a una chica de diecisiete años que murió de cáncer y de niña siempre se escondía en ese lugar. Cuando he entrado al cañón me ha sorprendido el nivel de saturación del brillante color rojo de la parte interna. Supongo que es debido a que como el sol no entra, no hay blanqueo de la arenisca por la falta de radiación. Tras recorrer el corto fondo del cañón, y hacer unas fotos, he vuelto a coger el coche para dirigirme al final de la carretera escénica, y hacer la senda del White Rocks Amphitheatre. El sol ya estaba subiendo y he empezado a ver un paisaje inquietante y precioso.

He aparcado en el acceso de la senda, que me ha parecido muy campera. Las piedras que delimitan el sendero de arena son trozos de lava, entre ellos de piedra pómez (un hito de mi infancia). Cuando me acercaba a un montículo blanco (con forma de masa de pan sin cocer, y seca), parecía que se acababa la senda. Sin embargo, subiendo por el montículo un metro a la izquierda, se abre un acceso entre la roca de suavidad cuasi algodonada de la izquierda (el sur en este caso), y el norte, con dos formaciones espectaculares de color blanco. En la especie de vaguada que queda en el centro de la depresión, habían hecho, en el pasado, un murete que hace que se embalse el agua. Antiguamente, era un cercado natural con una única salida, en el que pastaban las vacas, ovejas y caballos de los antiguos habitantes de lo que hoy es el parque.

Parece que las suaves formaciones de arenisca blanca son las butacas de la platea del anfiteatro de enfrente, donde el escenario tiene dibujada una escenografía de montes blancos en un fondo de azul intenso. Me he sentado un rato, y no por estar cansado, si no por disfrutar el espectáculo que tenía enfrente, y la sensación de paz y silencio que me rodeaba.

He vuelto al aparcamiento, y entrado de nuevo al parque, ya que el acceso al anfiteatro está fuera del perímetro del mismo. Pasé por el control Norte, que seguía vacío y con su cartel de auto pago, que consiste en hacerte la cuenta, y poner el dinero en un sobre con los datos del vehículo. Dicho sobre se introduce luego en una especie de hucha de hierro.

He estacionado el coche en el aparcamiento donde empieza la senda que va a Lava Flow y a West Canyon Overlook. El paseo se convierte en una sucesión de montones de lava negra entre la baja vegetación que sale de la roja arena del suelo. El sendero pasa por las inmediaciones de dos “tubes”, que son agujeros por donde salió la lava durante una erupción volcánica, hace 27.000 años, origen de esos montones. A estos tubos se puede entrar, pero hay que llevar equipo de espeleología, ya que los accesos, bajadas y recorridos son muy peligrosos. Según parece, hay tres tipos de murciélagos que viven allí, y uno de ellos es una especie endémica. El resultado es un contraste inusual, entre la arena naranja del suelo, la lava negra dispuesta como montones de plumas de cuervo y el verde amarillento de las platas. Desde la zona de la entrada al segundo “tube”, se ve una impresionante vista de la pared roja del oeste. He seguido caminando hacia  el West Canyon Overlook, que es un alto promontorio cuya base es una torta de arenisca roja, y según se sube se convierte en bloques de arenisca y en la cima, una roca casi cúbica de un metro de lado. Desde allí la vista es más  que impresionante en 360º, como no había visto nunca. Hice algunas fotos, y antes de bajar, llegaron dos jóvenes, que me hicieron una foto con mi móvil. Volviendo al aparcamiento, me he despistado haciendo fotos, me he salido de la senda, y no la encontraba de nuevo. Así que he ido sorteando montones de lava, campo a través en dirección donde estimaba que estaba el aparcamiento. Cuando por fin lo he divisado a lo lejos, he ido en una línea más recta y al acercarme he encontrado la senda. Menos mal que no me ha visto ningún Ranger, que si me ve, por lo menos me echa la bronca por tonto. 

Tras comerme el bocadillo, beber agua en cantidad y descansar un poco, me he dirigido hacia el Petrified Dunes Trail. El inicio del paseo por la senda ha sido más soso, pero al empezar a subir por las formaciones erosionadas en formas de dunas (no dunas petrificadas, como dicen en algún papel), me ha parecido muy especial, por la sutileza de los volúmenes y el paisaje que forman. Pero lo más especial, es que al volver, me he metido en un cauce seco precioso, buscando algo de frescor. Como hay algo de humedad en el subsuelo, aparecen unas pequeñas encinas de hojas y bellotas enanas, sicomoros y juníperos, todos ellos de pequeño porte, adaptados a un medio tan duro como es el desierto de piedra.

He vuelto con el coche hacia la puerta sur, y nada más pasarla, he aparcado en el acceso al Johnson Canyon Trail, que estaba abierto. Este cañón, y su acceso, se cierran todos los años, durante la época de cría de una especie de halcón, para que puedan sacar adelante a sus pollos sin la molestia que puede suponer el exceso del turismo. El paseo hacia y por el cañón, es muy entretenido y variado. Al fondo se ve una mole roja, parecida a una gran muralla, aunque al acercarte, cada vez se ven más masas de lava. Pero lo que me ha sorprendido también mucho, es la aglomeración de unas plantas de aspecto parecido al de las plantas bola de las películas del Lejano Oeste, pero de un precioso color turquesa. Si hubiese habido lluvia, y no esa sequía, el contraste hubiese sido brutal. Un poco antes de hacer un cambio de giro a la izquierda (norte), por el caminito que bordea la muralla roja de la izquierda, queda a la derecha un arroyo seco, con el cauce rojo y negro brillante de lava, y con mucha vegetación de más altura al fondo. Debe ser que corre algo de agua a la derecha de la otra muralla roja opuesta del cañón. Cuando he avanzado hacia el fondo del cañón, buscando el Arco de Johnson (que no he visto nada más que en foto), empiezo a oír agua que surge en el suelo de alguna parte. La humedad hace que hasta el fondo del cañón haya encinas enanas, chopos, sicomoros y juníperos. El fondo del cañón es una pared roja de gran altura que te hace sentir pequeño, como un alfeñique indefenso y desprotegido. Me ha gustado mucho y he disfrutado también en los paseos, a pesar de la sequedad y el calor. Es un Parque no muy visitado, pero me ha merecido la pena hacerlo.

