ORDESA 25

FOTO TOMADA "IN FRAGANTI" POR VÍCTOR EN EL CAÑÓN DE AÑÍSCLO. (GRACIAS VÍCTOR)
FOTO TOMADA "IN FRAGANTI" POR VÍCTOR EN EL CAÑÓN DE AÑÍSCLO. (GRACIAS VÍCTOR)

22 de Octubre, lunes.

Salgo muy temprano de Madrid para evitar los atascos de la M-30. En relativamente poco tiempo he podido circunvalar la ciudad y enfilar la autovía A-2. El trayecto se me ha hecho corto hasta Zaragoza, y más aún hasta Huesca, con la excitación que me produce volver a los paisajes en los que hace tanto tiempo anduve, junto a mis amigos del barrio. No pensaba nada más que en las evocaciones que tendría al volver a los lugares de mis recuerdos. Como tenía hambre y no me gusta conducir más de cuatro horas seguidas sin descansar, he parado a la salida de Huesca, en un área de servicio y allí he almorzado, tomado un café cubanito, para a continuación llenar el depósito del coche.

Al pasar Sabiñánigo he empezado a sentirme en un lugar conocido, a pesar del auge de la construcción, por los perfiles de las montañas. No he entrado en Fiscal. Solamente he dejado que las fotografías de mi mente se sucediesen en un diaporama de principios de los noventa, cuando estuve por aquí bastantes veces con Antonio “El Cainejo” y su hermano José, Paco “El Buitre”, Javi “Baloo”, Antoñito “Oso”, Quique, Luis “Rifle”, Angel “Carachapa”, Juan Carlos “Cueros” y sobre todo con Rafa “Lagarto”, mi gran amigo durante más de treinta años. Además hubo algunos otros más que estuvieron menos tiempo y de los que hoy, ni siquiera me acuerdo de su nombre. 

Al llegar al pequeño pueblo de Saravillo y tras cruzarlo, he acometido la subida, por la pista de catorce kilómetros que lleva hasta el refugio de Lavasar. Tras el traqueteante trayecto de casi una hora he aparcado el coche junto al refugio y he comenzado la senda que lleva hasta el Ibón de Plan (Basa de la Mora). El sendero transcurre cuesta abajo por un paraje arbolado y bonito aunque de difícil andar, por las grandes piedras que jalonan el camino. Tras cruzar un riachuelo y sortear un pequeño altozano tras una bucólica pradera, aparece el lago. Según se llega se puede circunvalar el lago por la izquierda fácilmente, casi en su totalidad. He empezado a hacerlo por un senderillo que te lleva por un frondoso bosquecillo de abetos que acaba en una especie de pradera de turba en la parte opuesta a la que he llegado. Tras disfrutar del solitario paisaje y del espectacular reflejo del ibón, he disfrutado haciendo unas fotos y a continuación he vuelto por el mismo senderillo ya que para completar la circunvalación del lago, hay que atravesar una especie de canchal o pedriza que no me apetecía nada.

La vuelta al refugio ha sido un poco esforzada por que el camino es bastante incómodo para mis rodillas. Cuando he llegado arriba he observado el paisaje desde la altura y creo que lo que se ve hacia el este es El Pico Aneto, y hacia el noroeste el Monte Perdido, acompañado del Cilindro de Marboré y del Soum de Ramond. Las tres grandes alturas del Macizo del Monte Perdido del Parque Nacional de Ordesa. Me ha encantado estar allí arriba, en ese precioso lugar solamente acompañado por mis pensamientos. He descansado un rato comiendo algo y disfrutando de este magnífico enclave elevado. A continuación he deshecho el tortuoso camino de la pista hasta coger la carretera y llegar hasta Bielsa, donde en sus afueras me voy a alojar esta noche.

Tras tomarme una cervecita y asearme un poco, he ido hasta el centro del pueblo de Bielsa y me he encontrado que en la subida que lleva hasta la carretera de acceso al Valle de Pineta, han construido bloques de apartamentos. Me he quedado de piedra. Supongo que en esos apartamentos caben más personas que en diez “Bielsas”. Aquí también llegó el boom inmobiliario de los noventa. 

He encontrado un restaurante antiguo clásico “Don Paco” y me ha gustado lo que tenían de menú, así que he entrado. He tomado unas brochetas de tempura de verduras y una hamburguesa de vaca de la zona que estaba buenísima, todo ello regado con un vino de Tarragona. Ahora el restaurante lo lleva en alquiler Antonio, un catalán que vino desde Lérida a jubilarse. Me ha gustado la cena y al quedarme solo con Antonio hemos charlado de la vida y demás, bebiendo un trago. He vuelto al hotel cansado por el viaje y el madrugón, pero satisfecho por lo hecho, visto, cenado y hablado. Para ser el primer día me ha gustado mucho y he empezado a disfrutar.


23 de Octubre, martes.

Me he levantado con el tiempo suficiente para llegar a desayunar el primero, ya que hasta las ocho no abría el comedor y no lo podía hacer antes. Tras una estupenda y abundante colación oscense, he cargado mi voluminoso equipaje en el coche y he comenzado mi trayecto por la preciosa carretera que lleva hasta Francia en paralelo al río Cinca. La carretera transcurre por un valle que es muy bonito de color y se va cerrando hasta que se llega a un túnel. Tras pasar el moderno túnel, resulta que estás fuera de España, en el francés Val d'Aragnouet que al abrirse, los árboles desaparecen o se cambian por monte bajo y los perfiles se redondean.

He tomado una pequeña carretera que lleva hasta tres ibones convertidos en lagos al construir sendas presas en sus desagües naturales. He subido hasta el más alto, el Cap de Long, donde he hecho algunas fotos y he visto que había una bajada de agua de cierta altura en un lateral de la carretera. Hacer unas fotos a las cascaditas me ha llevado un rato, y luego he vuelto a bajar al valle para proseguir mi camino. La única manera de hacerlo es por las carreteras D929 y D918, por las que habitualmente se disputan las etapas más duras de montaña del Tour de Francia. El paisaje está formado por altas montañas redondeadas y abiertos valles, todo ello aprovechado para la práctica del ski. He subido el impresionante Col d’Aspin y tras bajarlo por la estremecedora cuesta he comenzado el ascenso del Tourmalet. Tras este conocido puerto, se llega a la estación de ski de La Mongie, a 1800 metros de altura, desde donde se accede a las instalaciones del funicular del Pic du Midi de Bigorri.

Tenía hambre, y tras hacer una frugal comida en el coche, he cogido todo lo necesario para pasar la noche en el observatorio astronómico. Me he dirigido a la oficina de recepción para los que vamos a pernoctar en el pico que se encuentra en la estación del funicular. Allí me han dado las instrucciones, el pase y la llave de acceso a las zonas restringidas para los invitados y a la habitación. Para subir hasta el Pic du Midi es necesario tomar dos funiculares de casi cinco kilómetros de trayecto total, recorridos en 15 minutos, salvando un desnivel de 1077 metros, y con una altura sobre el suelo que a veces llega a los 245 metros. El viaje se me ha hecho corto, y con una muy buena sensación de seguridad, solamente enturbiada por los balanceos que sufre la cabina tras pasar las dos torres del tramo inferior. Cuando he llegado al final, he salido de la cabina y una persona me ha llevado hasta mi habitación que está en el Nivel 1 de la edificación, el más bajo.

Al entrar a mi minúscula habitación lo primero que me llama la atención es que desde la ventana, orientada al sur, se ve una línea de montes con una ligera capa de nieve en sus partes altas. Embobado por la impresión de verlos frente a frente, reconozco sin dudar los perfiles, aunque están colocados al contrario como nunca los había visto desde España. De izquierda a derecha están, entre otros desconocidos para mí: Maladeta, Aneto, Soum de Ramond, Monte Perdido, Cilindro de Marboré y Vignemale. La verdad es que ha sido un momento en el que me he quedado sobrecogido. Cuando me acerco más a la ventana y me asomo tras abrirla, veo que estoy sobre una pared y que abajo hay un pequeño ibón y los restos de un antiguo hotel de montaña de principios del siglo XX, cuando se subían, tanto los viajeros como los avituallamientos y enseres, andando o a lomos de mulas.

