22 de Octubre, domingo.

 

Esta mañana me he levantado muy temprano. A las seis y media más o menos, tras tomar el aburrido desayuno diario, salía del hotel rumbo al norte hacia las formaciones del exterior donde estuve ayer, para hacer fotos con la luz del amanecer y a la vez poder hacer fotos, de la parte que no se ve desde el Valle, de las rocas de la zona norte del mismo. Me he pasado un buen rato haciendo fotos y pasando frío ya que el sol estaba rompiendo el alba y hacía cinco grados bajo cero.

A las ocho, hora a la que abren el Valle, he accedido y me he hecho el recorrido haciendo fotos, algunas casi iguales a las de ayer, pero con distinta luz y con otra mirada. Cuando he concluido de dar la vuelta, me he dirigido al Centro de Visitantes, que tiene un hotel siempre llenísimo y carísimo, sobre todo las suites cuyas terrazas dan al Valle. Así mismo cuenta con un restaurante y una grandísima y variadísima tienda de recuerdos y regalos. Por ejemplo, tienen las cuarenta y cinco películas rodadas en Monument Valley, desde la primera de John Ford, La Diligencia (1939), hasta Mil maneras de morder el Polvo (2014), pasando por Forrest Gump, Easy Rider y 2001, Una odisea en el espacio. Aunque en realidad, lo primero que se rodó aquí, y lo más desconocido, fueron unas escenas de una especie de fotonovela muda de Zane Grey en 1925.

Enfrente del Centro de Visitantes, hay un aparcamiento donde está el lugar del que salen las camionetas que hacen el recorrido del Valle. Me he dirigido a un grupo de conductores nativos y les he preguntado por cómo se podía ver la parte privada reservada a los nativos. Uno de ellos me ha contestado que, en unos minutos, iba a llevar a dos personas en su todoterreno a hacer una visita privada. Que si le daba cien dólares me llevaba a mí también. Lógicamente, le he dicho que sí. La pareja de americanos eran mayores, muy educados y amables. Vivían cerca de Boston, en una ciudad de la que no he entendido el nombre, y venían a pasar unos días de vacaciones por sus bodas de oro. A ellos les ha extrañado ver a una persona sola y de mi edad haciendo el recorrido que estoy haciendo por el medio oeste.

Tras recorrer parte de la carretera escénica, hemos entrado a la zona restringida del sureste del Valle. Hay nativos que viven todavía en esa parte del Valle, pero en casas prefabricadas, situadas al abrigo del viento. Las antiguas construcciones de adobe (morfológicamente parecidas a los iglús de los esquimales), llamadas “hogans”, están abandonadas y casi derruidas. Solamente he visto una bien conservada, pero es porque dentro la han convertido en una tienda de recuerdos, donde una señora nativa hace que trabaja en un telar antiguo. También hay cercados con caballos, pero lo que me ha impresionado negativamente, es ver al pie de la preciosa formación, The Sleeping Dragon, un pequeño cementerio de neumáticos viejos con cinco camionetas en estado de chatarra prácticamente y algún frigorífico, microondas y lavadoras. Increíble, los Navajo de campo tienen el mismo hábito que los de ciudad: abandonar lo que se estropea o envejece.

Lo mejor ha sido haber podido contemplar el increíble Big Hogan que es un arco-cueva semiesférica de unos quince metros de diámetro, con un perfecto agujero circular en la parte de arriba del todo, que se asemeja a un hogan gigante. Por el agujero entra la luz directa del sol que crea una atmosfera preciosa de iluminación de color rojo (dicen que allí se rodó una escena de Indiana Jones y el Arca Perdida, pero no hay constancia). También he visto Moccasin Arch, Sun’s Eye y el espectacular Ear of the King, todos estos agujeros situados en paredes de un increíble color rojo brillante, forman un hermoso conjunto, donde el entorno es mágico, como lo demuestra que haya unos petroglifos muy antiguos de origen místico e indescifrable.