Tras llegar al coche he vuelto al hotel en St. George, he tomado una cerveza, mientras descansaba un poco y me organizaba. Luego he ido a comer al peor buffet Chino Americano que haya visto nunca, ni en el que haya comido nunca, y además sin cerveza. Menos mal que por lo menos he cenado un poco de pasta caliente, pollo frito y al limón, costillas asadas y verdura casi cruda (pensándolo bien no ha sido tan poco, ya que estaba hambriento), que me viene muy bien para lo que me espera al día siguiente. Al terminar de cenar, me he acercado a un depósito de bebidas del estado de Utah (tiendas oficiales donde comprar cerveza, vino y bebidas alcohólicas), para comprarme una botella de ron y así poder tomarme unos chupitos después de cenar. Así que eso estoy haciendo mientras escribo, que el refresco ya me lo he tomado cenando. Mañana iré a ver una cascada.


3 de Octubre, martes.

 

Me he levantado muy temprano, para desayunar nada más abrir el espacio destinado para ello. Anoche, cuando me acosté, estuve dando vueltas al itinerario de hoy, y he decidido no ir a las Karanaville Falls. Creo que me consumiría mucho tiempo y como era una opción secundaria (aunque me haría ilusión) y son cinco horas en total, me he ido a Kolob, que es la zona norte del Zion National Park. Acababa de amanecer y hacía mucho frío cuando al cabo de media hora de trayecto ascendente he llegado a la entrada del Parque.

En el Centro de Visitantes he rcogido toda la documentación que me han dado, tras enseñar mi pase. He subido con el coche por la carretera escénica y cuanto más subía, más vegetación había. Al terminar de girar en una curva, aparecen unas moles rojas descomunales. Estas rocas gigantes tienen un tono más rosado que las de Red Rock Canyon, Valley of Fire o Snow Canyon. Más rosadas y más luminosas, con una verticalidad que me recordaban a la foto de “El Capitán” de Ansel Adams, que se encuentra en el Yosemite Valley National Park en California. Desde la carretera no apreciaba más que las moles de roca con una vegetación, en la base, de distintos colores. Desde el verde de las coníferas, otros verdes más brillantes y saturados de otras especies, los toques amarillos varios y rojos de una especie de arce, de hoja más ornamentada (a veces en un mismo arbolito de este tipo, los tres colores). He optado por subir hasta el final de la carretera, ya que todavía había poca luz y he llegado al aparcamiento de Kolob View Point. He andado deprisa los ochocientos metros de subida del sendero y allí estaban, al otro lado del valle, enfrente, todas las moles de roca en fila. Empezando por la izquierda, según se mira, se ven Horse Ranch Mountain, Paria Point, Beauty Point, Nagut Mesa, Timber Top Mountain y Shutavi Butte. No les he hecho ninguna foto, porque la luz me daba en el objetivo de la cámara, ya que yo miraba hacia el Este, donde el sol acababa de aparecer por encima de las rocas. El espectáculo me parecía impresionante y me he dicho a mí mismo que esta tarde debía de volver para ver el atardecer desde el mismo sitio. 

He vuelto  al aparcamiento y he conducido hasta el inicio del Taylor’s Creek Trail, para bajar al Kolob Canyon. Tras preparar y revisar la mochila, he empezado el duro descenso, bajando por unos escalones gigantes hechos con troncos, de esos que te destrozan las rodillas. Por fin he llegado al arroyo, y ya solo me quedaba seguirlo hasta su nacimiento. La senda es un bonito y colorido paseo, cruzando continuamente el cauce del arroyo. Cuando he decidido contar las veces que lo cruzaba, ya se me habían olvidado las veces que lo había hecho. Me acordé de la canción “Many rivers to cross” y la silbé durante una parte del trayecto, lo bueno es que como hay poco caudal de agua, con dos piedras y un salto se sortea fácilmente. Incluso a veces, he andado por el cauce ya que las botas me lo permite.

Cuando venía por el sendero, he visto dos cabañas a las que los americanos tienen en alta estima, que son de la década de los años veinte del siglo pasado. Tienen placas con los nombres de los propietarios y demás. Pero el estado de conservación es muy malo, les falta parte de la cobertura del tejado, han perdido el barro que hace de junta de los troncos de las paredes y tienen poco futuro, ya que avisan que son muy inestables y no dejan acercarse.

Durante el trayecto, he visto, que yo reconozca: juníperos, álamos, una conífera parecida a la arizónica, sicomoros y abedules, además de multitud de plantas y matojos. Yo iba como encantado de la vida, pues cada día, de los pocos que llevo de estancia, me gusta lo que veo. La senda me parece sutil y encantadora. Creo que es uno de los mejores paseos de mi vida. En un momento dado, siguiendo un giro que hace el arroyo, me encuentro en medio de dos colosos rojos, imponentes y descomunales. Pero la pared del sur destacaba por un tono rosa más oscuro, con una elevación en la más absoluta verticalidad que superaba lo visto hasta entonces. Me he vuelto a sentir muy pequeño, ínfimo, más ínfimo que lo que nunca me he sentido en un paraje natural. Me he detenido un momento para poder disfrutar y hacer algunas fotos con calma. Cuando he terminado he seguido andando hasta el fondo del cañón, que es como un túnel rojo, donde hay un arco abovedado ciego. De su interior rezuman gotas de agua que, poco a poco, escurren por la pared, regando masas de musgo y formando hilillos que se juntan en una especie de charca. El desborde de esta charca se convierte en un pequeño curso de agua que se va alimentando del caudal de otros hilillos que rezuman a su vez de la parte de la derecha del arco, según lo miramos. Por encima de este “arco capilla” hay otro arco ciego y por eso este lugar se llama Double Arch Alcove (alcoba del arco doble).  Me he sentado un buen rato. Primeramente comiéndome el bocadillo y descansando, luego disfrutando y dejando volar mi pensamiento y mi espíritu. Durante el camino de vuelta, he ido parando para hacer alguna foto, gozando, sin nada de prisa, ya que quería llegar descansado para volver al punto de esta mañana y poder hacer fotos del espectacular paisaje al atardecer. Me he ido deleitando con todo lo que me rodeaba y la sensación ha sido muy placentera.