Como hasta las cinco y media de la tarde, no tendría lugar el aperitivo de bienvenida, me he dedicado a recorrer el perímetro de la plataforma exterior. En ella están los dos antiguos edificios transformados en bar y almacenes de materiales diversos de los trabajadores. Se ven algunas pequeñas construcciones metálicas y cinco cúpulas corredizas donde se ubican los distintos telescopios. En un extremo oeste está la parte exterior del edificio principal del observatorio y de la torre de televisión, y la torre misma. Parece una estación espacial suspendida en medio de la galaxia. Desde su lado norte se distinguen a veces las lejanas ciudades de Lourdes y Toulouse.

A las cinco y media, el guía de la estancia que nos ha tocado hoy, nos ha dado una charla de bienvenida en francés, con un cerrado acento que me parecía de la zona norte del país. Una vez contada la historia del Pic du Midi, en la sala de proyección circular del museo, nos hemos preparado para salir, muy bien abrigados, a una pequeña plataforma en alto para ver la puesta de sol sobre las montañas que están más a poniente. La sensación  ha sido muy fuerte a pesar de lo poco que ha durado el paso del ocaso a la puesta. He hecho alguna foto, espero que alguna decente, y luego hemos bajado a cenar al restaurante, desde el que se veían los colores rojos del crepúsculo a través de las ventanas. Como yo iba solo, me he sentado en una mesita en la que había una botella de vino tinto de 3/8, una botella de champan de 250 ml. y una botella de agua de un litro como las antiguas de La Casera, La Revoltosa o La Pitusa. La comida ha sido muy especial, muy francesa y muy lucida.

La cena y las bebidas me han dado calorías y me he ido a ver la noche a la plataforma exterior. La pena es que la luna estaba al 97% y por lo tanto, aunque se veía un poco la Vía Láctea, no era posible hacer fotos de ella. He ido a un telescopio y allí si he visto el universo como no lo había visto nunca antes. Temblando de frío o quizás de emoción he ido a otro telescopio desde que he visto la luna, con todo el acné de cráteres en su cara amarillenta. Solo le faltaba el cohete en el ojo. Estábamos a 6 grados bajo cero y el viento ha empezado a soplar con fuerza con el consiguiente aumento de la sensación térmica. Por ello a las doce de la noche nos han aconsejado retirarnos a nuestras habitaciones.

Ya en mi habitación que estaba calentita, he cogido de entre la doble ventana, la última cerveza que me quedaba, que había subido del coche, y me la estoy bebiendo mientras escribo. Estoy emocionado, exhausto y creo que por la altura voy a dormir poco a pesar de todo. Hasta mañana.


24 de Octubre, miércoles.

Esta mañana me he levantado a las seis, para recoger todas mis cosas y me he ido al comedor a desayunar. He tomado tostadas con queso y jamón y cruasanes con mermelada todo ello con zumo de naranja de botellín y café no malo para ser de un restaurante francés. A continuación he ido a la plataforma, donde hacía el frío propio del lugar y del alba, y he estado viendo la increíble salida del sol y haciendo algunas fotos. Ha sido corto el paso de la sombra a la luz, pero me ha gustado estar allí arriba viéndolo. A las nueve y media, teníamos la última reunión con visita guiada al telescopio más grande del observatorio. Pero estaba apagado y no hemos podido ver nada más que un mamotreto de hierro y cables. Como quería ver muchas cosas hoy y debía de hacer bastantes kilómetros por carreteras secundarias de montaña, he decidido acabar mi estancia en Le Pic du Midi. Llevaba conmigo la mochila  preparada con todas mis cosas y me he dirigido al funicular para bajar hasta el aparcamiento donde ayer dejé el coche. Al bajar y antes de salir de La Mongie, he pasado por la tienda de regalos donde he comprado unas prendas para mis chicas.

Una vez organizadas todas las cosas del coche, he salido en dirección al pueblo de Gavarnie, que es la parte trasera del macizo de Monte Perdido. Allí, a pocos kilómetros del pueblo hay un gran circo de glaciar, con una larga cascada y más surgencias que salen de la impresionante pared de roca. Por pequeñas, pero bonitas carreteras, entre innumerables estaciones de esquí he llegado por fin a Gavarnie. Gavarnie es un pueblo como los de las antiguas playas de España, pero al revés. En vez de línea de mar tiene un camino que lleva hacia el circo, con gran profusión de establecimientos hoteleros y restaurantes pero fuera de temporada, así que la mayoría cerrados. Para poder aparcar el coche he tenido que ir a un descampado anexo a una tienda de recuerdos y minerales. He pagado 5 € por aparcar, que se me devolverían después de hacer una compra de un artículo de más de 15 € de valor.

Tras prepararme, he comenzado el camino de cinco kilómetros que conduce hasta el Hotel de la Cascada y el Circo de Gavarnie. En un principio el sendero transcurre dulcemente bordeando el río, luego el camino se separa del río y se convierte en una ancha cuesta arriba con muchas piedras que dificultan el andar y atraviesa un bosquecillo precioso de hayas, robles, avellanos y castaños en menor proporción. El último kilómetro hasta el edificio del hotel se hace un poco más duro. El hotel estaba cerrado por estar fuera de temporada. La propiedad accede, para suministrar al hotel y al restaurante de lo necesario, por el mismo camino pero con vehículos de tracción total. Lo peor ha sido que para acercarte al circo y a la cascada, tienes que bajar un tramo, cruzar un  río y ascender por una gran cuesta de piedras provenientes de las morrenas, en lo que he tardado otra hora más para poder hacer unas fotos. El sitio es magnífico, pero no había tanta agua como en primavera, cuando gran parte de la nieve de la vertiente norte del macizo de  Monte Perdido, cae por este farallón. Incluso a la derecha según se mira sale un chorro de agua por un agujero de la pared que según dicen, viene del deshielo del Monte Perdido.

He desandado el camino y he vuelto hacia la explanada donde había dejado el coche, con los pies destrozados y doloridos de tanto andar por las piedras sueltas del circo glaciar. Tras cambiarme de calcetines y de calzado, he pasado a la tienda de minerales a ver si encontraba alguna pieza francesa para mi colección, pero solo había amatistas y ágatas de Brasil, geodas de calcita y cuarzo de Marruecos y poco más.

Así que de vuelta, en el coche, he cogido el intrincado camino que me llevaría a la frontera con España y luego a Jaca, donde voy a dormir. Cuando digo intrincado me refiero a que he pasado más de cuatro horas subiendo y bajando puertos en los que hay placas en las que se señalan los años en los que  el Tour ha pasado por ellos. He transcurrido por hermosos paisajes desolados, sin cruzarme con nadie en mucho tiempo y kilómetros. He cruzado un túnel por el que no cabían dos coches, como de cien metros de largo, sin asfaltar ni iluminar. Grandioso espectáculo de soledad. Solamente en la cima de algún puerto (Col en francés), hay algún pequeño alberge-bar. En su mayoría cerrados o abandonados.

Al final he decidido salir por la frontera del Portalet y dar un rodeo por Biescas y Sabiñánigo hasta mi destino, en vez de ir más al noreste hasta Ascot y bajar luego por Canfranc. Al pasar por Formigal y Biescas me he sorprendido por la cantidad de urbanizaciones de viviendas en pisos que he visto. Todas con idéntico tipo de construcción. Supongo que se ocuparán solamente durante la temporada de esquí. ¿Dónde estarán esos preciosos y pequeños núcleos urbanos de montaña que conocí hace años?.

Al llegar a Jaca he dejado el coche en un parking y cargado con lo imprescindible (cámara, trípode y equipaje de mano) he ido hasta el hotel por las calles peatonales de la ciudad. Tras hacer el control y dejar mis cosas en la habitación, he salido a buscar un restaurante que vi en la red, próximo al hotel. El restaurante estaba cerrado por vacaciones ya que aquí es temporada baja (ni verano, ni nieve). Dando un paseo he llegado a otro restaurante que también había visto en la red. He entrado en él con mucho hambre ya que no había comido nada más que un puñado de higos secos de La Vera. Tras dar cuenta de una parrillada de verduras, un solomillo de ternera al foie y tres vinos variados, pasando del Somontano al Ribera y luego al Rioja, he vuelto al hotel a darme una ducha reconfortante, a escribir un poco y a dormir, que estoy roto y se me cierran los ojos mientras escribo.


25 de Octubre, jueves.

La noche pasada he dormido como un tronco. Además, como en el hotel no daban el desayuno hasta las nueve menos cuarto, cosa harto rara, no he madrugado. Así que a las nueve y media salía subido en el coche, hacia Francia, a ver Le Chemin de la Mâture.