Han sido un par de horas deliciosas, en las que he disfrutado de lo visto por primera vez, y de ver otro punto de vista de lo que ya había disfrutado anteriormente. Parece mentira, pero en este lugar las rocas te van influenciando en tu estado de ánimo y en tus sentimientos.

Cuando he vuelto al Centro de Visitantes he subido en mi coche y me he dirigido  al hotel, ya que tenía que poner la lavadora, y mientras tanto, comer y descansar un poco. Luego tenía la intención de volver al Valle y quedarme hasta el anochecer, para ver la puesta de sol desde el mirador que hay junto al aparcamiento e intentar captar, en alguna fotografía, la magia del lugar.

Así ha sido. He puesto la lavadora y luego la secadora. Me he comido un bocadillo y un poco de picoteo (eso sí, con coca cola) mientras las máquinas trabajaban, y después de doblar y organizar la ropa me he vuelto a Monument Valley. Al llegar de nuevo, he bajado otra vez a la Carretera Escénica y he dado otra maravillosa vuelta (quizás mi última) con la luz del ocaso bañándolo todo. Cuando he terminado, me he dirigido al lateral del aparcamiento, donde había un centenar de personas mirando fascinadas hacia los tres iconos del Valle (West Mitte Butte, Merrick Butte y East Mitte Butte). La gran mayoría haciendo fotos con los teléfonos móviles, pero nos hemos juntado como diez personas con trípodes, esperando la hora mágica y dulce, cuando no hay ni sol ni sombras, solo siluetas y colores.

Cuando el sol se ha ocultado a nuestra espalda la luz ha desaparecido y se ha vuelto color. Color azul brillante en la línea de horizonte, y sin prácticamente el espacio necesario para la transición, aparece el rosa intenso y encima otra vez el azul, pero esta vez el de la noche. Y entre los colores y nosotros, recortándose,  las tres colinas en un tono rojo oscuro sobrecogedor. Ha sido un espectáculo impresionante, emocionante, apabullante y…... no se me ocurren más adjetivos. En ese momento de belleza sin igual me ha ocurrido algo, pero no tengo claro el qué. Creo que he sentido en mi interior toda la magia que dicen los nativos que tiene este lugar. Me he acordado de todos mis seres queridos. Vivos y no vivos. Si los humanos tenemos espíritu, como dicen los creyentes de cualquier religión, estaban todos aquí conmigo. Han pasado no por mi cabeza si no por mi espíritu, mi padre, mis abuelos, mis tíos, mis amigos que he ido perdiendo a lo largo de esta experiencia que es la vida. Y me he sentido con muchas ganas de vivir más no más años, que no vendrían mal, si no más experiencias, más vida. Ahora que estoy escribiendo vuelvo a sentir como escalofríos al recordarlo. Solo espero que las fotos sean capaces de capturar una milésima parte de lo que he podido ver. Ha sido uno de los mejores momentos de mi vida. Me he sentido sublime, diría que hasta feliz.

De vuelta a Kayenta iba como si me hubiesen transportado de nuevo al mundo real después de haberme abducido. Cuando he llegado a la ciudad me he pasado por el chino take away y he comprado comida para cenar en el hotel. Mientras cenaba, mirando la televisión totalmente idiotizado, he pensado que cada vez el listón está más alto si cabe. Monument Valley ha sido toda una experiencia. Mañana tengo que salir hacia Page y he recogido todo lo que he podido para mañana no perder tiempo.

Estoy muy cansado y con el ánimo muy agitado a la vez. Este viaje me esta apasionando como no me esperaba, pero cada vez  estoy más agotado. De cualquier manera me da igual el agotamiento, es mi viaje y mi experiencia. Mañana me esperan otros lugares que ver y que sentir. Hasta mañana.


23 de Octubre, lunes.

 

Hoy tenía mucho camino que recorrer, así que, aunque estaba muy cansado me he levantado pronto. He bajado a desayunar y a continuación, tras bajar todo al coche, he salido del hotel en dirección a Page.