Mientras volvía por la senda del arroyo, he visto unos insectos raros para mí. Una especie de escarabajos alados o saltadores, muy rápidos, de un color verde y dorado muy metálico, que me han extrañado porque me han parecido muy distintos. Luego he visto un cartel con fotos, pidiendo que no se coja leña para llevar, avisando que en la madera muerta puede haber huevos de ese insecto y se propague. Resulta que es un insecto xilófago originario de algún bosque de China, y que se está convirtiendo en una peligrosa plaga por su voracidad y por ser muy prolíficos. Temen que se puedan extender a otros parques porque no tienen depredador conocido aquí.

He llegado al aparcamiento, he cogido el coche y subido de nuevo hasta el View Point. Arriba el aire era muy fuerte y racheado. He escogido el lugar que me ha parecido mejor y he esperado agazapado, al resguardo del aire, a que el sol bajase y el ambiente fuese perfecto. La luz del ocaso hacia que el color de las rocas fuese más rojo y rosado todavía si cabe, como iluminado por la luz del fuego. He permanecido allí, haciendo fotos hasta que la luz ha perdido el color, y cuando volvía hacia el coche casi era de noche. Pero sorpresa, cuando salgo del bosquecillo que hay al lado del aparcamiento, me encuentro una luna casi llena que se me aparece sobre uno de los colosos. Me he quedado estupefacto y sobrecogido en un principio, creo que por el conjunto de las emociones que he vivido en ese momento y durante el transcurso de todo el día. Luego me he sobrepuesto y he hecho algunas fotos aunque solo sea porque me gusta ver la luna por la pantalla de la cámara.

He descendido a la salida de Kolob y después me he dirigido hacia la autopista para retornar al hotel, cenar algo y descansar, ya que he andado como diecinueve kilómetros. Durante el trayecto venía pensando en Kolob, en lo que me había gustado, y en la gran diferencia que había con lo visto hasta ahora. La gran diferencia sin duda es el agua, que es la vida. Además de la altura a la que se encuentra, lo que hace que el calor sea menor que en los Parques anteriores. Podría asegurar que las sensaciones vividas en el paseo por el Arroyo de Taylor, hacen muy difícil su superación. Las normas de visita del Parque no permite que vayan grupos de más de ocho personas, y recomiendan que no se hable. Ahora entiendo el por qué. Para no romper ese mágico silencio que envuelve todo.

He llegado al hotel muy tarde, cerca de las nueve, me he dado una reconfortante ducha, me he tomado una cerveza y después, para cenar: una terrina de humus con aceitunas Kalamata aliñado con aceite de oliva y hierbas. Además he dado buena cuenta de una ensalada prefabricada de pollo y queso. Todo ello regado con un vino argentino. Mientras escribo esto me estoy tomando unos chupitos helados de ron. Estoy agotado y se me cae la cabeza, así que me voy a dormir. Los muertos no pueden escribir.


4 de Octubre, miércoles.

 

Me he levantado temprano, tras dejar todas mis pertenencias preparadas y cargadas en el coche, ya que hoy duermo en Hurricane, he bajado a desayunar por última vez en hotel de St. George.  La verdad es que este hotel me ha gustado a pesar del desayuno, sobre todo por la habitación que es muy grande y cómoda y el  buen precio.

Cuando he terminado de desayunar he acabado con un café y me he dirigido, de noche todavía, hacia Toquerville para subir a ver la cascada (Toquerville Falls) que hay a las afueras del pueblo, como a unos doce kilómetros, yendo por una pista. He llegado al pueblo, y he cogido la pista que sale detrás del depósito de agua. Ésta iba empeorando por momentos, aunque el coche iba muy bien, en primera con la reductora y la tracción total puesta. En un momento que iba subiendo por una empinada cuesta y tenía que girar a la derecha, me he deslumbrado con el sol que me ha dado con toda la fuerza del alba. Menos mal que he parado instintivamente en ese momento, porque como a dos metros, al final de la cuesta, había un bloque de arenisca como de unos cuarenta centímetros de alto que cruzada en el cenit. Con el coche que llevaba era infranqueable, y sintiéndolo mucho, porque las fotos que había visto me decían que el lugar es muy bonito, he dejado que el coche reculase muy lentamente, hasta que he podido dar media vuelta. Los únicos vehículos que pueden pasar ese obstáculo deben ser los 4 x 4 sobre elevados y con ruedas gigantes. A no ser que haya otra ruta para llegar que yo desconozca, ya que he visto fotos en la que aparecían todo terrenos no muy aparatosos. He vuelto al pueblo un poco frustrado, y he cogido la carretera que lleva a Zion National Park.

No era tarde, pero la carretera iba llena de vehículos. Al llegar a la entrada sur, había un gran atasco en el control, ya que había obras, y solo había un carril de acceso al Parque. El aparcamiento del Centro de Visitantes estaba ya lleno, y aunque  he ido al aparcamiento del Campamento Sur, tampoco he podido aparcar. Ante las alternativas que me quedaban, entre buscar un aparcamiento de cualquier manera en cualquier sitio, o volver a salir y dejar el coche en el pueblo de Springdale, para entrar luego en el autobús, he decidido seguir por la carretera escénica hasta el final del Parque, cruzando el túnel de Monte Carmel. Si después tenía suerte, podría dejar el coche en el aparcamiento que hay nada más terminar de salir del túnel a la izquierda. Desde allí podría hacer Canyon Overlook Trail. El túnel de Monte Carmel se acabó en 1930, tras diez años de trabajos. Mide dos kilómetros, es abovedado y tan estrecho que apenas caben dos automóviles grandes. Ante el gran número de accidentes, a partir de 1989, solo pueden pasar los vehículos alternando el sentido del tráfico, regulado por Rangers, no por semáforos. Los grandes vehículos que sobrepasen unas medidas establecidas, deben de pasar acompañados de un coche guía (pagando 15$) y los camiones lo hacen por las noches. Cuando el Ranger ha dado paso, he entrado en el mítico túnel. Es estrecho, oscuro, las paredes son de roca sin revestir, el abovedado te obliga a no acercarte a tu derecha e ir despacio. Hay como dos pequeños miradores que dan al valle, subiendo a la izquierda, pero es imposible detenerse en ellos (ni hay sitio para aparcar ni te dejan hacerlo). Supongo que este túnel no se homologaría en Europa.

