CELTIA 2021

JUEVES 14 DE OCTUBRE

 

Hace un rato he llegado a Ricobayo de Alba en Zamora, cuando el sol empezaba a acercarse a la linea del horizonte. Hoy había quedado en Madrid para comer y por eso he salido tarde. He comido con un gran amigo, Pablo Muñoz, al que no veía desde que comenzó la pandemia. Nuestra amistad data desde hace mas de cuarenta años, cuando él estudiaba en la Facultad de ciencias Geológicas de la UCM de Madrid en la que yo trabajaba. Trabajó como geólogo en proyectos estatales del momento, como el túnel del estrecho de Gibraltar. Sin embargo cambió su visión de la profesión y se dedicó a formar a opositores a profesores de Enseñanza Secundaria, con gran éxito. Por sus manos han pasado cientos de los profesores de Instituto que hoy en día trabajan en muchas Comunidades del Estado Español. La comida ha sido muy amena, divertida con el recuerdo de chascarrillos e incluso nostálgica a veces. Cuando hemos terminado de comer, emplazandonos para otra ocasión, he cogido el coche y conducido por la A-6, hasta desviarme para acceder al pueblo. Ha sido un viaje de tres horas solamente, pero con el sol de frente se me ha hecho largo. Me he dirigido al antiguo y pequeño hotel a registrarme y dejar mis cosas.

Luego, cuando el sol ya no se veía, he salido a dar una vuelta y me he acercado hasta la solitaria playa fluvial del pantano de Ricobayo, que está muy cercana al casco urbano. Había una gran instalación hostelera con muchos años, vacía y que seguramente habría pasado por épocas de mayor esplendor, cuando el pantano tenía mas caudal y puerto deportivo.

El pueblo, excepto en los dos bares que había abiertos, estaba vacío de gente. Al caer la noche, de nuevo en el bar del hotel, esperando la hora en que abriesen la cocina, me he tomado una cerveza. La cena ha sido muy mediocre y al terminar me he subido a la habitación a crear el grupo de WhatsApp de la familia y amigos para este viaje, aunque sea corto. Mientras tanto la batería de la cámara se cargaba para estar lista para el día siguiente y me tomaba una cerveza. Mañana comienzo de nuevo a hacer un itinerario de lugares elegidos y los que me encuentre. Hace un año que no salgo solo a dar paseos y hacer fotos por nuevos lugares. Me apetece mucho. Es más, creo que lo necesito.

VIERNES 15 DE OCTUBRE

 

Me he levantado con muchas ganas de retomar mis actividades favoritas. Tras desayunar, pagar la estancia y la cena y recoger mis cosas he comenzado a acercarme a mi destino: La cascada de Abelón, en el término de Moral de Sayago. El trayecto es bastante sinuoso y no está muy bonito por la sequedad del ambiente, a pesar de estar a poca distancia del Duero, el cual he cruzado por la presa de Villalcampo. Cuando bajaba hacia el pontón de la presa, veía las pequeñas casas (hoy abandonadas) de los trabajadores contratados por la antigua empresa Iberdrola, que la construyeron en los últimos años 40’, comienzo del auge tecnológico del franquismo. Tras cruzar el Duero me he vuelto a alejar para subir al pueblo y tomar el camino que te va acercando de nuevo hasta el río. En un punto hay un ensanche para dejar el coche y así lo he hecho. Una vez pertrechado convenientemente he comenzado el descenso por un sendero que se va estrechando cada vez mas hasta llegar al río. Mi sorpresa y decepción ha sido encontrar la cascada seca. Había visto en Internet fotos de este mes de Agosto con agua, y pensaba que iba a tener suerte de verla así. Me he llevado un gran chasco y he vuelto hacia el coche.

Despejado y fresco después de una ducha, camino hasta la abarrotada plaza del Obradoiro. El año pasado por estas fechas, en plena pandemia, Santiago parecía la escena de una película de ciencia ficción, en la que toda la población había desaparecido. Allí, en la plaza, he ido a mi sitio, al lugar en el que me siento siempre. Donde hace cuarenta años pasé una noche de cielo tormentoso de Agosto embelesado por la impresionante estampa. Hacía muchos años y muchas visitas en las que no había podido ver la catedral sin andamios. Como siempre, aunque yo no soy creyente, la espiritualidad del lugar me ha hecho emocionar lleno de recuerdos.