He cruzado la frontera, he encontrado el acceso sin problema y he aparcado en un pequeño claro entre el camino y el monte. Al comienzo, el ascenso se hace por una pequeña vereda rural. Al cabo de como un kilómetro, el camino se hace más empinado y se empieza a bordear el monte por una vía excavada en la roca. Según se sube y se gira, va apareciendo enfrente y más abajo, en otra montaña, las instalaciones del Fuerte del Portalet, antigua defensa, y vestigio de lo que era la conflictiva frontera hispano-francesa en otros tiempos. Teóricamente, este camino fue excavado hace casi cuatrocientos años para poder bajar los troncos de los abetos utilizados por los astilleros de la marina francesa, para los mástiles de sus navíos. Sin embargo he visto demasiadas marcas de los barrenos igual que los que he visto durante años en canteras y minas. Así que como la subida es incómoda por las piedras, y bastante empinada, para lo poco que me aporta, he decidido volver al cabo de una hora de camino. Aproximadamente en media hora estaba otra vez en el aparcamiento tras reconocerme a mí mismo que todo lo poético que sonaba lo que he leído sobre el Chemin de la Mâture no corresponde en nada con lo visto.

Así pues, he subido al col de Somport hasta llegar al aparcamiento de Sansanet, Desde allí he comenzado el duro ascenso que me llevaría hasta el Ibón de Estanés. El paisaje es muy bonito, se cruza un río y se va ascendiendo por un bonito hayedo que está todavía con bastante color. Al salir del hayedo el camino se hace más abrupto y empinado con lo que el esfuerzo iba siendo cada vez mayor. No sé en qué momento he llegado a España, porque en el campo no hay fronteras ni banderas, lo que sí sé es que cuando se acaban los árboles, se sigue subiendo por laderas empinadas de rocas y pastos. Extenuado, he llegado por fin a la depresión en donde se encuentra el ibón. He seguido andando otro rato y lo único que he pensado es que el esfuerzo ha sido demasiado para lo que he llegado a ver. No hay ningún bosquecillo ni ningún árbol, como en el Ibón de Plan, que alegren el paisaje. Y como para colmar el vaso de mi decepción, se ve en la parte norte del ibón, una estructura de piedra para captar agua.

Tras hacer un par de fotos de registro y descansar un poco bebiendo agua, he comenzado la bajada hasta el aparcamiento donde he dejado el coche. Sin embargo, al llegar al hayedo, he terminado el retorno por la pista circular del Valle de Aspe. Eso sí me ha gustado y mucho. Me encanta pasear por los hayedos sintiendo el ritmo de mis pisadas sobre el lecho dorado de hojas secas caídas, entre los rayos de sol que entran y salen entre las despobladas ramas. Creo, sin lugar a dudas, que ha sido el mejor momento del día, muy cansado por cierto.

He comido algo en el coche tomándome una vivificante cerveza y he vuelto a España otra vez por Somport, para tras atravesar Jaca, seguir por la carretera de Pamplona y en Puentelarreina tomar la dirección de Hecho y Ansó. He llegado al hotel de Hecho y tras registrarme y dejar mis cosas en la habitación, me he ido al edificio cercano donde están el bar y el restaurante del hotel. Me he tomado un par de botellines de Mahou con cacahuetes (ese momento botellín y cacahuetes, en este sitio me ha evocado los antiguos bares de los pueblos de Madrid).

Tenía las piernas muy cansadas, y como no podía ir a cenar hasta las nueve, cuando abrían el restaurante, me he dado una tranquila vuelta por el pueblo para estirarlas y relajarlas. Hecho es un pueblo en el que también hay muchas casas vacías, de reciente construcción, que se deben de utilizar solo en verano, por el contrario las casas que se veían ocupadas eran las más viejas del lugar. He vuelto al bar donde he tenido que esperar un poco de tiempo hasta que han abierto, así que me te tomado otra cerveza esperando. De repente ha empezado a llegar gente de no sé dónde y cuándo me he terminado la cerveza y he subido al comedor, ya había seis mesas con los comensales sentados y esperando. Como solo había una persona para las mesas, he tenido que esperar mi turno. He tomado una estupenda ensalada gigante y secreto ibérico a la brasa con salsa de boletos y patatas fritas. Cuando he terminado de cenar, me he tomado un chupito en el bar, luego me he venido a la habitación a escribir un poco y en un momento a dormir.


26 de Octubre, viernes.

Esta mañana me he levantado más tarde de lo que quería, ya que el bar donde podía desayunar no abre hasta las nueve. Cuando por fin he terminado, he podido salir hacia el valle, pasando por Siresa. En poco tiempo el valle se ha ido cerrando y se ha convertido en un desfiladero en que hay un gran congosto al que llaman Boca del Infierno. He continuado atravesando la Selva de Oza y luego he tomado la pista de Guarrinza unos cuatro kilómetros hasta que he dejado el coche, en un ensanche donde se permite, y he seguido andando.

La subida no es muy dura aunque he tardado una hora y media en terminarla. A mi izquierda se veía el río Aragón Subordán y el paisaje es muy bonito a pesar de ser vegetación de monte bajo solamente salpicado por algún arbolillo de hojas de color amarillo y frutos rojos, de los que no se su nombre, y que dan un toque muy bonito por el contraste de color (posteriormente he descubierto que es un arbusto que a veces tiene un porte arbóreo, llamado Cotoneaster integerrimus, eso creo). También a lo lejos he visto un salto de agua con cierta altura de caída.

Durante la subida me he cruzado con un rebaño de vacas y terneros, a los que he cedido el paso subiéndome a una piedra, por si acaso. Los últimos trescientos metros de la subida son un poco más duros y tras pasar un cubilar y la Cabaña de Aguas Tuertas, se baja por una tortuosa y rocosa senda de gran recorrido unos cuantos metros hasta que divisas una planicie verde de unos dos kilómetros de larga y trescientos metros de ancha. Lo increíble es que esta planicie está surcada por unos meandros que forma el río Aragón Subordán a su paso por ella. He ascendido un poco hacia la parte alta y rocosa de mi derecha para poder contemplar esta maravilla con toda su sutilidad y su esplendor desde una perspectiva más alta, y para poder hacer unas fotos.

A lo lejos se veía venir por la planicie, una vacada con tres personas que la arreaban para que se dirigiese hacia la salida de la misma entre las vallas que había visto anteriormente. Este momento se repite una vez al año, cuando va a caer la primera gran nevada, y los ganaderos deben de llevar el ganado a cotas más bajas tras el engorde del verano. Venía a buen paso y he hecho algunas fotos mientras cruzaban las eses de los meandros. Después de bajar hasta la planicie, que es como una turbera encharcada, he salido por donde lo habían hecho las vacas y he vuelto al camino para volver al coche. Como bajaba con buen paso, he podido acercarme a la parte de atrás del rebaño y he entablado una conversación con el propietario del mismo. Cuando he llegado al coche me he dedicado a hacer fotos de una cascada y luego he comido algo.

El trayecto de vuelta, por la pista y la carretera, ha sido un lento paseo bucólico en coche entre cientos de vacas que pasaban por la estrechez del valle. He aprovechado también algún ensanche de la carretera para parar el coche un momento y hacer alguna foto, sobre todo en la impresionante Boca del Diablo, aunque está muy escondida a la vista. El ganadero con el que he bajado andando desde Aguas Tuertas me ha dicho que esta noche iba a nevar y se notaba en el color que tomaba el cielo de la tarde y la rápida bajada de temperatura. Esta noche duermo en Biescas y mañana quiero ir a Formigal a ver el Ibón de Espelunciecha por la mañana y luego volver un poco hacia el sur para poder ver el Ibón de Piedrafita de Jaca.

Al llegar a Biescas, me he encontrado con una ciudad residencial rodeando toda la zona antigua del pueblo. He dejado mis cosas en el hotel y me he ido a dar una vuelta y a tomar un vino, a la vez que buscaba un sitio para cenar. Había sitios que tenían una pinta muy buena, pero parece ser que ese fin de semana no abrían, no sé si por estar en época de fuera de temporada, o por culpa de la previsión del tiempo. Al final he entrado en un restaurante que parecía de toda la vida, donde me he comido una ensalada muy rica y luego una ternera a la jardinera que me han caído de maravilla. Todo ello con un rico vino de Somontano. De camino de vuelta al hotel, me he detenido en un bar vecino, y me he tomado una copita recordando el día para escribirlo ahora en la habitación. En cuanto acabe de escribir esto me voy a la cama, a esperar que me depara el día de mañana.