Nada más atravesar el túnel, he podido acceder al aparcamiento pasando por el espacio que había entre dos vehículos, que esperaban su turno para pasar el túnel en sentido contrario, y me han cedido el paso muy amablemente (esto me gusta de los estadounidenses). He entrado, pero no había huecos libres para aparcar, así que he tenido que esperar a que quedase alguno libre, mientras miraba los mapas. Al cabo de cómo unos diez minutos he visto llegar andando, por la acera que lleva desde el acceso del sendero al aparcamiento, a dos jóvenes mujeres que se dirigían a su coche. Tras esperar a que se fuesen, después de guardar sus cosas, aparqué en el hueco que habían liberado. He preparado mis cosas (cámara, sombrero, bastón y agua) y después de darme crema de protección solar he empezado a subir por la senda, que no es dura, y si muy amena, con sus cambios de firme y sus vistas impresionantes. Lo peor, para mí, son las pasarelas de hierro, que siempre me parecen frágiles, inseguras y me dan miedo. Cuando he llegado al final de la senda, me he quedado impresionado. La vista era magnífica, todo el valle aparecía como en una postal alpina, flanqueado por las monumentales alturas de las rocas de colores rojos, cremas y blancos. La carretera 9 se veía serpenteando desde la parte baja del valle, hasta que desaparecía a la entrada del túnel. Una visión propia de las aves que vuelan a esa altura. Me sorprendió mucho y me aterrorizó más ver a algunos jóvenes y menos jóvenes, haciéndose autorretratos (selfies se dice ahora) encaramados en cualquier punto del mirador, con el abismo bajo sus pies. He recorrido todo el borde del abismo con prudencia, deleitándome de la vista y de la sensación ante esta impresionante maravilla visual.

He hecho algunas fotos del paisaje (aunque la luz era muy dura), y he emprendido el retorno, parándome en varios sitios para hacer unas tomas de las impresionantes cimas que me rodeaban, Bridge MountainThe West TempleAltar of SacrificeThe Streaker Wall y The Sentinel. Me ha encantado pasar por debajo de una gran cornisa natural,  ya que además del frescor, me ha permitido hacer fotos de contraluces con protección, sin que el sol me diese en el objetivo de la cámara. En esa cornisa nuestros antepasados de Altamira hubiesen hecho una buena obra, ya que se prestaba para ello (podría haber sido la primera pintura de paisaje). He llegado al coche y he vuelto a cruzar el túnel para bajar al valle, parando de vez en cuando, para admirar todo lo que me rodeaba y hacer alguna foto. He parado en la zona de picnic del Campamento Sur para sentarme en una mesa y comerme mi cotidiano bocadillo, bebiendo una cerveza, eso sí, sin que nadie me viese, envolviéndola en una bolsa de plástico, como en las películas.

Accediendo desde Par-us, he cruzado el río y me he dirigido hacia Watchman Trail. Por cierto, el rio Virgin parece un río de película de los sesenta, hecha en Technicolor. Tiene una anchura continua, con cauce y lecho de piedras redondeadas y pulidas. Solo faltan los tepees de los indios entre los chopos, los sicomoros y la pradera. Me pensaba que el cauce estaba retocado, pero he visto fotos antiguas y ya era así hace un siglo. Según las indicaciones y tras darme una caminata buscando la sombra de los árboles, he cruzado el río y empezado el sendero. Lo peor es el trazado, ya que se empieza por subir una cuesta en paralelo a la carretera que lleva a las viviendas de los Rangers. Luego, al cabo de unos cientos de metros, el sendero baja y se aproxima de nuevo a la carretera. Por fin se llega a un secarral, donde se empieza a subir pegado a la roca. Cuanto más subía, más me acercaba a la roca, y más calor irradiaba ésta. Era una subida pesada y sin sombras. Por fin, una vez que he ganado altura, tras un giro muy cerrado a la izquierda, he encontrado algo de sombra y al mirar hacia atrás, he empezado a congraciarme con el paseo. El sendero se acaba en una especie de jardín de repoblación de plantas autóctonas y continuando por él, la vista hacia el valle es muy bonita. Lástima que el sol me diese en la cámara y las fotos no hayan quedado bien, pero he hecho alguna de recuerdo. A la bajada, el camino me fue mejor ya que el sol no calentaba tanto, y empecé a disfrutar viendo los paisajes que tanto me gustan hasta terminar el trayecto por el monte. La bajada hasta el aparcamiento ha sido bajo una solana cansina. Podían poner una pasarela ligera, que aparte de evitar el rodeo por el puente de piedra por el que pasan los vehículos, tendría una bonita vista del cauce del rio Virgin desde encima del agua. Al llegar al coche, he bebido una botella de agua, ya que al final de la bajada se me había acabado la que llevaba.

Al llegar al hotel y registrarme estaba roto, así que nada más llegar a la habitación he cogido una cervecita de mi neverilla de corcho blanco y me la he tomado mientras me ponía el traje de baño. Me he bajado al spa y he estado un rato con el chorro en la nuca y espalda. Luego he entrado en la piscina, pero el agua estaba casi tan caliente como el día, así que he salido pronto de ella. Ya en la habitación y tras ducharme y untarme la cara y los brazos de crema hidratante, he ido a ver el pueblo.