Estaba hambriento y he cenado muy bien en uno de los clásicos restaurantes de turistas de una de las calles principales del casco antiguo. De vuelta al hotel escribo mis notas, pero estoy agotado de tanto coche y tanta curva. Me voy a la cama.

Una vez de nuevo en la carretera he conducido durante mucho tiempo y demasiadas curvas, por unos paisajes de altura impresionantes, pasando por la provincia de Orense hasta llegar a la de Pontevedra, y terminar en un área recreativa en Laxe, en la que hay una recreación de dólmenes estilo Stonehenge. Allí he aparcado y tras preparar mis cosas comienzo a andar por la ruta de los Chozos hasta que al cabo de poco tiempo intuyo el ruido familiar y añorado de una cascada. A la derecha de la vereda se aparece y tras un banco de piedra moderno, hay una bajada y desciendo para encontrarme con la preciosa caída de agua. He leído en algún sitio que es la mas bonita de Galicia. A mí me ha parecido muy bonita. La pena es que el sol iluminaba con mucha fuerza una parte de ella y la parte inferior estaba muy oscura y fría. He estado un rato disfrutando del mejor momento del día y he vuelto al coche para dirigirme a Santiago de Compostela, donde voy a pasar la noche.

Despejado y fresco después de una ducha, camino hasta la abarrotada plaza del Obradoiro. El año pasado por estas fechas, en plena pandemia, Santiago parecía la escena de una película de ciencia ficción, en la que toda la población había desaparecido. Allí, en la plaza, he ido a mi sitio, al lugar en el que me siento siempre. Donde hace cuarenta años pasé una noche de cielo tormentoso de Agosto embelesado por la impresionante estampa. Hacía muchos años y muchas visitas en las que no había podido ver la catedral sin andamios. Como siempre, aunque yo no soy creyente, la espiritualidad del lugar me ha hecho emocionar lleno de recuerdos.

Estaba hambriento y he cenado muy bien en uno de los clásicos restaurantes de turistas de una de las calles principales del casco antiguo. De vuelta al hotel escribo mis notas, pero estoy agotado de tanto coche y tanta curva. Me voy a la cama.

SÁBADO 16 DE OCTUBRE

 

El día ha amanecido frío y húmedo. Cuando el sol empezaba tímidamente a coger altura he llegado a San Paio, donde he aparcado al lado de la iglesia. Al principio he bajado por las calles del pueblo hasta el cauce de un pequeño río y luego he comenzado a subir por una vereda suave paralela al curso del mismo por su margen izquierdo. La humedad del lugar es elevada y entre el sendero y el cauce hay una maraña de arbolillos y zarzas que impiden deleitarse con la visión. En un momento dado a la izquierda del camino se aprecia, entre la maraña, una bajada de agua que realmente no me ha parecido hermosa. Así que he hecho unas fotos de recuerdo y de vuelta al coche para ir a otro sitio.

El recorrido hasta la siguiente parada, la cascada de Rus, ha sido por unos bosques muy bonitos y el trayecto ha sido agradable. Al llegar al pequeño aparcamiento he visto que habían pasado una maquina para cortar la maraña vegetal del sendero que transcurre hasta la cascada. Lloviznaba ligeramente pero el camino ha sido ha sido fácil. La cascada es pequeña y cae por una pared oscura de pizarra, supongo que con mas agua, sería mas bonita. A pesar de la época del año ha llovido poco y se nota la escasez del agua y el exceso de temperatura.