A unos veintidós kilómetros de mi origen, me he desviado para coger una carretera que lleva a Navajo National Monument. Cuando he llegado el Centro de Visitantes, éste estaba cerrado, así que me he dado una vuelta siguiendo un sendero que lleva hasta una antigua cabaña, que había sido el primer Centro de Visitantes del Monumento en 1939, y vivienda del primer guarda. Luego, en el Centro de Visitantes me he enterado de que la cabaña había sido cambiada de sitio en los años setenta del pasado siglo. Me he acercado hasta el borde de un cañón desde donde se ven, dentro de un arco de la pared de enfrente, los restos de tres viviendas construidas con piedras y adobe, en el siglo trece. Son restos de los indios Pueblo, desaparecidos casi en su totalidad de Arizona. Prácticamente habitan, hoy en día, en Nuevo México. Primeramente los españoles, y luego los propios Navajo les expulsaron de Arizona. Es curioso que un pueblo, los Navajo, que llegó a la vez que los españoles, pero desde Alaska, se hiciese dueño y señor del medio oeste americano, que hoy en día sea el más numeroso de los pueblos nativos americanos y heredero de un gran patrimonio cultural y económico.

Este lugar fue descubierto en 1895 por los hermanos Wetherill (nombre del hotel donde he dormido en Kayenta), que eran unos rancheros de Colorado a los que les fascinaba el mundo de los nativos, e hicieron muchos viajes por el medio y sur oeste buscando restos arqueológicos. Como los decorados no son mi fuerte, he estado un rato paseando y he vuelto al Centro de Visitantes para curiosear. A continuación he cogido el coche y he intentado volver a la carretera principal atravesando por una pista en dirección a Shonto, pero al final he creído que iba a tardar más, y he optado por ir directamente por la carretera.

Durante el trayecto, me he detenido al pasar por Square Butte. He estado haciendo algunas fotos de esta colina de colores alternantes paralelos, y otras más pequeñas que la continuaban en línea recta pero descendiendo en altura.

En la misma carretera por la que se accede a Page está también la entrada por donde se llega a las instalaciones de una de las compañías que organizan las visitas al Upper Antelope Canyon, donde mañana por la mañana tengo una visita fotográfica acordada. Me he acercado a la taquilla y una nativa, borde como ella sola, me ha confirmado mi cita para el día siguiente.

Como era temprano para ir al hotel a registrarme, no he entrado en Page, sino que he seguido por la 98 hasta llegar a la 89 y cogiéndola en dirección sur unos veinte kilómetros hasta hacer un giro de casi ciento ochenta grados a la derecha y tomando la 89A, llegar a Marble Canyon para ver Navajo Bridges. El primer puente fue concebido para poder agilizar el cruce del río Colorado en un momento en el que el transporte por carretera tenía un gran auge. Inaugurado en 1929, supuso además el fin del mítico Lee’s Ferry que operó desde 1873 hasta el verano de 1928 cuando el ferry se hundió en el río, muriendo ahogadas tres personas. Como se estaba construyendo el puente, se prohibió la reconstrucción de las infraestructuras del ferry, y hasta un año después, que se inauguró el puente, para cruzar el río había que desviarse doscientas sesenta millas. El puente, llamado en un principio Grand Canyon Bridge, se quedó pequeño con el paso del tiempo. Los camiones eran más largos, más anchos y más pesados. Además, aunque estaba prohibido el paso de peatones, muchas personas lo usaban para cruzar el río a pie, lo que había provocado decenas de muertos. En 1995 se inauguró el nuevo que es más ancho, y resistente. Se construyó casi igual y en paralelo al primero, que se quedó como puente peatonal y lugar histórico, junto a un pequeño Centro de Interpretación.

Hoy en día,donde se alzaba el Lee’s Ferry es el comienzo natural de Grand Canyon Natural Park. Lo que en un día fueron las rampas para acceder al ferry, hoy es por donde se accede al río con los remolques de las barcas y motoras. Hay buenas infraestructuras para practicar deportes náuticos (como en la mayoría de los Parques Nacionales), y la acampada para la pesca. Me he subido a una plataforma flotante atracada a un lateral de las rampas para asomarme al cauce, y aunque parece que las aguas del río son turbias resulta que de cerca no lo son. He podido ver el fondo a unos dos o tres metros de profundidad y me ha alucinado la cantidad de truchas arco iris de entre diez y quince centímetros que se veían. El agua está más fría de lo que parece, y las truchas están muy activas posicionadas a contracorriente.