27 de Octubre, sábado.

Mis peores pesadillas se han cumplido. Esta mañana ha amanecido nevando ligeramente. Tras ducharme y preparar mis cosas he bajado a desayunar a la cafetería del restaurante del hotel, que solamente abren para dar desayunos. Tras hacer acopio de fuerzas para el día duro que me podía esperar, me he montado en el coche, tras guardar mis pertenencias, y he cogido la carretera en dirección norte hacía la frontera con Francia y la tormenta de nieve iba “in crescendo”. Al llegar a la sección Portalet del aparcamiento de Formigal, parecía que la nieve no caía del cielo sino, como la lluvia de la escena de la guerra de Vietnam, en la película Forrest Gump, caía de lado a causa del fuerte viento. No he podido ni bajarme del coche y un poco frustrado por el chasco de no poder ver el Ibón de Espelunciecha, he descendido el puerto en dirección a Piedrafita de Jaca, a ver si al estar a menos altura, el temporal no había llegado todavía.

He llegado al pueblo y luego he seguido hasta el aparcamiento del Parque Faunístico Lecuniacha, desde donde sale la pista forestal que hay que seguir para llegar al ibón. El frío era casi el mismo que en Formigal, pero con menos viento. En el aparcamiento del parque me he encontrado con un trabajador del Gobierno de Aragón que me ha aconsejado que no fuese al ibón, ya que la pista se estaba empezando a helar y las previsiones eran que la cosa iba a peor. Así que me he vuelto a bajar a la carretera general. Durante el trayecto, desolado por la situación, he decidido ir a Bielsa, donde iba a pasar dos noches, con el propósito de entrar a Ordesa. Al aproximarme a Sabiñánigo se ha notado una mejoría del clima, al descender de cota. He conducido despacio, no tenía prisa por llegar. He ido deteniéndome en todos los sitios que me parecía que había algo que ver y fotografiar, me he desviado para ver aldeas pequeñas y otras grandes, intentando por lo menos contemplar algo que me entretuviese un poco. He hecho una parada en una pradera ensanche de la carretera donde he comido algo caliente con la vista al valle por donde va el curso del río Ara.

La última  media hora antes de llegar a Bielsa la he hecho bajo una leve pero creciente nevada al ir ganando altura. Cuando he llegado al hotel me he registrado y en la habitación he aprovechado para lavarme algunos calcetines, ya que cada vez que me cambio de calzado, me cambio de calcetines y por eso hay días que me pongo tres o cuatro pares. Manías mías. Una de las innumerables veces que me he asomado al ventanal de la terraza, he visto que en el prado vecino una cabra estaba pariendo. Ha sido todo tan rápido, que cuando he cogido la cámara, el cabrito ya había caído al suelo e intentaba ponerse en pie. En ese momento ha llegado el dueño del rebaño, ha cogido la placenta con un palo y con gran parsimonia la ha tirado a una pequeña acequia. Tras hacerlo, ha desaparecido de nuevo.

Al terminar la colada, la he puesto a secar en los radiadores de la habitación, me he puesto a leer el último libro de la saga Millenium,  “El hombre que perseguía su sombra”, de David Lagercrantz, tomándome un par de cervezas. Así se me ha hecho más corta la gélida tarde hasta la hora de la cena. Cuando me ha entrado hambre me he armado de valor y abrigándome como si fuese a una cumbre alpina, he montado en el coche y me he acercado hasta el centro del pueblo. El frío lo dominaba todo y una ligera capa de nieve empezaba a cubrirlo todo. Durante el trayecto pensaba en que si el temporal persistía me volvería para casa, ya que si seguía nevando me sería imposible subir al Parque Nacional.

He aparcado el coche en frente del supermercado y he ido andando por unas desérticas y gélidas calles. He llegado al restaurante donde estuve cenando el lunes, primera noche del viaje. He saludado a Antonio, y nada más sentarme me ha puesto una botella de vino de Tarragona y un poco de espetec  de aperitivo. He cenado un plato de ensalada variada y luego un trozo de longaniza de Graus a la plancha, con patatas fritas y pimientos rojos. Cuando parecía que a pesar de ser sábado, no iba a aparecer nadie más a cenar, llegó un grupo de seis personas y por lo menos no estaba el pequeño comedor tan vacío. Me he tomado un poco de queso con almendras y uvas de postre, y he terminado con un par de chupitos de Armagnac. 

Al acabar la cena, me he despedido de Antonio hasta mañana. Mientras iba  andando hacia el coche, sentía que el frío lo dominaba todo. He vuelto al hotel, donde me he tomado mi descafeinado cubanito, y me he ido a la habitación. Estoy escribiendo y a la vez miro por la ventana intentando adivinar lo que va a pasar mañana. Mañana se verá.


28 de Octubre, domingo.

Tras una fría noche, durante la que el ulular del viento me ha despertado varias veces, me he levantado a las siete y al mirar por la ventana me ha parecido que no nevaba casi nada. He desayunado opíparamente, y con todo lo necesario, sobre todo de ropa, he subido en el coche, sin ningún problema de nieve, hasta la explanada donde se encuentra el aparcamiento del Valle de Pineta. No nevaba mucho pero el viento hacía que la sensación no fuese muy cómoda. Llevaba puesta cuatro capas de ropa, alternando técnica y algodón y luego una buena chaqueta con forro polar y capucha. La capucha me la he puesto por encima de una gorrilla de tela que hace que tenga más calor en la cabeza.

He optado por intentar subir al circo de Lalarri, por una senda que sale detrás del Parador de Bielsa. El cerrado caminillo transcurre por un hayedo y aunque es empinado por lo menos me ha resguardado del viento. Apenas caía nieve, lo que hacía que la subida fuese menos complicada. Me he parado en un sitio que me ha gustado para descansar y hacer alguna foto mientras tanto, y han aparecido un grupo que iba a hacer el mismo recorrido que yo. Tras saludarnos me han comentado que los guardas del parque, que lo conocen muy bien, les habían comentado que el tiempo se iba a sujetar e incluso mejorar. Esta noticia me ha dado muchos ánimos y he continuado hacia arriba. El sendero se termina y se llega a la pista forestal por donde se anda mejor. Cuando he salido del bosque y he llegado al refugio de Lalarri, desde donde se divisa el circo glaciar, ya no nevaba apenas, aunque el viento todavía soplaba con fuerza.

En ese momento me he vuelto a cruzar con el grupo de antes, que venían del circo, y me han dicho que se podía llegar casi hasta el final, pero que había que tener cuidado con alguna rampa que estaba helada. He comenzado el tramo con mucho más cuidado. He avanzado más deprisa de lo que pensaba o se me ha hecho corto el tramo que lleva a un pequeño altozano donde hay dos preciosos arbolillos o arbustos. A partir de allí comienza una magna llanura en la que hay un solo árbol, un solitario vigilante del camino. Le he rodeado para no dejar pisadas, con la intención de al circunvalarlo, tener la tenue y difusa luz de espalda, para hacerle fotos. Ha sido un momento sublime y emocionante. La sensación de abatimiento que tenía ayer y esta mañana estaba mitigada por ese arbolito superviviente y solitario como yo. Me he venido arriba y tras hacer unas cuantas fotos, he continuado hasta lo más cerca que he podido de la cascada. El suelo cada vez estaba más helado y duro, y ha llegado un momento en el que debía de bajar una pequeña rampa donde me he dado la vuelta después de hacer alguna foto. No caía nieve, ni se sentía el viento pero hacía mucho frío. He vuelto contento hasta el refugio, por aquí solo quedaban un grupo de caballos que pastaban libremente impertérritos bajo el frío. Mi idea era volver bajando por las cascadas del río Lalarri, hasta llegar a la pista que conduce al tramo bajo de Las Cascadas del Cinca, pero dos personas del grupo de antes me han comunicado la opinión de los guardas, cuando ellos les han preguntado esta mañana. Imposible sin crampones, ya que las rocas estarían cubiertas de hielo y hay mucha pendiente. Y menos yo solo. He hecho tranquilamente el camino de vuelta hasta el aparcamiento, en donde ha dejado de nevar y parecía que aclaraba. Me he templado por dentro tomándome un puré de verduras que he calentado en el coche, y parecía, mientras comía, que algún rayo de sol pugnaba por salir entre las nubes.