El tiempo empeoraba cuando me iba acercando a mi siguiente destino, las Fervenzas da Rexidoira, en Oza-Cesuras. Por el camino me he acercado todo lo que he podido con el coche a la bajada que lleva hasta las dos primeras cascadas de las cuatro que hay en este tramo del rio Mendo. La bajada no ha sido demasiada complicada, a pesar del equipo habitual y el paraguas de complemento para la suave pero persistente lluvia. La cascada me ha gustado y después de hacer unas fotos he continuado hasta la segunda. Dicen que es impresionante, pero está muy encajonada en empinadas rocas y el acceso ha sido imposible, por lo que solo me he podido acercar un poco a la parte superior. De vuelta al camino principal, donde está el coche, la lluvia ha empezado a arreciar. Desde el lugar donde estaba aparcado el coche he bajado un poco por el camino principal hasta poder coger un senderillo que lleva hasta las cascadas siguientes. La bajada en seco no debe ser complicada, pero la lluvia la estaba convirtiendo en una pista de patinaje. Al llegar a la último tramo de la bajada que lleva hasta la cascada tres descubro que un árbol se había caído cortando el senderillo y era imposible bajar. He decidido saltar la valla del quitamiedos de madera de la bajada y deslizarme por el terraplén, pensando a ver cómo iba a subir luego. Con el paraguas tapando la cámara he podido hacer unas fotos de la preciosa fervenza O Pozo da Ola. Cuando he recogido todo, tocaba a subir reptando por la pendiente apoyando en el único bastón que llevaba en una mano y el paraguas en la otra. Prueba superada, pero la lluvia se había vuelto una densa cortina de agua y no he podido ir a ver la cascada cuatro. La vuelta al coche ha sido complicada por un suelo en el que el agua empezaba a correr y a pesar de la prisa me ha llevado tiempo. Ya en el coche me he cambiado de chaqueta y de calzado y he salido a la carretera. Seguía lloviendo a mares en el momento que he pasado por un hotel de carretera con asador que tenía buena pinta. Me he detenido más adelante cuando y donde he podido, para localizar el teléfono del hotel en la red y llamar por si acaso. He acordado el precio y dando media vuelta he ido hacia el aparcamiento. Una vez hecho el registro he subido y me han gustado todas las instalaciones. Me he dado una ducha reconfortante en el amplio baño y me he relajado un rato. 

Cuando ha oscurecido del todo me he acercado hasta el pueblo más próximo a estirar un poco las piernas, aprovechando que no llovía apenas. He bebido una cerveza, pero como en el pueblo no había ningún sitio para cenar, he vuelto al hotel y lo he hecho en el asador: unas costillas a la brasa con una riquísima ensalada. Cuando he acabado he subido a la habitación con una cerveza para escribir y ver un poco tele. La previsión es que mañana hará mejor aunque nublado. Si es así, perfecto.

DOMINGO 17 DE OCTUBRE

 

Ha amanecido bastante mejor. En la habitación del hotel hay lo necesario para hacerte un café soluble y un par de piezas de bollería. Suficiente para comenzar el día. Me he dirigido al río Vexo, en Coirós, donde hay un recorrido por las dos riberas a partir de un centro recreativo. Se llama Ruta do Río dos Dous Nomes. El lugar es muy bonito y he visto cosas que me gustaban mientras bajaba por restos de antiguos molinos, cada uno de ellos con el apellido de su dueño, de ahí el nombre de la ruta. Sin embargo la falta de señalización me ha hecho perder mucho tiempo entre zarzas y el resto de la tupida vegetación. Cuando me ha sido imposible seguir la ruta, he tenido que dar un rodeo por una plantación de eucaliptos para poder llegar al camino que lleva a la antigua central eléctrica. Cuando he llegado y he cruzado el río, para subir por la ribera izquierda, me ha sido imposible encontrar el camino de subida ya que toda la zona por donde el GPS me indicaba que estaba, era una selva de zarzas y matojos imposible de rodear. Así que me ha tocado volver por donde he venido. El colmo es que se ha puesto a llover, y he salido hasta la carretera para volver más cómodamente que entre los eucaliptos. Por suerte, cuando llegaba otra vez a la zona de aparcamiento, ha dejado de llover. De nuevo en el lugar, he pasado un buen rato haciendo fotos.

Cuando he terminado, ya en el coche, me he dirigido a la Fervenza do Río Fervencedo. Cerca de allí, hay un caserío y un paisano me ha dicho donde podía dejar el coche para no molestar. El recorrido es corto, fácil y bonito. Me ha gustado la caída de agua pero al tener poca altura con mucha profundidad creo que no es impresionante pero si sutilmente estética. Al volver al coche de nuevo he tomado un poco de fruta y he continuado hasta mi último destino: el río Zarzo en Irixoa. No me ha quedado más remedio que dejar el coche en una parte con la vegetación desbrozada a un lado de la carretera, cerca del camino que lleva hasta una fervenza. La ruta estaba muy seca y no ha sido larga ni difícil, entre plantaciones de eucaliptos, y lleva hasta la parte superior de una cascada que se me antoja impresionante. No he sabido ni podido encontrar la manera de bajar para poder verla en todo su esplendor.