El lugar donde he estado es la orilla derecha del final de una curva a la izquierda y la vista del río encañonado es preciosa. Me he vuelto a acordar de Rafa. Lo que sé de ríos y de pesca lo sé por los años pasados juntos en tantos sitios y en tantos ríos. Hubiese disfrutado muchísimo en este lugar y de esta vista.

Deshaciendo el camino recorrido con el coche, me he detenido en un sitio por donde había pasado antes. Es un sitio llamado Balanced Rocks y me ha parecido, de nuevo, otra vuelta de tuerca a las distintas modalidades vistas de rocas caballeras, hoodoos, goblins, chimeneas de las hadas o como lo queramos llamar. Hay cuatro o cinco rocas cuasi cúbicas como de tres metros de lado soportadas por una pequeña base de no más de medio metro de altas. Están en una pequeña y accesible planicie debajo de una pared, y son muy impactantes por la relación de tamaño de las dos partes. He continuado y he llegado al hotel, donde me he registrado.

La suerte me ha sonreído. Justo enfrente del hotel hay un Safeways, mi cadena de supermercado favorita. He comprado entre otras cosas, cervezas, una botella de ron, cocas y comida. Me he bebido un par de cervezas mientras me tomaba una tapitas de humus y una ensalada alemana. Lo he comprado en la zona de comida preparada y estaba riquísimo todo. Luego me he tomado un café cubanito que me ha sabido a gloria y he salido hacia Horse Shoe Bend.

Ya en el aparcamiento del acceso parecía que iba a una romería. Había hasta autocares y el recorrido de unos diez minutos sí que era como una romería. La curva del río es preciosa por su color y por su altura. La única pega es que la sombra era muy fuerte, y el contraste muy elevado. Así que he decidido volver más tarde, después de acercarme a Powell Dam. Pero ha sido en vano ya que las visitas al dique, a las salas de turbinas y al museo cerraban a las cinco. Estoy despistado con el continuo cambio de horario entre Utah y Arizona y aquí en Arizona entre la hora del estado y la de la Reserva Navajo. De repente he visto que el sol bajaba y he salido a toda velocidad para ir con el coche hacia la curva de la herradura de nuevo.

Todavía había más gente, si cabe, que anteriormente. Cargado de cámara, trípode y ropa de abrigo, he caminado a buen ritmo mientras el sol bajaba raudamente. El borde del cañón estaba abarrotado de gente esperando a que los rayos del sol desapareciesen y apareciesen a su vez los colores del río, las orillas y las paredes. Increíblemente un grupito de turistas, que estaban en un buen sitio para hacer fotos, ha abandonado el lugar. He conseguido anclar el trípode de una manera aparatosa pero segura y aunque no tenía un sitio cómodo para mí, he montado la cámara, asegurando la correa a mi cuerpo, y me he dispuesto a hacer fotos con un tiro de cámara bastante decente. De repente la luz ha variado, se han ido las sombras y han aparecido los colores. He hecho fotos como un descosido en grupos de tres tomas con distinto tiempo de obturación y el mismo diafragma, cada minuto, esperando tener cubiertas las distintas posibilidades que se me podían ofrecer. En un momento dado, el verde del río, con el verde de la vegetación que lo bordea y el rojo del cañón han formado una sinfonía cromática. El espectáculo, que ha sido increíble, ha durado menos de quince minutos, y la noche ha caído. El frío se apoderaba del lugar rapidamente y he vuelto al coche a buen ritmo. Ha sido otro momento especial. Y van tantos que mientras escribo ahora, vuelvo a sentir en mi interior las sensaciones vividas los últimos días.