He ido al supermercado a comprar unas cosas que me hacían falta, luego a cenar a un bufe de comida china, japonesa y americana que había visto en Internet. Entro al restaurante y mi sorpresa es que es el del primo del Chino de St. George. No reacciono a tiempo y me quedo. Tiene el mismo tipo de instalación, los mismos platos colocados en el mismo orden y en los mismos expositores. Los postres eran iguales en forma y color. Lógicamente, los platos eran de plástico e iguales, y no de cerámica como los que he visto en el anuncio. No había cerveza, y tomé Coca-Cola pero esta vez era de botella de dos litros, ya que la máquina de sodas no funcionaba y creo que desde hace mucho tiempo. He tomado tallarines con pollo, costilla de cerdo, y verdura. De postre una porción reseca de Brownie. Eso sí, me ha costado más barato y la comida creo que estaba menos seca. Supongo que por tener más demanda que el restaurante de St. George.

A la vuelta del hotel me he dedicado a tomar cerveza y chupitos, mientras escucho la tele, mando unas fotos por RUtah 17 y escribo mis cosas. Me invade el sueño y no puedo más. Me voy a la cama, que mañana es día de escuela.


5 de Octubre, jueves.

 

El hotel en el que estoy alojado es de la cadena Day’s Inn, que a su vez pertenece al grupo Wyndham. Hace algunos años, los hoteles se empezaron a gestionar por pequeñas empresas, a modo de franquicias. Esto dio lugar a que algunas familias, de origen Hindú, comenzasen a hacerse cargo de algunos establecimientos. Este hotel es uno de ellos y está bien gestionado. Para mí, la única diferencia es que les entiendo peor cuando me hablan aunque el trato es muy correcto. Cuando he bajado a desayunar, a una especie de espacio abierto junto a la recepción del hotel, ha resultado que el desayuno continental es igual que el del hotel de St. George, pero con huevos cocidos. Eso sí, todo tenía un aspecto más ordenado y limpio. Además no hay personaje siniestro merodeando entre la comida y los clientes. A las seis y media de la mañana he terminado de desayunar y he cogido el coche y me he ido hacia Zion N.P..

Cuando he llegado a la entrada del Parque ya había un poco de retención y eso que era las siete. Esta mañana hacía un frío espantoso, así que he ido al Centro de Visitantes y tras consultar unos datos que no tenía muy claros, he decidido hacer la ruta de Emerald Pools, y durante la vuelta, empalmar con Kayenta Trail. He tomado el autobús, con la mochila cargada hasta arriba, ya que no se puede ir en vehículo privado a esa zona del parque entre marzo y octubre, a no ser que seas cliente del Zion Lodge, que es donde está la parada del autobús en la que me bajo. Éste es un antiguo hotel de los años veinte, pionero en la zona de lo que es hoy el Parque. Como se empezó a levantar antes de la construcción del túnel, la manera de traer los materiales para su construcción, fue hacerlo por medio de un teleférico que montaron en 1.906 para suministrar artículos a Springdale y Rock City. Era más rápido que dar todo el rodeo por la carretera de St. George.

Desde el Zion Lodge cruzo la carretera y el río y comienzo la subida  hacia la primera piscina. Como siempre, las vueltas del camino, te dejan ver las mismas montañas, pero cambiando la orientación, las perspectivas y las sombras. Cuando he llegado a la piscina, me he encontrado con pequeños saltos de agua que caen desde una cornisa abovedada, y en parte sobre el camino. El espectáculo es de una sutileza impresionante. Un poco más adelante, como a unos treinta metros, hay un chorro más grueso que cae de una cornisa, desde unos quince metros de altura, sorteando el ángulo negativo de la pared, y haciendo un arco por la inercia de la corriente. Todo este agua que cae, se acumula en una laguna, que tiene un color verde esmeralda de fondo, de ahí el nombre del lugar.

En estas pequeñas caídas de agua estuve un buen rato intentando hacer la foto que me convenciese, pero todavía no sé si la he podido conseguir.

La subida hacia la segunda laguna es muy corta y suave; y antes de llegar a ésta, se pasa por el cruce de sendas por donde se accede a Kayenta Trail, que es por donde voy a ir más tarde. La segunda piscina se forma por el agua de una pequeña cascadita que surge entre las rocas y matorrales. Este agua, al desbordarse luego corre por la piedra y hace un pequeño salto, para caer después, por la cornisa que he comentado antes, formando el chorro elíptico, de la primera piscina. Esta segunda piscina forma una escena muy plástica, con su cascada, sus piedras, su vegetación y su color verde, aunque sea pequeña. Los reflejos de las plantas de fuera, las imágenes de las plantas del fondo y de las hojas flotantes se confunden en una fiesta de mimetismo visual.

La subida hasta la tercera piscina es dura, aunque no llegue a un kilómetro de larga. De una pared, del fondo del cañón, surge el agua y se embalsa. El resultado es una superficie de tranquila agua verde, que se convierte en una superficie especular donde se duplican todas las imágenes del borde de la balsa. Quería hacer unas fotos de los reflejos, pero parecía que era imposible, ya que la gente, que empezaba a llegar en un número elevado, rompía el espejo al meter las manos y los pies en el agua, de la misma forma que rompían el silencio con sus voces y gritos. Hago las fotos que puedo, porque la gente se ponía delante del objetivo sin ningún pudor. A veces (o casi siempre), odio los selfies. Es un sitio precioso, parece mentira que con lo que cuesta llegar, esté tan lleno de domingueros, me ha dejado un poco de mal sabor de boca.

Así que me dispuse a bajar hasta The Groote por Kayenta Trail. La bajada es suave y bonita, con vistas muy agradables del río, pero nada espectaculares. Me he sentado en una mesa del picnic que había más cerca de la parada del autobús, y despachado el merecido bocadillo. Cuando he terminado, me he subido al primer autobús que me llevó hasta la última parada, Temple de Sinawava. Cuando me he apeado, veo que el camino que bordea el río hasta llegar a The Narrows está acondicionado para recorrerlo en silla de ruedas. Me parece estupendo que haya accesibilidad si se puede hacer tan fácilmente accesible. Mientras andaba por el camino, veía a algunas personas que venían con un calzado muy raro. Me he dado cuenta al llegar al final que las rarezas eran un tipo de botas  de plástico con calcetines de neopreno incorporados. Con ese calzado la gente andaba río arriba hasta una zona en que el cañón se estrecha y es un paraje precioso (lo sé por las fotos que he visto). Para mí era imposible hacerlo, aunque me hubiese gustado. El calzado de agua que llevaba no me permitía ni andar por ese fondo de piedras, por su suela blanda, ni aguantar la temperatura del agua. Luego me he enterado que esas botas especiales las alquilaban en las empresas de rutas turísticas que hay en Springdale, o Rockville. Me ha fastidiado muchísimo que se me hubiese escapado ese detalle y la oportunidad de subir por el río Virgin. No puede ser todo. Y mañana me va a ser imposible ya que tengo todo el día a tope (de nuevo). La vida es dura.