Había tomado la decisión de ir a dormir a Ferrol para, desde allí, empezar el día siguiente, así que en las afueras de la ciudad he parado para buscar un hotel y he localizado uno nuevo y espectacular a un buen precio y con garaje. No tenía ni idea que Ferrol es tan grande. He bordeado las instalaciones de los astilleros y no he podido evitar acordarme de la estupenda película “Los lunes al Sol”. Una vez en el hotel me he dado una ducha y he bajado a dar una vuelta por el barrio, buscando un sitio para cenar. He cenado muy bien y a la vuelta al hotel estoy relajándome con una cervecita y escribiendo. Mañana más.

LUNES 18 DE OCTUBRE

 

El desayuno del hotel en el que he pasado la noche ha tenido mucha variedad, lo que me ha permitido coger algo de fruta. Una vez terminado de recoger todas mis cosas y bajarlas al coche, he salido de Ferrol con la intención de conocer la cascada del río Belelle. Tras un corto trayecto en coche he llegado hasta el Pazo de Isabel II, en donde hay un aparcamiento y luego hay que recorrer por una carretera de servicio el kilómetro y medio que dista hasta la antigua estación eléctrica, que todavía suministra energía a Ferrol. El camino es cómodo y bonito en paralelo al río, excepto unos cientos de metros en los que hay un caserón antiguo que hay que rodear. Al llegar a la central he cruzado el curso por un puente y he comenzado a ascender por un sendero bastante húmedo. Al dar un giro a la derecha aparece la impresionante cascada, que me ha impresionado por su potencia. Por su tamaño y altura creo que es la más brutal de todas las cascadas que he visto hasta ahora en Galicia. Y ya son un buen número. He bajado para acercarme un poco por un impracticable senderillo lleno de peligro ya que el agua que desprendía la cascada era como una cortina que empapaba todo. He intentado hacer fotos pero el resultado ha sido una verdadera ruina ya que el objetivo de la cámara se llenaba de agua en cuanto lo descubría. Parecía lluvia horizontal como en la escena de Forest Gump en la guerra de Vietnam. De cualquier manera, aunque no haya hecho ninguna foto decente, me ha gustado mucho verla. Mientras volvía por la carretilla he bajado al río, en un lugar que me ha parecido bonito, para hacer un par de fotos antes de llegar hasta el coche.

Repuesto tras la subida, He conducido en dirección a la costa del norte de Lugo para conocer las afamados acantilados de Cantis de Lioba. No estaba muy lejos y he llegado a primera hora de la tarde. He estado en el Mirador de Coitelo y he visto su mediático banco. Es curioso como este banco fotografiado hace poco por Daniel Fernández Caxete, fotógrafo natural de Viveiro, afincado en Madrid y ganador del Astronomy Photographer of the Year 2015, se ha hecho viral en las redes sociales (aunque con poco eco en las instituciones regionales). La hora no era buena para hacer fotos pero he ido curioseando de mirador en mirador haciendo alguna de recuerdo. A media tarde he buscado un hotel próximo y he elegido uno en el Puerto de Espesante. Las vistas desde la ventana de mi habitación me han encantado. Como había visto escenarios que me gustaban, he consultado los horarios de la marea y he considerado hacer un plan para mañana. Cuando la luz bajaba, he pensado en tomarme algo por el pueblo y cenar temprano. Antes de bajar he echado una mirada por la ventana de la habitación y he vista que la marea bajaba dejando al descubierto una rocas en la playa de San Antonio, que se encuentra enfrente del hotel. He bajado con el equipo corriendo, me he puesto las botas que estaban en el coche y ya en la playa he afianzado el trípode en una de las rocas y he comenzado a hacer fotos del atardecer. Creo que alguna quedará bonita cuando las procese. Cuando he acabado, tras recoger y guardar el equipo y cambiarme de calzado, he vuelto al hotel a tomarme una cerveza. Como ya era de noche y tenía hambre, he preguntado si podía cenar. Me han dicho que si, pero tenía que esperar a que llegase la cocinera. He tomado un revuelto de níscalos delicioso y un poco de ternera asada con exquisitas patatas gallegas que estaban de muerte. Ha sido un día muy bonito y variado, pero ahora estoy cansado. En cuanto termine de escribir y tomarme la cerveza que me he subido a la habitación, me acuesto, que mañana tengo mucho que hacer. Por lo menos eso espero.