Así que cuando he terminado de comer me he quitado una capa de ropa de abrigo, y he ido  por la pista que sale desde el hayedo que hay al final del aparcamiento y lleva hasta el Balcón de Pineta. El hayedo está bonito aunque bastante despoblado de hojas en las copas, la ventisca de estas dos últimas noches ha debido de acelerar la caída. De vez en cuando un golpe de viento traía algo de nieve de los árboles, cayendo con cierta furia, pero duraba solo eso, un aire.

He llegado hasta el puente nuevo que cruza el río Cinca en la parte baja de las cascadas. Me he detenido un buen rato para hacer fotos y disfrutar. De repente me he dado cuenta de que, en la noche anterior, se había cambiado la hora y que anochecía más pronto. He terminado de hacer las últimas fotos y he bajado a buen paso haciendo las fotos que he podido de esas maravillosas vistas.

He llegado al coche al caer la noche y estaba contento, muy contento. Por el camino hasta el hotel me sentía orgulloso de haber vencido mi miedo a la nieve y al frío. Orgulloso de no haber tomado la decisión de volverme a Madrid, ante las previsiones meteorológicas, como pensaba ayer. Orgulloso de conocer mis posibilidades y no arriesgar. Orgulloso y muy contento de haber vuelto a este sitio donde tanto disfruté hace años con los amigos.

Al llegar al hotel me he dado una ducha caliente, me he tomado una cerveza y me he ido a cenar al restaurante de Antonio, que me esperaba solamente a mí, ya que el pueblo estaba vacío. Me había preparado una parrillada de verduras y me tenía un entrecot para acompañarla. He cenado charlando con él, que se ha sentado conmigo. La verdad es que es un tío formidable y templado. Me ha gustado conocerle. Tras el postre y los chupitos, nos hemos despedido. Espero volver a verle en este pequeño y antiguo restaurante Don Paco.

Estoy tomándome una cerveza mientras escribo. En cuanto acabe de hacer las dos cosas me acuesto.


29 de Octubre, lunes.

Esta mañana me he levantado muy satisfecho por lo que hice ayer, a pesar del frío y de la nieve. Pero hoy no es ayer, y después de desayunar, dejar el hotel y guardar mis cosas en el coche, me he dirigido hacia Revilla para recorrer el senderillo que recorre los miradores que están en una faja sobre el río Yaga y desde los que se pueden apreciar algunas vistas de la Garganta de Escuaín. He encontrado sin problema el aparcamiento que hay en una curva antes del pueblo de Revilla y tras prepararme, he comenzado el paseo. En todas las informaciones que he visto y leído ponen que es un trayecto muy cómodo y sin desnivel, pero creo que eso lo escriben personas que deben de estar en perfectas condiciones físicas ya que a mí me ha costado más de lo que me pensaba, o es que estaba muy cansado de ayer. Los miradores te permiten ver unas vistas preciosas, rotundas y duras. Así son los relieves de las tierras de Ordesa. El último mirador está ubicado en la confluencia de la Garganta de Escuaín con el barranco de Angonés y la sensación es brutal por la potencia de la erosión de un pequeño curso de agua que viene del antiguo circo glaciar de la Sarra.

He desandado el camino y parte de la carretera para tomar otra, muy bonita, pero prácticamente abandonada a la suerte de convertirse en un continuo bache, para dirigirme al pueblo de Escuaín, en el que no vive nadie. Las únicas personas que están todos los días en el abandonado pueblo, aparte de los turistas, son los empleados del Parque Nacional, que tienen una oficina de información en tan aislado lugar. Durante el trayecto de subida me he cruzado dos grandes tractores, con gigantescos remolques cargados de vacas que bajaban del abandonado pueblo. En los dos casos, iba por la parte externa de la carretera, la del vacío, y la verdad es que han sido momentos un poco tensos.

Una vez aparcado el coche a la entrada del pueblo, me he dirigido a la oficina de información del Parque y después de ver unas fotos antiguas, he empezado a recorrer el sendero que comienza al lado de la casa de la oficina. La senda circular es una ridiculez de relleno para mi gusto (no la senda en sí, si no lo que se ve desde ella). Me parece que poner aquí una oficina es un poco absurdo en sí, es intentar cargar de contenido donde no hay.

Terminado el recorrido circular he comido algo en el coche y a continuación he comenzado a subir la pista forestal, que según la información textual de Parques Nacionales, “ofrece buenas panorámicas sobre la parte alta de la garganta”. Cuando llevaba media hora subiendo y no veía nada por la espesa vegetación y digo nada totalmente seguro, me he dado la vuelta bastante enfadado por cierto. Además, el viento ha empezado a soplar con rabiosa fuerza y no me apetecía nada seguir. Total, que he vuelto al coche, he tomado de nuevo la horrible carretera y he llegado al hotel de Escalona a las cuatro y media.

Una vez instalado en el hotel, me he acercado a la Oficina de Turismo para enterarme de cómo estaba el acceso por carretera hasta el Cañón de Añisclo, donde quiero ir mañana. Me han confirmado que la espectacular carretera que bordea el río Bellós (HU 631), está cortada desde hace un año y medio, en el único sentido que se podía circular en los últimos años, por el desprendimiento de uno de los tres pequeños túneles que hay en el recorrido. Así que, para acceder al aparcamiento más próximo al inicio del Cañón de Añisclo y a la Ermita de San Urbez, hay que dar un rodeo de más de veinte kilómetros y cincuenta minutos por la carreterita nueva y revirada que hicieron hace casi treinta años.

He dado una vuelta por la orilla del río Bellós y los alrededores de Escalona, para hacer tiempo, pero el viento era insufrible y me vuelto al hotel a leer y a escribir. Luego, como hacía frío y no quería salir a la calle, se me ha ocurrido cenar en el mismo hotel el menú, y me he equivocado. La cena ha consistido en un acuoso timbal de espinacas y puré de patatas, descongelado de mala manera. Y de segundo, una cinta de lomo con patatas. Si no hubiese tomado esto, la oferta hubiese sido peor para mi gusto. Al terminar la… (no se me ocurre ningún adjetivo)… cena, me he pedido una copita y me la estoy tomando en la habitación acompañado por el bramido del vendaval. El día de hoy no ha sido muy afortunado para casi nada. Espero que mañana la cosa sea mejor.


30 de Octubre, martes.

 

Esta mañana nada más despertarme he mirado por la ventana y he visto un cielo amenazante de nubes. El aire parecía que se había calmado casi en su totalidad. La oferta del desayuno es muy completa y además tenía hambre por la escasa cena de ayer, así que he tomado un desayuno como para aguantar todo el día en el monte. Tras el pago de la factura he guardado todo en el coche y he dado el endiablado rodeo por la carretera, pasando por Puyarruego y Buerba hasta llegar casi a la carretera cortada. Cuando he llegado había tres coches y sus ocupantes se preparaban para bajar. En ese momento ha llegado un vehículo del Parque Nacional y nos ha dicho que se podía bajar al nivel del río hasta una curva donde podíamos aparcar en el borde, dejando el paso a los vehículos de las empresas que están restaurando el túnel colapsado. Mejor, porque así nos ahorramos un tramo de un kilómetro de bajada y de otro más de subida.

Primeramente he cogido la senda del molino del río Aso. A mí no me atrae mucho lo de las piedras puestas por el hombre, por lo que sin detenerme demasiado, he continuado, tras cruzar el río, hacia el Este, buscando la senda que gira a la izquierda y sube por el cañón bordeando el rio Bellós. Cuando he comenzado a subir, me ha parecido que estaba en algún sitio familiar. La temperatura era estupenda y el cielo estaba cubierto de nubes altas, con lo que la luz era perfecta. La subida no es muy dura o así me lo ha parecido. Quizás porque estaba pendiente de las pozas de agua de un increíble color azul turquesa. Estas pozas se forman en las llamadas “gorgas”, que son estrechamientos del lecho fluvial provocados por la caída y posterior encaje, de grandes rocas de las colosales paredes del cañón y que tienen una gran belleza magnética. Según subimos río arriba las gorgas se llaman EscaliallaFumosaCastiellodel Mallóndel Cumaz, de la ToscaNegra, de la Mirona y de Esquiruelo. Preciosos y románticos nombres que seguro que tienen un significado en la antigua “fabla” aragonesa. Esta lengua occitana y gascona se hablaba antiguamente en el Alto Aragón y oí hablar en ella el otro día en el pueblo de Hecho, en el bar del hotel cuando estuve tomando cervezas, entre tres paisanos, por lo que parecer ser que sigue viva en poblaciones rurales.