Tras dejar en el hotel lo que no necesitaba para andar por la ciudad, me he ido a dar una vuelta, pero ha sido corta ya que me he metido en un restaurante mexicano de la misma cadena que el de Moab. Mientras esperaba mi cena, he tomado una margarita con los nachos y la salsa ranchera. Me sentía bien y hambriento. La comida ha venido y estaba tan rica como esperaba. He tomado un chile amarillo relleno de carne asada y queso Monterrey con su guarnición de arroz, refried beans y ensalada, todo acompañado de cerveza mexicana Dos XX Amber, mi favorita. Cuando he terminado de cenar, he intentado seguir dando la vuelta por la ciudad que había comenzado antes, pero enseguida me he vuelto al hotel a tomarme una copita y escribir mientras me la bebo. En cuanto termine de hacer las dos cosas, me iré a la cama. Mañana va a ser un día duro, si todo sale bien. Si no sale bien, va a ser mucho más duro todavía.


24 de Octubre, martes.

 

Esta mañana tenía que estar en Upper Antelope Canyon a las nueve y media. Me podía levantar un poco más tarde y dormir, pero no he podido hacerlo, ya que a las cinco y pico me he despertado y ya no me he podido dormir. Parecía un niño la noche de Reyes. Tranquilamente he desayunado en la recepción del hotel, bueno, medio desayunado. Cuando me he descuidado un momento, y he ido a coger un café y un bollo, me han quitado el sitio. Así que con mi café y mi bollo me he ido a unas mesas que hay en la calle, a la puerta de la recepción, y he terminado de desayunar mirando a la ciudad. Page es una ciudad fundada en 1975 a la sombra de la construcción de Lake Powell. Hay una especie de gran plaza parecida al antiguo Paraninfo de la Universidad Complutense, que me ha llamado la atención porque he contado once iglesias de once confesiones distintas. Todas seguidas una al lado de las otras.

Cuando he terminado de desayunar, he cogido mis cosas y me he ido al punto de encuentro del cañón, donde tras pagar en efectivo, me han revisado la cámara y el trípode, a ver si cumplían no se cuales requisitos técnicos. He protegido la cámara con una bolsa del supermercado y un agujero para el objetivo, todo ello incorporado al trípode. A pesar de lo establecido en las normas, éramos diez personas, y no las seis anunciadas. Éramos un grupo variopinto en cuanto a nacionalidades, indumentarias y equipos. La verdad es que me esperaba más nivel de cámaras. En el grupo había un matrimonio de colombianos que vivían en Houston, Texas. El marido era médico y había estudiado en España, en Santander y en Madrid. Hemos charlado un poco mientras aguardábamos el momento de la salida. Venían de viaje de aniversario de boda. Habían venido en avión hasta Phoenix y se habían alquilado un Mercedes todo terreno grandísimo, casi tan grande como un vehículo americano. Estábamos en una sala esperando, y nos hemos tomado un café con leche, de puchero, que estaba bastante decente.

En un momento dado, un nativo empieza a llamarnos y a todo correr salimos por una puerta hacia la parte de atrás del edificio, donde nos esperaba una camioneta todo terreno. Nos hemos puesto los cinturones y hemos comenzado el aproximamiento hasta la entrada del cañón. Íbamos dando tumbos, como en los camiones de la mili cuando estaba de maniobras de tiro con cañón en el Campo de San Gregorio en Zaragoza. Pero más rápido. Cuando hemos llegado a la entrada del cañón ya estábamos llenos de polvo. En ese sitio y antes de entrar, a la sombra, pegados a una pared, el guía nos ha dado unas instrucciones, unos consejos y nos ha contado la táctica. Mientras tanto, llegaban grupos de turistas en camionetas y siguiendo a su guía entraban rápidamente. Por fin nuestro guía ha dado la orden y hemos entrado siguiéndole como comandos, acostumbrándonos a la oscuridad, con cuidado de no tropezar, mirando al suelo, hasta la primera parada.