Cuando me he quitado las botas y guardado todo, he hecho un corto trayecto hasta llegar al Castillo de Narahio. Es un castillo medieval en estado ruinoso, en el que han puesto una gran cantidad de estructuras de hierro y madera para poder hacerlo visitable. Desde el aparcamiento del castillo he ido buscando la manera de acceder a la Ruta del río Castro y desde allí poder llegar a la Fervenza de Narahio. He encontrado el zigzaguean sendero que baja hasta el río, pero no he encontrado ningún acceso a la cascada desde allí. He vuelto por el mismo camino y en una de las curvas intuyo una veredita que sube en la dirección donde el GPS dice que está la cascada. He remontado una pequeña loma y allí detrás se encontraba escondida. La cascada tiene una caída bonita en dos tramos en paralelo, sobre una balsa de piedras de cierta profundidad y luego desagua por una especie de tronera. La belleza de la cascada se eclipsa por un entorno con poca vegetación y además alguien tuvo la brillante idea de hacer un acceso por un lado hasta la parte superior y poner una barandilla de madera. La vuelta hasta el coche me ha costado un poco por lo empinada que es la cuesta y eso que el suelo no es malo de andar. Mientras descansaba un poco he tomado la fruta que he cogido en el hotel, para entonarme.

Repuesto tras la subida, He conducido en dirección a la costa del norte de Lugo para conocer las afamados acantilados de Cantis de Lioba. No estaba muy lejos y he llegado a primera hora de la tarde. He estado en el Mirador de Coitelo y he visto su mediático banco. Es curioso como este banco fotografiado hace poco por Daniel Fernández Caxete, fotógrafo natural de Viveiro, afincado en Madrid y ganador del Astronomy Photographer of the Year 2015, se ha hecho viral en las redes sociales (aunque con poco eco en las instituciones regionales).

La hora no era buena para hacer fotos pero he ido curioseando de mirador en mirador haciendo alguna de recuerdo. A media tarde he buscado un hotel próximo y he elegido uno en el Puerto de Espesante. Las vistas desde la ventana de mi habitación me han encantado. Como había visto escenarios que me gustaban, he consultado los horarios de la marea y he considerado hacer un plan para mañana. Cuando la luz bajaba, he pensado en tomarme algo por el pueblo y cenar temprano. Antes de bajar he echado una mirada por la ventana de la habitación y he vista que la marea bajaba dejando al descubierto una rocas en la playa de San Antonio, que se encuentra enfrente del hotel. He bajado con el equipo corriendo, me he puesto las botas que estaban en el coche y ya en la playa he afianzado el trípode en una de las rocas y he comenzado a hacer fotos del atardecer. Creo que alguna quedará bonita cuando las procese. Cuando he acabado, tras recoger y guardar el equipo y cambiarme de calzado, he vuelto al hotel a tomarme una cerveza. Como ya era de noche y tenía hambre, he preguntado si podía cenar. Me han dicho que si, pero tenía que esperar a que llegase la cocinera. He tomado un revuelto de níscalos delicioso y un poco de ternera asada con exquisitas patatas gallegas que estaban de muerte. Ha sido un día muy bonito y variado, pero ahora estoy cansado. En cuanto termine de escribir y tomarme la cerveza que me he subido a la habitación, me acuesto, que mañana tengo mucho que hacer. Por lo menos eso espero.

MARTES 19 DE OCTUBRE

 

Estoy muy contento, ya que creo que hoy también ha sido un día redondo. Esta mañana, en cuanto he terminado de desayunar, me he acercado hasta un camino que lleva hasta la playa de Os Castros bajando por un acantilado. Al llegar al comienzo de la bajada el camino se complica y he descendido con el coche todo lo que he podido y en un ensanche lo he dado la vuelta. Por este tortuoso camino bajaban y subían los lugareños que recolectaban un tipo de alga que tenía un uso farmacológico, según me contó una anciana ayer por la tarde. Tambien me contó que solían ser las mujeres, mientras los maridos estaban en otros quehaceres en sus tierras o pastoreando las vacas, las que las recogían. Pero a raíz del naufragio y posterior desastre del Prestige, las algas desaparecieron por la contaminación, al igual que otros seres vivos de la costa, como el marisco que les permitía aportar más alimentos a sus hogares, o sacarse un dinero extra vendiéndolo a unos intermediarios que pasaban todas las tardes por las poblaciones a comprar lo que habían conseguido. 