He podido acceder a bajar a alguna de ellas, por senderillos dificultosos, para disfrutar haciendo fotos de las caídas de agua. He saltado de piedra en piedra, sin caerme ni una vez, emocionado por las murmurantes y cantarinas corrientes de agua. En una de ellas me he encontrado a Víctor, una persona de Castellón, que también estaba haciendo fotos, y al que había visto en el aparcamiento de arriba antes de bajar. Iba como loco con una cámara Sony muy buena y un montón de objetivos que cambiaba como un poseso. Hemos charlado lógicamente del sitio y luego hemos ido juntos parte del camino intercambiando opiniones y experiencias. Hemos subido y bajado a las pozas que hemos podido. Como la mayoría de las bajadas las encontraba yo, me ha dicho varias veces: joder, tío, pareces que las hueles !!!!!!. Y me hacía mucha gracia como me lo decía. La luz era perfecta a pesar del cielo amenazante y creo que puede haber alguna foto bonita. Asomarse a algunas de las pozas, desde las grandes piedras, a veces daba miedo. El tiempo ha pasado rápidamente, como siempre que haces algo interesante y la luz empezaba a bajar, por lo que me he despedido de Víctor, que se alojaba en Torla, con la intención de vernos en Ordesa al día siguiente. Víctor ha bajado a una poza a la que no había bajado por no encontrar antes la manera, y yo he ido a terminar la pequeña senda hasta la Ermita de San Urbez. Me hace gracia que no haya ningún dato vital contrastado de este santo francés, incluso las autoridades eclesiásticas dudan de que haya existido y sea solo una leyenda, pero tiene una ermita y se le rinde culto. Increíble

Al volver al coche he bebido una cerveza mientras hablaba con unas mujeres interesadas por la ornitología, que venían desde Madrid y que buscaban ver a algún quebrantahuesos, aunque todavía no habían visto ninguno. Mientras comía algo he pensado en las suculentas truchas fario que he visto en una de las pozas y me he acordado de Rafa, mi amigo, con el que estuve aquí varias veces hace tanto tiempo, y que me enseñó lo que son Los Ríos con mayúsculas.

He comido observando como el cielo se encapotaba según se acababa el día y me he dirigido hacia Oto, un pequeño pueblo prácticamente abandonado situado a un kilómetro escaso de Broto, donde está el hotel en el que voy a dormir las últimas noches. Cuando he llegado al hotel ha comenzado a llover suavemente. Tras registrarme y dejar mis cosas en la habitación, he ido a la carnicería de Broto a indagar por los embutidos y quesos que me quiero llevar a casa. 

Broto ha crecido tanto a lo alto y largo en la carretera, como a lo ancho en la parte baja, donde la profusión de edificios turísticos es enorme. He entrado en un bar restaurante de diseño, con camarera estilosa añadida, donde me he tomado un vino y un pinchito en la más completa soledad, hasta que han llegado el carnicero con el que había hablado antes y el dueño del bar que se han puesto a mirar papeles tomándose una cerveza. Cuando he terminado he salido a coger el coche y luego me he dirigido al hotel, donde he cenado un rico menú con vino de la zona. Me he llevado una copa a la habitación y mientras escribo, el tiempo ha empeorado y la lluvia cae y suena con fuerza. No sé lo que pasará mañana ni lo que podré hacer, pero el fabuloso día de hoy está ya en mi cabeza y no se va a borrar.  


31 de Octubre, miércoles.

La noche pasada me he despertado varias veces por el ruido que provoca el chorro de agua de un canalón al caer al suelo. Cuando ha sonado el despertador la lluvia caía con fuerza, lo que presagiaba un día de descanso. Me ha llamado Víctor y me ha dicho que en Torla, el último pueblo antes del Ordesa, estaba cayendo mucha agua. Le he dicho que a pesar de la lluvia, yo iba a ir a ver el Valle de Bujaruelo, que aunque está fuera del Parque Nacional, lo recuerdo como un sitio de disfrute. A las ocho me he tomado un buen desayuno para pasar el día y tras coger mis cosas me he ido hacia Bujaruelo.

Para acceder al valle, hay que subir hasta la rotonda del Puente de los Navarros y coger la pista de la izquierda, si coges la carretera de la derecha empieza el Parque Nacional, y se llega al aparcamiento de la Pradera de Ordesa. La pista te conduce hasta el refugio y al aparcamiento de Bujaruelo, que está en un lugar donde se ubica la Ermita de San Nicolás de Bujaruelo, pasando por un camping de lujo que hay a mitad de camino. La pista tiene tramos  de cemento, pero en su mayor parte es de tierra y piedras.

Según ascendía por la pista la lluvia se ha convertido en nieve, que caía desde un cielo blanco y bajo que no dejaba ver apenas, los increíbles planos multicolores de las paredes del valle. Cuando he llegado al refugio, como el bar estaba abierto, he entrado y me he tomado un cubanito que me ha reconfortado de las inclemencias del clima. Mientras me tomaba el vivificador café he pensado que allí no hacía nada y que me iba a ir al Parque. He bajado hasta el cruce del Puente de Los Navarros y he tomado la carretera que tras cinco kilómetros de subida acaba en el aparcamiento. He aparcado en el fondo y he dedicado el tiempo a mirar mapas y papeles bajo la incesante lluvia.

Al cabo del rato ha sonado el teléfono. Era Víctor que me decía que estaba también en el aparcamiento. Ha sido como una llamada premonitoria, de repente ha cesado de llover y parecía que un rayo de sol pugnaba por salir. Estábamos solo a unos diez metros el uno del otro, esperando que dejase de llover y no nos habíamos visto. Bien pertrechado para la lluvia he salido del coche y al vernos nos hemos saludado en medio de risas. Nos hemos ido por el camino que lleva hacia el puente de los Cazadores, y a su famosa subida a la Senda de los Cazadores que asciende hasta la faja Pelay. El camino te lleva por un bosque de coníferas y hayas, por el que hemos disfrutando mucho haciendo fotos. Yo iba con la cámara colgando del cuello y otro objetivo gran angular en el bolsillo. Víctor iba como una moto, acelerado, cambiando de objetivo (creo que llevaba cinco) cada dos minutos. No sé cuántas fotos ha hecho en ese tiempo. Supongo que ha batido el récord. El tiempo ha pasado rápidamente y sin darnos cuenta la luz ha bajado, y la lluvia ha comenzado de nuevo. Hemos vuelto con buen paso hasta el aparcamiento, donde nos hemos despedido con la intención de vernos mañana. Me he puesto una chaqueta seca, la que llevaba no cala pero la he extendido en el asiento de atrás para que se secasen las gotas de agua y me he puesto otras botas sin barro. Me he calentado algo de comer, que me ha sentado de perlas, y me he quedado un rato por si cesaba la lluvia. Al ver que esto no sucedía y oscurecía, he puesto el motor en marcha y he vuelto al hotel.

Al llegar al hotel he bajado la cámara y mientras cargaba la batería, la he estado limpiando con esmero al igual que los objetivos, ya que les habían caído muchas gotas de lluvia que iba limpiando, sobre la marcha, con pañuelos de papel. Las lentes las limpiaba, como debe de ser, con la toallita acrílica, que no deja pelillos. Cuando he terminado de limpiarlo todo y de guardarlo, como era un poco pronto para cenar, me he acercado hasta Fiscal a darme una vuelta.

Aunque hayan construido un acceso nuevo a Fiscal, yo he accedido por el antiguo, cruzando el estrecho y largo puente sobre el río Ara. Hay muchas nuevas casas construidas donde antes había pequeños prados, pero me he sentido en un lugar totalmente reconocible. He llegado a Casa Cadenas y estaba cerrada. He parado el coche y he recorrido la fachada, recordando perfectamente como era cuando vine por primera vez, en la Semana Santa de mil novecientos noventa y uno. En el invierno anterior dos hermanos, amigos del barrio, se habían metido en el proyecto de comprar la antigua casa señorial de la familia Los Cadenas de Jaca, para convertirla en un pequeño hotel. Para ello habían vendido todo lo que tenían y se habían hipotecado hasta las cejas. A partir de entonces, y durante dos años y pico, un grupo de amigos y conocidos, nos dedicamos a venir cuando podíamos, a ayudar a desmontar lo innecesario de la casa, dejándola en la estructura, para después reconstruirla de nuevo por dentro, ya que todo el perímetro exterior era de muros de piedra. La condición era que a cambio de suelo para dormir con una colchoneta y saco, cuarto de baño y cocina, podríamos quedarnos allí, un día trabajando y otro yendo al monte. Así que durante dos años iba, cuando podía, a trabajar y a hacer senderismo por Ordesa. Cuando se inauguró el hotel, incluso mi amigo Javi, que era profesional de la hostelería, se quedó a vivir y a trabajar allí.