El río Virgin es precioso en ese tramo, con zonas de plasticidad serena y bucólica, con el agua de color azul. Como había poca luz, hacer fotos era complicado y de nuevo la gente se ponía delante de la cámara, a pesar de poner el trípode. Parecía una romería de selfientes (nueva palabra para definir a las personas que solo saben hacer selfies). Me callo lo que se me ocurre escribir por mi frustración. El farallón de piedra es grandioso, visto desde el nivel del río, y el conjunto increíble, con un color vibrante por estar a unas horas muy vespertinas, ya que a últimas horas de la tarde, la luz es distinta y satura los colores. Bajando hacía el autobús, andando por la ribera del río en vez de por el camino, he encontrado a un ciervo macho pastando, entre las pequeñas isletas del río, y un poco más abajo a dos hembras, los tres estaban totalmente habituados al trasiego de personas y estaban muy tranquilos.

Zion N.P. es un destino excesivamente turístico, y está muy masificado. Me hubiese gustado visitarlo muchos años antes. A veces los espacios de descanso y espera, parecían propios de un parque urbano en día de fiesta. Me he encontrado con demasiada gente vociferante e irrespetuosa con los demás y con el medio. Una pena. No me imagino como debe de ser visitar el Parque en verano, y con más calor. Tras llegar al aparcamiento, he cogido el coche y me he ido al hotel. Me ha tocado hacer la colada tras la ducha pertinente. Un dólar de jabón, uno y medio por lavar, y otro dólar y medio la secadora. Mientras hacía la colada escribía y me tomaba una merecida cerveza. Cuando he terminado con las labores propias de mi sexo, me he bajado al pueblo que es practicamente una calle y poco mas. Para cenar he entrado en un restaurante americano para turistas donde he tomado una hamburguesa normal y correcta. De acompañamiento una ensalada de pasta, patatas fritas y una cerveza. Cuando he vuelto al hotel he recogido la ropa que tenía extendida por toda la habitación para enfriarse tras la secadora. Luego me he tomado otra cerveza y un chupito mientras escribo. En cuanto termine esto, me acuesto, que estoy que no puedo mas. Adiós.


6 de Octubre, viernes.

 

He desayunado y tras recoger mis cosas, y bajarlas al coche, he dejado el hotel, ya que esta noche voy a dormir a Panguitch. He vuelto a entrar al Parque Zion, pero esta vez para cruzarle solamente, y salir por la entrada Norte, atravesando de nuevo el Parque y el túnel. Cuando he llegado al acceso del Parque, me ha parecido un poco inusual los pocos vehículos que veía. Incluso no había atasco. Cuando he entrado al recinto del Parque, había muchos claros en los aparcamientos, visibles desde la carretera. Extraño, sobre todo porque hoy era más tarde que cuando llegué ayer. He hecho el recorrido por la carretera escénica muy despacio, mirándolo todo otra vez con avidez, y como si me despidiese de algún grupo de conocidos o amigos. Zion es impresionante, y bonito, mucho más bonito y mucho mas impresionante sin gente. He salido del túnel y al pasar por el aparcamiento de Canyon Overlook me he acordado del paseo y de la panda esa de descerebrados, que por hacerse una foto con el móvil, arriesgaban demasiado. A ver quién era el que más se acercaba al abismo.

Cuando he empezado a bajar para ir hacia Carmel Junction, he visto otras formas distintas a las vistas en el resto de Zion, con una plasticidad más suave, a veces como derretidas y en otros tonos, al estar debajo de los estratos rojos. La pena ha sido que se ha acabado enseguida. La carretera  89 se ha convertido en un dibujo en la planicie, solamente jalonada por las vallas de los ranchos en los que se veían algunos caballos tipo munstang, con pelajes menos comunes que en España: palominos, tordos, manchados, apaloosa etc. También he visto muchas vacas marrones muy oscuras de no mucho tamaño y de dos tipos. Unas solamente con la jeta blanca y otras con el lomo y la tripa blancas y las patas marrones. Nunca antes había visto tantas vacas iguales entre sí. Como clónicas (igual lo son).

Cuando he cogido la carretera 14, ha empezado a haber un cambio en el paisaje. Poco a poco he ido cogiendo altura. He subido por unas empinadas cuestas y el suelo de los lados del camino se han teñido de negro por ser de lava volcánica, y solamente veía tres tipos de árboles. Unos son unos abetos estilizados de poco porte, y color oscuro, otros los abetos de Douglas o Pseudotsuga menziesii y los otros una especie de chopos o álamos, de tronco blanco (Populus tremoloides), muy estilizados tambien, y poco poblados excepto en la parte alta, en la que lucían un espléndido penacho amarillo. El contraste que me mostraba el paisaje me parece encantador por el cromatismo que presenta con el suelo de lava negra.

Aproximadamente, al llegar a los tres mil metros de altura, los abetos desaparecen, y en su lugar aparece una conífera a la que llaman “bristlecone pine”. Este tipo de pino es el Pinnus longaeva, que como indica el nombre de la especie, es quizás el ser viviente más longevo de la tierra. Se conocen ejemplares con más 4900 años de vida. Una de las razones de su longevidad, es que cuando parece que el tronco se muere y se cae, rebrota de una raíz un nuevo tallo, que se alimenta de los nutrientes que extrae de las partes ya muertas. Su hábitat está en las alturas de más de tres mil metros de algunas zonas de Utah, Nevada y California. Sus acículas son cortas y carnosas, el tronco puede llegar a medir diez metros de alto, y un diámetro de tres metros y medio. Es el árbol que aparece en la bandera y el escudo del estado de Nevada. Todo esto lo he leído en un cartel, (yo pensaba que los árboles más viejos son las sequoias del Sequoia National Park de California). He hecho fotos de algunos de estos extraños y especiales pinos que irán apareciendo.