Cuando he cogido todo el equipo que iba a bajar, he comenzado a hacerlo por el cada vez mas empinado camino, que luego se convierte en sendero y el ultimo tramo antes de llegar a la playa, en nada. Me he dirigido a la izquierda, hacia un promontorio llamado Punta de Pena Furada. La marea estaba a punto de llegar a su nivel más bajo y por ello he comenzado a bordear la punta andando por y entre las resbaladizas rocas de todos los tamaños, con mucho cuidado. Los años no pasan en balde y mis piernas y brazos han perdido fuerza. Solamente me he caído una vez y sin consecuencias, ya que ha sido una culada sobre roca plana. He tardado media hora en llegar al punto que quería hacer las fotos. En un principio, el sol que salía por la derecha detrás de mí, no iluminaba toda la roca, sino que una potente sombra partía en dos la pared que tenía frente a mí. He tenido que espera otro buen rato, con todo preparado y la preocupación de que la marea subiese demasiado. Por fin la luz del sol ha iluminado Pena Furada y he tomado unas fotos. Otra vez a recoger todo y a volver por donde he venido, o casi, ya que el agua empezaba a cubrir algunas rocas de los bajíos. Tras caerme otra vez, también sin consecuencias, he llegado a la arena de la playa. El ascenso hasta el coche se me ha hecho duro sobre todo por los pies y las rodillas que estaban doloridos por andar por las rocas como he podido. Al llegar al coche y mirar hacia abajo, al lugar de donde venía, me he sentido muy orgulloso.

Me  he cambiado el calzado y cuando he creído que estaba preparado conducir el coche, he ido hasta Viveiro, lo he atravesado y he cogido la ruta que me acerca hasta la cascada O Poza da Ferida. Tras aparcar lo mas cerca que he podido, he tomado el sendero que lleva hasta la base de la cascada por un bosque de vegetación autóctona. Al dar el camino un gran giro a la derecha, he comenzado a ver una bonita caída de agua sobre un estanque precioso. Para poder buscar el mejor ángulo de la toma he tenido que cruzar el río (de nuevo por mas piedras). Me ha gustado mucho, me parece un oasis de paz, rodeado de vegetación y en ese momento, de soledad. El rato que he pasado ha sido fabuloso. De nuevo en el coche he conducido hacia Viveiro. He parado en los alrededores de un gran hotel de arquitectura espectacular que he visto cuando venía y tras localizarlo en la red, he llamado a preguntar el precio. Me lo han dicho y he reservado una habitación con desayuno incluido por poco dinero. He esperado unos minutos y he aparcado enfrente de la puerta de acceso al edificio, me he registrado y he subido a la habitación. Me he dado una ducha en el gran baño de mi flamante habitación y ya con los pies y las piernas más relajados me he dirigido a dar un paseo por el Souto da Retorta. Es una antigua finca en la que hay una central hidroeléctrica alimentada por un canal del río Landro y una antigua plantación de eucaliptos que data de finales del siglo XIX. Entre ellos se encuentra el que dicen que es el eucalipto mas grande de Europa y el árbol más grande de España, el “avó” (abuelo), plantado hacia 1880, con más de 67 m de altura y 10,5 m de perímetro. Aparte del tamaño de los eucaliptos, arboles a los que personalmente les tengo fobia, el resto del soto no me ha parecido nada del otro mundo.

Esta mañana, cuando venía hacia aquí, he pasado por la playa de Covas y he visto desde el coche, que había unos promontorios de elevadas proporciones con cierto nivel de vegetación. He aparcado el coche y he estudiado el lugar detenidamente. Resulta que es una cresta formada por un estrato muy vertical que cuando esta parcialmente sumergida parecen islotes arbolados como los que hay en la costa de los estados de Washington y Oregón en EEUU, o las de la Bahía de Halong en Vietnam del Norte. Estas rocas las llaman Os Castelos y allí esta el monumento dedicado al recuerdo de la fragata Santa María Magdalena y el bergantín Palomo, que naufragaron muy cerca, en la ría de Viveiro en 1810, dejando 500 muertos. Tal como estaba la marea he pensado que si me subía al primer promontorio, podría hacer una foto interesante del resto. Cuando ha empezado a oscurecer he podido subir sin problemas y en una posición no muy cómoda he podido hacer la foto. Creo que va a quedar bien.