Teresa y yo estuvimos una vez, pasando un día durante un viaje a Francia, en el verano del año dos mil, con Troll, nuestro schnauzer gigante. Algún tiempo despues, murió José, el hermano mayor y Antonio el otro hermano, entró en una espiral de soledad, impotencia y alcoholismo, que le llevó a abandonar el negocio y volver a Madrid, a casa de una de sus hermanas donde murió hace pocos años con la cabeza hecha polvo.

Visitar Fiscal me ha evocado demasiadas cosas buenas y cosas malas. He montado en el coche y ha aparcado en el Hotel Ara, donde me he tomado un vino brindando por todos los que se han ido y por los pocos que quedamos vivos de aquella época pasada. 

De vuelta a Broto he ido a tomarme otro vino y un pincho en el bar de moda, para más tarde volver a cenar a mi hotel. Creo que la relación calidad precio de la cena del hotel es buena y además es lo que más me gusta del mismo. Cuando he terminado me he pedido una copita y me he venido a la habitación a escribir. Ahora me pondré a leer un rato, que tengo el espíritu algo agitado por los recuerdos.


1 de Noviembre, jueves.

Esta noche pasada he dormido bastante inquieto. Ayer, en Fiscal, rememoré muchas situaciones y recuerdos que me habían agitado el espíritu, impidiéndome conciliar el sueño tranquilamente. Cuando ha sonado el despertador estaba despierto y he bajado al comedor incluso antes de que terminasen de colocar todas las cosas del desayuno. A las ocho y cuarto he cogido el coche con todo preparado para subir al aparcamiento de la Pradera de Ordesa. Las previsiones para hoy es que no iba a haber lluvia. La luz era muy bonita y presagiaba un buen día por lo menos en cotas bajas. Cuando he llegado he aparcado lo más cerca posible del inicio de los senderos que parten de esta parte del grandísimo aparcamiento del Parque. Había ya muchos coches aparcados e incluso tres autobuses de los que salían muchas personas pertrechadas para un día en la nieve. Se notaba que este fin de semana es puente en casi toda España.

Hacía bastante frío, así que me he abrigado bien, pensando que luego me quitaría alguna prenda. Había ya mucha gente por la Pradera, ya que era el primer día del puente de Todos los Santos, como  pude contrastar ayer en Broto. En un principio el camino a la cascada de la Cola de Caballo transcurre  por la parte más llana del valle. Un poco antes de llegar al Barranco de las Ollas el camino hace un giro a la izquierda y otro a la derecha en los que se empieza a coger altura pasando por el precioso bosque mezclado de pinos y hayas. La ligera nevada caída ayer tarde y esta noche pasada, hace que el camino por este antiguo valle glaciar, sea más bonito todavía con las paredes maquilladas con su colorido otoñal. A partir de aquí empieza a haber unos pequeños desvíos del camino principal que llevan a los miradores desde los que se ven los preciosos saltos de agua del río Arazas (cascadas de Arripas, de la Cueva y del Estrecho). Desde estos miradores hay vistas espléndidas de los rápidos y las cascadas. Lo que sucede es que están muy escondidas y oscuras en esta época del año y a estas horas, para hacer fotos decentes. Ya veremos cómo quedan.  A esta cota el precioso bosque es mayoritariamente de hayas, y tiene una plasticidad enorme. Pasamos por un pequeño refugio de madera y a continuación se vuelve a ganar altura en un cerrado zigzag a derecha y a izquierda.

Durante toda esta parte del camino he ido tranquilamente, a mi paso disfrutando de esta fría y preciosa mañana otoñal, deteniéndome a hacer fotos a mi aire. Éramos tantas personas en el trayecto, que parecía que íbamos a una romería, menos mal que a partir del punto de acceso a los miradores de las cascadas el número de los caminantes ha descendido. Desde de la Fuente de las Gradas el camino tenía la cantidad de nieve helada suficiente como para empezar a ser un poco peligrosa, ya que la subida es por unos altos y grandes escalones de roca. En las Gradas de Soaso todas las rocas que no están sumergidas estaban cubiertas de nieve. Había lugares en donde se acumulaban más de una cuarta de nieve. He seguido ascendiendo bordeando las gradas con mucha precaución, sin hacer casi fotos ya que la luz de esta sombría zona, era horrorosamente azul y plana.

Una vez que se pasa el desnivel de las gradas, el camino por el Soaso es bastante más asequible y fácil. A pesar de la altura y de la nieve, el sol y su blanco reflejo calientan un poco. El último tramo hasta la cascada de Cola de Caballo es donde hay más nieve acumulada, llegando a superar más de los cuarenta centímetros a solo unos pocos metros del sendero por el que íbamos en fila.

Mi sorpresa ha sido cuando el camino ha hecho el último giro tras el que se esconde la cascada. Allí me he encontrado como con una especie de colonia de pingüinos hacinada entre las rocas cubiertas de nieve, de los alrededores. No me había dado cuenta que me había adelantado tanta gente en mi lenta subida y en mis pausas. La mayoría de ellos habían sacado bocadillos y estaban reponiendo fuerzas. Me he podido acercar a la cascada para encontrar un sitio en el que pudiera hacer algunas fotos con buen ángulo. De las cuatro o cinco veces que he estado allí, esta vez es la  que he visto la cascada con menos agua, ni siquiera en Agosto. En el momento en que estaba bien colocado, e iba a disparar la cámara, han aparecido un grupo de personas que han irrumpido, para hacerse “selfies” subiéndose en las rocas que emergen de la base de la cascada. Me he cabreado mucho, pero curiosamente (y me alegro de ello), no he sido el único que les ha afeado su actitud. Me ha encantado. Han salido de la parte de debajo de la cascada, y los demás hemos podido hacer fotos ordenadamente.

Al terminar de hacer fotos me he dado cuenta de que estaba extenuado, tras haber tardado cuatro horas en hacer la subida. Este precioso itinerario por el Valle de Ordesa, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1997. Me he buscado una piedra para reposar mirando hacia la cascada, mientras me comía un puñado de higos secos que llevaba para comer. Los higos me encantan y además no aportan grasas ni colesterol. Por el contrario, aportan azúcar natural, por lo tanto energía, fibra, calcio y multitud de vitaminas.

He comenzado la bajada teniendo mucho cuidado en ciertos lugares de las zonas de umbría, donde la nieve pisada era más peligrosa ahora que en el momento de la subida, ayudándome con mi bastón. Las rodillas me empezaban a doler bastante por el esfuerzo, pero no me han fallado en los tramos difíciles. A las dos horas de bajada, he cogido a la izquierda un senderillo que me ha llevado a ver en todo su esplendor las cascadas desde otro punto de vista, para volver luego al aparcamiento de la Pradera por los puentes de Arripas  y de Los Cazadores y así volver en el último tramo por otro camino distinto al de la subida.

Cuando he llegado a donde tenía el coche estaba exhausto. En total han sido más de siete horas y dieciocho kilómetros de camino, pero ha merecido la pena. El esfuerzo ha sido mucho pero la recompensa mayor. Me he tomado una cerveza disfrutando del momento de las sensaciones. Luego he comido algo dando vueltas en mi cabeza a lo visto y a lo recordado. Me ha venido a la memoria la primera vez que subí a la Cola de Caballo. Era un caluroso día de Semana Santa y llegamos arriba con mucho calor y a Luis “El Rifle” solo se le ocurrió quedarse en traje de baño y arrojarse a la balsa de agua que se forma en la base de la cascada. Yo creo que salió sin tocar el agua, dando un alarido de lo fría que estaba. Todos los  amigos que íbamos nos partíamos de la risa. El agua estaba tan fría que mi perro Fassbier, el padre de Troll, no se mojó nada más que las patas para beber agua.