 La situación era sencillamente caótica. Mientras poníamos jerárquicamente los trípodes en un ensanche de la base del cañón, y nuestro guía decía “five minutes”, otra gente pasaba velozmente  en un sentido y en otro a la voz de mando del suyo. Pero en ese momento, prácticamente a oscuras, cuando he dirigido el tiro de la cámara a la parte alta del cañón, y he visto en la pantalla la imagen, me he quedado muerto. He visto lo que me ha parecido una de las bellezas más sutiles de mi vida. Los volúmenes se modelaban en gamas increíbles y la visión es maravillosa. La luz exterior se intuía en la parte alta, y bañaba las paredes con un muestrario de colores cálidos que iban desde los amarillos y ocres hasta los naranjas y rojos. Donde la luz no alcanzaba, eran tonos fríos de azules hasta negro. Torpemente he empezado a elegir los encuadres que mejor me parecían, y nerviosamente he comenzado a disparar. Súbitamente he oído que el guía decía que quedaba un minuto. A partir de ese momento, había que terminar la foto que estuvieses haciendo, cerrar el trípode, y esperar a que todo el grupo se desplazase a otro lugar, y luego otro y otro. Como yo llevo un trípode de gran altura, me ha tocado poder hacer las fotos de pie, en la parte trasera del grupo, con lo que tenía mejor tiro de cámara, y mis rodillas no sufrían. 

Los guías se coordinaban incomprensiblemente a pesar de las estrecheces del lugar y al final no hubo nada más que algún pequeño tropezón o choque entre los que íbamos y veníamos por las profundidades mirando hacia las partes altas, donde el contraste de colores es mágico. El alto número de transeúntes y el arrastrar de los pies, hacían que el polvo se elevase y en un corto espacio de tiempo, la garganta y la nariz estuviesen secas. De vez en cuando, bebía un poco de agua y soplaba con cuidado el objetivo que estaba lleno de fino polvo. Cuando parecía que acababa de empezar el recorrido hacía nada de tiempo, el guía nos ha dicho que debíamos de salir. He mirado la hora y, en efecto, habían pasado dos horas desde que habíamos entrado. El tiempo se había pasado volando, me imaginaba que podría haber estado horas y horas haciendo fotos yo solo. En un principio, entre la gente y lo sobrecogido que estaba, me ha costado concentrarme en hacer fotos, pero luego ha sido una gratificante experiencia. Más tarde, en el hotel, he visto que había hecho unas cincuenta fotos a tres tomas por foto, y creo que alguna puede quedar bonita. Upper Antelope Canyon es tan impresionante como había oído que lo era.

Al volver al aparcamiento, tras el movido trayecto de vuelta en camioneta, me he sacudido todo el polvo, he limpiado la cámara que estaba muy sucia, tras quitar el protector, y he subido hacia un mirador a ver el Lake Powell. La vista me ha parecido interesante, por lo que he decidido volver al atardecer.

A continuación, he seguido por la carretera de Knab, y he tomado House Rock Valley Rd. para llegar a un lugar al lado de The Wave, pero de acceso libre. Allí se encuentran unos precioso hoodoos blancos en unas suaves lomas de piedra arenisca blanca y rosa. He visto fotos y me parecía un lugar muy bonito. Tras una hora y media de camino infernal, me he dado cuenta de que no llevaba recorrido ni la mitad del trayecto de ida. La pista cada vez era peor así que he decidido parar debajo de la sombra de un grupito de árboles y comerme el bocadillo con una cerveza fresquita, mientras miraba un paisaje desolado y agreste. He calculado que entre llegar, darme una vuelta y volver, la noche caería estando todavía en medio de este solitario paraje, y no me apetecía en absoluto. He pensado volver hacia Page y así lo he hecho, después de hacer unas cuantas fotos de las piedras del paisaje con lagunilla incluida.