Cuando he terminado la sesión fotográfica vespertina y playera he buscado un sitio para cenar. En loa alrededores de un parque he encontrado un pequeño restaurante de barrio donde he tomado una ensalada y el típico “raxo” con patatas. Luego he ido al lujoso hotel y me he subido una cerveza a la habitación para celebrar este bonito día mientras escribo.

MIÉRCOLES 20 DE OCTUBRE

 

Hoy, al contrario que ayer, he hecho muchos kilómetros en coche por malas carreteras. Cuando he terminado de desayunar , he ido a ver O Salto do Coro en las afueras de Mondoñedo. Siguiendo las notas que tenía del acceso y tras preguntar a un paisano, he llegado al ensanche de una carretilla asfaltada de donde sale el camino. Allí he aparcado y he empezado a ascender despacio, ya que la cuesta es empinada. El entorno es muy bonito hasta que se llega al final, cerca de la cascada donde han puesto escaleras y barandillas que, aunque facilitan el acceso hasta la base de la cascada, no deja de ser un pegote. La caída de agua es muy fina y elevada, con cierta monotoneidad. De cualquier manera la visita me ha gustado. A continuación he bajado de vuelta al coche y he conducido mucho por malas carreteras hasta llegar a la Capela de Santo Esteve do Ermo, donde he aparcado el coche. Desde allí y con poca dificultad he andado un pequeño trecho hasta llegar a la Fervenza de Santo Esteve do Hermo. 

Por desgracia, bajaba poca agua por un lecho de roca muy oscuro. Supongo que con más agua, debe de ser mas bonita. Lo que me ha parecido muy extraño es que en un entrante de la pared en la caída de la cascada, alguien había tenido la idea de poner una estatua de una Virgen y no pequeña precisamente.

Cuando he vuelto al coche he seguido una señal que indicaba la salida y he recorrido varios kilómetros por una pista que seguramente sería  de servicio para la construcción de los pilares de la autovía a la que he llegado. Me encontraba un poco cansado, así que he decidido irme a Navia en Asturias, para acercarme a lo que quería hacer mañana, ya que debo de volver antes a Madrid, a hacerme unas pruebas que llevaba tiempo esperando.

Ya en Navia, he buscado un hotel, al que he llamado por teléfono para conocer el precio y si se ajusta a mis necesidades, y he reservado una buena habitación con un correcto baño, el cual lo he probado inmediatamente con una ducha. Nunca antes había estado en Navia, y la verdad es que no me ha llamado la atención nada en la ciudad. Cuando yo viajaba con cierta asiduidad a Oviedo, siempre había oído decir que Navia era la capital de la sidra y por lo tanto pensaba que iba a haber un casco mas o menos antiguo con sidrerías. Solo he visto dos y en una de ellas decía en un cartel: no tenemos sidra (me resulta paradójico). Enseguida se ha hecho de noche y me he metido en un restaurante donde anunciaban hamburguesa de ternera asturiana, que ha dejado mucho que desear. De vuelta al hotel he parado en un bar a tomarme una cerveza para pasar la cena y me he venido al hotel. En cuanto termine de escribir me acuesto.

JUEVES 21 DE OCTUBRE

 

He salido de Navia después de desayunar estupendamente en el hotel y he tomado la carretera que sube hasta Oneta, para hacer la ruta de las cascadas. He aparcado en un amplio aparcamiento vacío que hay junto al refugio, que estaba cerrado, y me he dirigido a la oficina de Turismo, que también lo estaba. He hecho unas fotos de los panfletos de los itinerarios, pegados en el interior de la puerta de cristal y me he ido hacia la pista que conduce hacia el río de Oneta. El principio ha sido por una pista de servicio monótona, pero la vista de las montañas del fondo, hacia el oeste, era una maravilla, aunque se ven demasiado los molinos de los generadores eléctricos. En cuanto me he desviado a la izquierda, para bajar hacia el río, me he metido en un precioso bosque autóctono hasta llegar a un antiguo molino semiderruido. En ese punto, girando a la izquierda, se accede a la Cascada de La Firbia, que está en un paraje lleno de rocas, muy bonito. La cascada cae sobre una balsa rodeada de grandes piedras que dan un aporte de grandeza. Me ha gustado mucho y he hecho unas cuantas fotos. Posteriormente he desandado mis pasos hasta el molino para seguir por el sendero principal, que a partir de ahora transcurre por el canal de alimentación de otro molino, hecho de mampostería, que acompaña en paralelo al río. Tras sortear una gran roca que invade la parte alta del canal he visto, mirando hacia abajo, un salto de agua muy potente pero muy oscuro al estar encajonado en la profundidad del curso, entre rocas y una espesa vegetación de bosque de ribera. He continuado por el canal hasta llegar al sifón del molino que se encontraba debajo. Allí se acaba lo sencillo y he comenzado una dura y abrupta bajada hasta llegar a la segunda cascada, la Cascada de Ulloa. La verdad es que es muy parecida a la de La Firbia, aunque el entorno es más verde y es un poco más estilizada. He tomado algunas fotos y tras pasar un rato contemplando y escuchando serenamente la belleza de la cascada hasta que he decidido volver. 