He llegado al Centro de Visitantes de Cedar Breaks National Monument, que es una parte del gigante Dixie National Forest, tras parar en un mirador a disfrutar de la preciosa vista del pequeño Navajo Lake. El edificio está construido a 3100 metros de altura y cuando he parado, el termómetro de la pequeña estación meteorológica que hay, señalaba 4 grados bajo cero y el anemómetro decía que el viento era de 87 kilómetros por hora. La sensación térmica era bestial. Me he abrigado con toda la ropa de frío, y he empezado la subida hacia Spectra Point y Ramparts Overlook. Me costaba mucho respirar, y debía de andar muy despacio, parando a cada momento para sincronizar la respiración. Cuando he llegado al primer punto, tas un kilómetro de camino y subir 100 metros de desnivel, iba exhausto. Además con el frío me ha empezado a doler fuertemente la muela en la que tuve una infección el mes pasado. He hecho algunas fotos y me he vuelto porque no me sentía capaz de seguir subiendo el otro kilómetro que me faltaba hasta Ramparts Overlook. El frío y el viento eran demasiado fuertes. He vuelto al aparcamiento del Centro de Visitantes y tras coger el coche me he acercado a Cheesman Ridge Overlook. El viento seguía igual y estaba a 3200 metros de altura con lo que tras echar una ojeada, he vuelto al coche antes de que un golpe de aire me empujase al barranco.

He comido algo como he podido, y he optado por acercarme hasta Panguitch, donde voy a dormir. Como tenía tiempo de luz todavía, he cruzado la ciudad y me he dirigido hacia Red Canyon. Mi intención era localizar una pista que hay antes de llegar a la izquierda, siguiendo por la pista se accede a un pequeño aparcamiento y a un pequeño sendero del que he visto fotos muy interesantes.

He encontrado la pista de Losee Canyon y Casto Canyon sin dificultad, y tras seguir por ella unos tres kilómetros y medio, he llegado a un rincón apartado entre árboles y allí estaba el aparcamiento con un antiguo cartel que indica lo que estaba buscando, Arches Trail. Sin embargo, tras buscar los rastros de pisadas peinando la zona de la indicación, no he encontrado el comienzo de la senda por ninguna parte. He vuelto a la carretera y entrado a Red Canyon, para ver si me daban algo de información de la senda fantasma. Por desgracia para mí, el Centro de Visitantes estaba cerrado, ya que se había acabado el horario de verano, y por ser viernes tarde, no abriría al público hasta el lunes a las once (un centro de visitantes cerrado en fin de semana). El sol empezaba a bajar y sentía frío, así que tras darme una vuelta en coche por la carretera escénica de Red Canyon, he decidido ir al hotel.

En Panguitch, llego al hotel y tras encontrarme a la persona más desagradable y maloliente, al frente de la recepción de un hotel, he cogido la llave y he ido a la habitación. Me he sorprendido con el cuarto más cochambroso y viejo de todos los hoteles en los que he estado, en todos mis viajes por Estados Unidos. No debe tener más de ocho o nueve metros cuadrados y cuenta con una pequeña cajonera, bajo una balda  a modo de estantería, todo hecho de madera y sin pintar, de la que cuelga una barra con cuatro perchas. Un soporte con una enana televisión de tubo con decodificador aparte, en la que solo se ven cuatro canales (por fortuna uno de Salt Lake City, la capital del estado de Utah, en español). Una mesita a modo de mesilla de noche, con despertador (esto lo anunciaban entre las bendiciones del hotel), y la cama que es muy cómoda y limpia. El cuarto de baño era también pequeño, a juego con el resto, pero estaba muy limpio y tenía toallas suficientes, accesorios de aseo y cafetera. La ducha es una cabina en la que casi no puedo darme la vuelta, de lo pequeña que es y el calentador de agua era un pequeño termo eléctrico. Pero bueno, no es caro y la aventura es la aventura.

He puesto la calefacción, que es tan ruidosa como vieja, he colocado mis cosas, y me he ido a buscar un sitio para cenar. Como me duele mucho la muela, he decidido al final ir al único supermercado de la ciudad, que está próximo al hotel para comprar algo que no necesitase mascar. He encontrado unos quesitos y una terrina de humus que he aliñado con mi aceite de oliva y unas hierbas y me los he comido en el hotel con pan de molde, tras templarlo todo en la rejilla de la calefacción. Estoy destemplado, me duele mucho la muela. Me he hecho un café descafeinado que me he tomado con una dosis de antibiótico y un analgésico. He puesto a cargar las baterías de la cámara y a escribir un poco. En cuanto termine me voy a acostar, que no me encuentro nada bien.


7 de Octubre, sábado.

 

Esta noche pasada he dormido de un tirón, aunque cuando el despertador ha sonado, a las 5,30, y he abierto los ojos, me he acordado de lo mucho que me duele la muela. Tenía mucha hambre y cuando he llegado a la habitación reacondicionada como comedor, he tenido una alegría. Parece mentira que el hotel más cutre, tenga el mejor desayuno hasta ahora. Había mini burritos de huevo con salchicha (carne picada) o jamón, empanadillas de queso, muffines, pan de molde, mantequilla de verdad, mermeladas varias, zumo de naranja casi decente, café casi negro y leche de vaca. La señora mayor que estaba atendiendo a los clientes era un encanto, me recordaba a la abuela de los dibujos animados de Piolín y Silvestre. Me ha explicado concienzudamente el contenido de todos los productos que había en las vitrinas refrigeradas y como prepararlos en el horno microondas. He desayunado todo lo que he podido, hasta saciarme, ya que tenía mucha hambre, muy despacio, por el lado que podía mascar algo, sin que me doliese mucho el otro.