Al llegar a Page, me he acercado a La Marina del lago. Me encanta el uso que hacen de los espacios naturales, de las instalaciones e infraestructuras. Me han llamado la atención unos barcos que tienen el casco de un catamarán, de bajo calado y la parte de la cubierta es como un pequeño apartamento sin dormitorio. Las alquilan por días, de ocho de la mañana a cinco de la tarde, tras darte un cursillo de navegación para que aprendas a manejar lo básico de navegación y sobre todo a atracar y fondear. Disponen de frigorífico, comedor salón e incluso de barbacoa de gas. Me ha encantado la idea de celebrar fiestas con la familia y amigos en un sitio como éste.

Cuando el sol empezaba a bajar, me he subido en coche a la explanada-mirador desde donde se tiene una buena vista del lago. En cuanto el sol ha dejado de iluminar la hondonada del lago, han empezado a aparecer los colores del ocaso, que hacían que la superficie del agua tuviese una luz especial. El momento ha durado como unos diez minutos y me ha gustado mucho estar viendo ese panorama.

La casualidad, es que los compañeros colombianos de esta mañana me han reconocido y han venido a saludarme. Me ha gustado el detalle. Como estaba cansado he decidido cenar en el hotel, así que cuando he llegado me he duchado para quitarme el polvo acumulado y me he puesto a repasar las fotos del día en la pantalla de la cámara, tomándome una copita. Me he sentido a gusto y relajado. Tras dejar todo en la habitación, me he acercado al supermercado Safeways a comprar una ensalada del bufete que me he comido a la vuelta acompañada de un poco de queso azul y humus. Estoy tan contento como cansado, y mañana me espera la visita a la otra parte del cañón en Lower Antelope Canyon, que es más abierta y hay que subir y bajar por estructuras metálicas con escalones. Me he tomado un café cubanito y tras preparar lo que he podido de mi equipaje, me he puesto a escribir tomándome una copita mientras seguía rememorando lo vivido hoy. Estoy muy cansado, casi agotado. Cada vez me cuesta más todo, pero lo voy superando a pesar de la dureza. Me voy a la cama.


25 de Octubre, miércoles.

 

Me he levantado temprano, he desayunado lo que se ha convertido en un clásico matutino, eso sí, con mayor tranquilidad que ayer. Hoy me he podido sentar dentro de la recepción, en la mesa del ordenador de uso público. He metido todas mis pertenencias dentro del coche, ya que luego voy hacia Grand Canyon, y tras dejar la llave en el mostrador, he salido hacia Lower Antelope Canyon. He llegado al aparcamiento, y como era pronto, me he acercado hasta la recepción para ver si podía meterme en otro grupo que comenzase antes la visita. Una señora nativa, muy amable, me ha atendido y me ha dicho que no había problema ya que el grupo que iba a entrar en diez minutos, era poco numeroso por ser el primero. Me ha venido bien, así no tenía que esperar. Tras dar las gracias a la señora, he cogido las cosas que necesitaba, nos hemos agrupado y nos hemos dirigido al acceso del cañón. En total éramos diez personas en el grupo: tres italianos, dos chinos, cuatro americanos y yo. El recorrido comienza con un senderillo hasta el acceso, posteriormente se bajan cinco tramos de escalera hasta bajar a treinta cinco metros de profundidad. Durante la visita hay que ir subiendo otra vez poco a poco por ocho tramos de escaleras y escalas, hasta acceder a la superficie. El guía nativo era muy pesado, seguramente buscando la propina, e iba muy sobrado. 

El acceso es muy bonito y aunque tiene menos fama que la parte que visité ayer, esperaba que el paseo fuese acorde a lo visto y leído en la red. Hemos empezado la bajada. El cañón es más abierto y claro que la parte de ayer, pero también tiene un gran encanto. Aunque no me gusta, he tenido que subir la sensibilidad de la cámara, ya que no es posible usar el trípode. Ahora ya no hay visitas para grupos de fotógrafos. Debe ser que no tenían tanto éxito como el de la otra zona. 