El cielo ha empezado a oscurecerse y presintiendo la lluvia que enseguida ha comenzado a caer, he vuelto deprisa recorriendo mis pasos a la inversa para subir, primeramente hasta el canal, donde por suerte ha dejado de llover y tras curiosear un poco por del cauce del río, hasta el aparcamiento donde había dejado el coche.

La tarde amenazaba con agua. He conducido hasta Mañores, que a pesar de que el GPS decía que tardaría una hora desde Oneta, me ha liado y he tardado dos y pico. Cuando he llegado a la aldea el cielo se ha roto y ha empezado a caer mucha agua. Aparte de lo tarde que se me había hecho, la bajada estaba muy peligrosa, por lo que he decidido ir a dormir al cercano pueblo de Tineo e intentarlo mañana, esperando que no lloviese. Una vez en Tineo, he buscado un alojamiento céntrico, barato pero muy decente y con vistas muy bonitas a las montañas. La ducha me ha sentado muy bien y como casi ha dejado de llover, he salido a dar una vuelta por el pueblo. Como al salir del hotelito la temperatura había bajado mucho y he cogido del coche, que tenía en la puerta, una prenda que abrigase más que la que llevaba puesta. El pueblo está en vías de la despoblación, como todos los pueblos de las cuencas carboníferas con muchos locales y casas cerrados, si no abandonados tras unas épocas de mayor esplendor económico. Mayoritariamente, por la calle, he visto personas de la tercera edad y negocios dependientes del turismo rural, cerrados por la estacionalidad o la pandemia. Pero también es cierto que Tineo se encuentra en un enclave perfecto con unas vistas maravillosas hacia el Sur, hacia Somiedo que está solo a una veintena de kilómetros en linea recta. Como se ve en las fotos que he hecho en el mirador de un parque urbano.

Después de dar vueltas he encontrado un restaurante económico en el que he cenado un menú de baja calidad por un excesivo precio. Quería haber ido al restaurante del Palacio de Meras, pero cuando me acerqué comprobé, que a pesar de lo que había leído en la red, ya no tenían el menú del Peregrino, muy habitual en los restaurantes y hospedajes del Camino de Santiago, y comer a la carta se me iba del presupuesto. Y el Camino pasa por Tineo. De hecho en mi hotelito he visto que llegaban peregrinos a varias habitaciones. Cuando después de cenar volvía al hotel, he pasado por un bareto y me he tomado una cerveza para bajar la densa cena, y enseguida he llegado hasta la puerta, mientras la lluvia apretaba de nuevo.

VIERNES 22 DE OCTUBRE

 

Me he levantado y el cielo estaba medio cubierto, tras haber estado casi toda la noche lloviendo. Al salir del hotel después de ducharme y desayunar, vuelvo de nuevo a la cercana aldea de Mañores, para aproximarme al sendero que lleva hasta la cascada de La Igualita. En cuanto iba dejando atrás Tineo, la lluvia ha empezado a caer fuertemente, así que he desistido de la visita. He considerado que me quedaba solamente un día para volver a Madrid y que para acercarme a disfrutar del Parque Natural de Somiedo, próximo destino, necesitaba más tiempo. Así que he decidido volver a casa. He pasado por sitios espectaculares por las cuenca del río Narcea y del Sil, pero no he podido ver gran cosa ya que ha seguido lloviendo hasta llegar a La Bañeza, donde he parado a comer. Tras comer y reposar un poco he vuelto a casa. Este viaje ha sido muy corto y he hecho menos fotos, ya que los escenarios han sido muy distintos, por ser zonas de menor altura que el año pasado y tras un año muy seco, pero he disfrutado mucho. Espero tener algún hueco en otro otoño próximo para continuar mi periplo por Asturias.