A las 6,45, con varios grados bajo cero de temperatura, he salido hacia Red Canyon, donde he llegado al amanecer, cuando el sol aparecía. He disfrutado mucho dando un paseo matutino muy bonito empalmando los dos preciosos senderos, Birdseye Trail con Forest Trail, subiendo y bajando entre piedras rojas y pinos. Red Canyon no tiene grandes masas pétreas, como las que he visto en otros parques, ni la espectacularidad, pero es muy coqueto y atractivo. El Parque tiene algunas piedras monolíticas sueltas, pequeñas alturas y colinas con caminitos y cuestas para rodearlas en un cómodo y bonito paseo. Poco a poco con el ejercicio y el ascenso del sol, el frío iba disminuyendo, a la par que me iba encontrando mejor de mis males. Los pinos que me rodeaban me parecían, por el tronco y las acículas, que eran los mismos que los de la Sierra de Madrid y Segovia, en Somosierra. Los abetos de Douglas (Pseudotsuga menziesi), son practicamente iguales que el pino de Valsaín (Pinus sylvestris), tambien llamado pino albar, pero con el tronco mas claro y menos rojo. Ayer, en la parte mas baja Cedar Breaks, los que parecían pinos, eran abetos de Douglas, que son autóctonos de America del Norte. Me ha entrado un poco de nostalgia al acordarme de La Boca del Asno, de casa y de mis amigos.

Como el Centro de Visitantes de Red Canyon está cerrado hasta el lunes, no he podido enterarme de nada acerca de Arches Trail. No sé cómo lo voy a poder hacer, pero si no lo hago mañana domingo por la tarde, no tengo ya tiempo de volver hacia atrás, ya que pasado mañana tengo que dormir en Tropic. Por qué no aparece la senda en ningún plano de los que veo en el exterior del Centro de Visitantes? Lo ocultan por qué es frágil y no lo quieren masificar? Es lo oculto por bello? Tengo que intentar encontrarlo.

He ido hacia Bryce Canyon National Park y he tenido que esperar un poco para pasar el control. La carretera 63, que es el acceso al Parque desde la Scenic Monumental Highway 12, es una sucesión de anuncios publicitarios de todos los negocios imaginables. Hoteles, restaurantes varios, tiendas de recuerdos, de minerales y fósiles, de antigüedades, un museo del Viejo Oeste, alquileres de coches todos terrenos, de motos, de bicis y de caballos…. En la estación de autobuses de Bryce Canyon City, desde donde salen los vehículos que transportan a los turistas, había una multitud de personas, y por las pantallas electrónicas de información estaban avisando que todo el Parque estaba lleno y no había sitio en los aparcamientos.

Yo he pasado con el coche y he seguido hasta el final de la Ruta Panorámica, en Rainbow Point. He recorrido todos los miradores de este lugar y luego el Bristlecone Loop Trail, que es un magnífico paseo entre un fabuloso muestrario de pinos milenarios (Bristlecone pine) de los que he hablado otro día, con formas extraordinarias. En este lugar he comprendido el porqué de la fama de Bryce Canyon. En cada mirador, lo que se ve es distinto, pero igual de hermoso. Cientos y cientos de chimeneas de las hadas. Todas iguales, todas distintas, de todas las morfologías inimaginables, con colores a veces iguales, pero siempre distintos. Aunque parezca paradójico y contradictorio, es así.

Luego, en coche, he cogido el ramal de carretera de Inspiration Point, he ido a Paria Point y más de lo mismo pero también distinto. Al final como colofón del día, he ido a Bryce Point. Ya no tengo palabras para describir el Bryce Anphitheater y sus cientos, miles de torres de arenisca de bandeados multicolores, perfectamente ordenadas, mirando al cielo, ordenados por altura, que llegan, a lo lejos, hasta el nivel de mi horizonte. Es realmente un espectáculo para la vista. He paseado por el "Rim" (borde de los cañones) y he llegado a un lugar donde de repente todo se ha vuelto blanco. Arcos ciegos blancos superpuestos, como en los muros exteriores de un circo del Imperio Romano. La visión es extraordinaria, cuesta creer que es un perfecto orden natural, sin ningún tipo de actuación humana, que es solamente el resultado del agua corriendo y erosionando por los mismos sitios, durante muchos años.

Hoy no ha sido un día de grandes caminatas, solo de paseos no muy largos, pero cuando he tenido que subir un poco, me ha costado mucho, ya que no he bajado de los dos mil ochocientos metros en ninguno de los paseos. Mañana quiero caminar mucho más recorriendo el Rim, para pararme en todos los puntos de observación de este mágico parque. Espero así, que me acostumbre a la altura, y pasado mañana, con menos gente al ser lunes, hacerme las sendas más bonitas, según creo, bajando por Navajo Trail y subiendo por Queen’s Garden Trail. Además, a ver cómo me encuentro mañana con mi muela.

El frío se iba acentuando según oscurecía y he vuelto al hotel de Panguitch. Al llegar a la habitación me he dado una ducha caliente, que me ha venido de perlas, tras poner la monstruosa y ruidosa calefacción. He ido a cenar a un restaurante italiano de la calle central, que había visto en la red. Se llama CC Stop. El restaurante estaba lleno por ser sábado, y del horno salían, sin parar, pizzas para la gente que esperaba en la barra de los encargos para llevar. La dueña, que me ha llevado hasta la mesa, es un poco tiesa y se ha puesto más tiesa todavía cuando he pedido una copa de vino o una cerveza para beber. Como no había, he tomado un poco de agua. A lo mejor no es que sea tiesa, es que estaba yo solo, sentado en una mesa para cuatro y le parecía poco gasto. Me he pedido unos espaguetis con “meat balls”. Estaban ricos, y además me los he podido comer sin mucho masticar, por lo que mi muela no ha sufrido demasiado. Cuando he acabado de cenar, he pagado y después de salir me he acercado al supermercado a comprar unas cervezas. En este momento me estoy bebiendo una mientras escribo apoyado en la mesilla de noche, sentado en la cama, con un esperpéntico programa mexicano en la televisión y en medio de un tronar producido por la vetusta calefacción.


FIN DE LA PRIMERA PARTE