Había una pequeña retención de vehículos en la salida del aparcamiento y otra más larga en el cruce del Puente de los Navarros cuando he decidido volver al hotel. Ya en la habitación, me he dado una ducha caliente y una vez terminada he ido a Broto a tomar algo. He tenido la suerte de aparcar en el centro a pesar de que el pueblo estaba lleno de coches. Las tiendas y los bares estaban a rebosar. He vuelto a la carnicería donde estuve el otro día y he elegido muchos artículos frescos para envasar al vacío y otros para recogerlos juntos mañana y llevarlos a casa. A continuación me he tomado un par de vinos en los dos bares a los que he podido entrar, no sin gran agobio. Nada más llegar al hotel he cenado con ganas y tras hacerlo he pedido una copa que me he llevado a la habitación para tomármela mientras escribo esto. Como hoy parece que estoy más inspirado con la escritura, o más inspirado con la celebración, he subido al bar y me he pedido otra copita.

Ha sido un día muy duro y tenso por la nieve y el hielo del camino. Tenía que estar super concentrado para intentar no resbalarme y caer, y, a pesar de algún pequeño susto, lo he conseguido. Estoy satisfecho por el día pasado. A ver el tiempo que me hace mañana en Bujaruelo, mi último día por Ordesa.


2 de Noviembre, viernes.

Hoy me he levantado con las piernas un poco doloridas por el esfuerzo que hice ayer en Ordesa para subir a la Cola de Caballo. A pesar de ello he vuelto a estar el primero en el restaurante del hotel para dar buena cuenta de un desayuno pantagruélico. Con las fuerzas renovadas he montado  en el coche con mis cosas, y he tomado de nuevo la carretera hasta el Puente de los Navarros. Allí he cogido la pista que lleva hasta el aparcamiento del refugio de Bujaruelo junto a la ermita de San Nicolás de Bujaruelo. El cielo estaba parcialmente cubierto por espesas nubes, pero a la vez los trozos de cielo que aparecían esporadicamente, tenían un color azul precioso.

Una vez pertrechado para el frío, he comenzado mi paseo cruzando el puente de Bujaruelo, recorriendo la pradera que bordea el río Ara y compartiendo el espacio con una gran cantidad de vacas y terneros que se encontraban pastando jugosa hierba tranquilamente. Iba abrigado hasta la cabeza ya que el frío aire traía violentamente copos helados de nieve a pesar del sol.

Cuando he llegado a la indicación del viejo puente de Oncins he girado a la derecha y luego a la izquierda para ascender por la pista que sube hasta el refugio del Vado de Ordiso. La proximidad a la pared de la derecha hacía que fuese mayor la protección del viento y de la nieve que seguían cayendo a pesar del sol. La pendiente no es demasiado exigente con lo que mis cansadas piernas iban aguantando bien la subida. La pista transcurre por debajo de Las Trapas y de la Faja Pich hasta que se llega al barranco del Salto Pich, que aparece a nuestra derecha, donde se forma una delgada cascada de ochenta metros de altura. El caudal de agua cruza la pista y baja hasta el cauce del río Ara.

El paisaje es frondoso y se ven todas las gamas de los colores otoñales. Mientras andaba a mi ritmo  me han pasado un grupo de jóvenes catalanes y una familia vasca. Solo nos hemos saludado pero cada uno de nosotros ha saludado en su “lingua mater”  (bon diaegun on, buenos días). Cuando he llegado al Vado de Ordiso me he encontrado con la panda catalana que estaban almorzando. Yo me he aligerado de peso para andorrear por el pequeño collado del vado, a la par que me comía unos higos. Allí arriba el viento soplaba con fuerza y la nieve molestaba en la cara y me mojaba los vidrios de las gafas. Así que he comenzado el descenso por la pista deteniéndome en el Salto Pich para hacer alguna foto. Cuando anteriormente iba subiendo he visto la senda que baja hasta el puente colgante del Burguil. Esta vez sí he descendido por ella hasta encontrarlo. Al pisar las tablas el puente ha empezado a moverse y mi sensación de vértigo me ha alarmado. Agarrándome a los cables he cruzado al otro lado del río y he dejado todas mis cosas en el suelo firme. Con solo la cámara al cuello he vuelto al puente para hacer fotos del curso y del paisaje del río. Detrás de mí ha llegado una pareja de Madrid y nos hemos hecho fotos recíprocamente en medio del puente.

De vuelta a la pista he seguido bajando hasta la pradera. Allí he girado a la derecha para ir por la senda que te aproxima al río y al Puente de Oncins. El pequeño puente de Oncins no es nada de especial, pero tiene vistas muy distintas desde sus dos pretiles. Hacia el sur, la pradera, hay una pequeña balsa de agua y justo a su lado crece un haya cuyo inclinado y torcido tronco es elegido por todos los descerebrados para subirse y hacerse “unos malditos selfies” por lo que el retorcido tronco está desgastado de tanto uso. En su parte norte se ve un estrechamiento del río Ara que está encajonado entre el lecho de rocas y el propio pretil del puente. La sensación es que parece un sinuoso y hermoso canal pétreo de color azul. Me he entretenido haciendo unas fotos para luego seguir por la otra parte del río hasta la Fuente de Oncins, continuando hasta el aparcamiento.

El viento se había embravecido y la sensación térmica aumentaba. He comido algo, que me he calentado en el coche, mientras me tomaba una cerveza y después he entrado en el bar del refugio, que estaba a rebosar a tomarme un café cubano. Lo curioso del momento ha sido que hoy me han cobrado el doble de lo que pagué anteayer por lo mismo, debe ser eso de la ley de la oferta y la demanda. Como no era demasiado tarde he decidido que, para despedirme de este maravilloso Parque, iba a volver a la Pradera de Ordesa a darme una vuelta al anochecer. Mientras bajaba por la pista hacia la carretera me he ido deteniendo y bajando del coche, donde me parecía que podía hacer alguna foto bonita del cauce y orillas del río Ara.

Al legar al aparcamiento de la Pradera de Ordesa me he dirigido  hacia el fondo y he tenido suerte para aparcar, ya que a esa hora se iba mucha gente. He dado un paseo por el  hayedo del Puente de los Cazadores, mirando arriba, casi al cielo, hacia El GallineroLa CárqueraL’Acuta…. todas las impresionantes alturas que ahora se veían espectaculares con la luz roja de la puesta del sol. He hecho alguna foto, que serán muy diferentes y peores de lo que he visto. Cuando se ha hecho noche cerrada he cogido el coche con el corazón en un puño, encogido por todo lo visto y sentido durante estos días.

He vuelto a Oto, al hotel, donde he descargado las cosas necesarias. Me he tomado una cerveza mientras me duchaba y organizaba. A continuación he ido a Broto para recoger los encargos. He aparcado en las afueras del pueblo ya que parecía que estaba en el centro de una capital. En la carnicería me han reconocido nada más llegar y me han dado una caja llena de quesos y embutidos. Han tenido el detalle de regalarme una longaniza curada artesana que no había cogido ayer. He llevado la caja hasta el coche y he vuelto a otra tienda a comprar unos patés artesanos de la zona, un pastel ruso y unas pastas. Con la bolsa llena de compras, me he metido en el bar de diseño y me he tomado un vino con un pincho. A continuación he ido a recoger el coche y he vuelto al hotel, donde he preparado la maleta, he leído un poco y he subido a cenar. 

El hotel donde voy a terminar mi viaje, es el que menos me ha gustado de todos en los que he estado este viaje. Sin embargo el desayuno, la cena de menú (no hay carta), y el trato personal han sido muy buenos. Al terminar me he despedido de Cinthya, la camarera argentina, y la he pedido una copita tras el café descafeinado cubano. Luego he bajado a la habitación para escribir mis notas. He terminado de escribir y he pensado en subir al bar a pedir otra copa para tomármela leyendo o no sé cómo. Eso voy a hacer antes de dormir.


Para acabar.

He llegado a casa muy contento y satisfecho. Como siempre que llego a casa después de un viaje, Teresa me había hecho una ensaladilla rusa ecléctica para comer. Hemos empezado a probar los quesos, embutidos y patés, que me parecen todos muy ricos (también eso dicen mis chicas). Si algo puedo decir de este viaje, es que el esfuerzo realizado la mayor parte de los días ha valido la pena. Cada vez me cuesta más esfuerzo y jadeos llegar a los sitios que quiero conocer o volver a ver, pero ahora mismo empiezo a barajar distintas posibilidades para el próximo reto. En este viaje ha habido momentos y lugares en los que los recuerdos y la nostalgia de otros tiempos y de otras personas me han embargado y a la vez me han alegrado porque los viví y disfruté anteriormente, aunque fuese de otra manera. He vencido al desánimo, al cansancio e incluso a veces al miedo.

 

SOLAMENTE ME PUEDO DECIR A MI MISMO “GRACIAS POR VENIR”.



FIN