Hemos ido demasiado deprisa y casi no me daba tiempo a buscar donde apoyar la cámara para que se me estabilizase el disparo. Así que he ido avanzando un poco a mi bola, parándome donde quería y esperando a que mis compañeros de grupo no saliesen en las fotos. Ha sido divertido y bonito el subir por las escaleras y escalas, mientras observaba la estructura del cañón, al contrario que ayer que todo era un paseo plano y más oscuro. Independientemente de lo que opinen otras personas, a mí me parece que los dos tramos son muy diferentes, iguales de bonitos, y que uno se complementa con el otro.

Cuando hemos salido, la sensación que he tenido ha sido la de brevedad a pesar que ha sido una hora el tiempo que he permanecido allí. Ayer me faltó tiempo para hacer fotos, pero hoy me ha faltado tiempo para ver los recovecos, ya que esta zona es menos lineal. Con más tiempo y el trípode podría haber hecho otras fotos distintas. Espero que el ruido del aumento de la sensibilidad no se note mucho, y haya quedado alguna foto bonita.

Tras subir el último tramo de escalera, el más largo, hemos salido al nivel del suelo y caminado otro poco hasta llegar al aparcamiento. Me he sacudido para quitarme todo el polvo, antes de subir al coche. He tomado la carretera 98 hasta Page, y a continuación la autopista 89 en dirección sur. 

Al llegar a Cameron he cruzado el Little Colorado River, que es un afluente del Colorado, dejando a la derecha el antiguo puente de hierro y he entrado en la macro tienda de recuerdos, supermercado de pueblo y motel que hace también de oficina de correos. Sin duda alguna, ha sido la más grande que he visto hasta ahora. Me he tomado un café expreso al que le añadido un poco de mi botella de ron (en el coche, sin que me viese nadie), y he llenado el depósito de gasolina, ya que enseguida se entra en el Parque y sube el precio como un treinta por ciento. De camino me he desviado en Little Colorado River Navajo Tribal Park, donde tras pagar un impuesto revolucionario, he accedido a un mirador que hay en la parte alta del cañón excavado por el río. Little Colorado River es un pequeño afluente que recorre gran parte de su corto recorrido por un angosto cañón. La sensación que he tenido, es que había una calima muy densa, demasiado oscura, que empañaba la visión.

He entrado al recinto del Parque y me he parado en Desert View Wachtover, que es una torre construida por una arquitecta famosa, llamada Mary Colter, por sus construcciones al estilo Navajo. Fue terminada en 1932, y declarada monumento Histórico en 1995.

A continuación he seguido la carretera que lleva hasta el Centro de visitantes, deteniéndome en todos los miradores por los que he pasado. La sensación de la neblina se ha convertido en algo aún más serio. En Yavapai Point, he visitado un nuevo museo de geología. Yo creo que es una excusa para tener una tienda de recuerdos, que por cierto tiene precios astronómicos. No me ha aportado gran cosa, pero la vista no estaba tan llena de humo (ahora sé que es humo), y he hecho alguna foto. Resulta que esta mañana se ha declarado un gran incendio al norte del Cañón, y el viento está trayendo el viento lentamente. Este humo es más pesado que el aire, y al llegar al borde de los pequeños cañones, se mete por ellos y va desplazándose por el fondo en dirección a río, que es la parte más baja. 

Empieza a oler a humo y no puedo hacer fotos, porque a media distancia no se ve nada. Al llegar al Centro de Visitantes he descubierto que, como pensaba, en veintitrés años esto ha cambiado mucho. Ante se podía recorrer todo el Rim (borde) sur por una carreterita hasta Hermit’s Rest, (donde había un refugio en el que se comían unas estupendas hamburguesas caseras) y muchos lugares para aparcar. Te bajabas y te acercabas a los distintos miradores a disfrutar de las vistas. Ahora cuando llegas al gigantesco aparcamiento, tienes que caminar para llegar al Rim y e ir andando o coger unos autobuses.

En Gran Canyon Village, donde antes había casitas, algún hotel y algún restaurante, se ha convertido en una mega urbanización de hoteles de las principales cadenas americanas, y colonias de casitas con estrictos lugares para aparcar y un ordenamiento de tráfico en un solo sentido. Todo muy estructurado. De los establecimientos clásicos solo he reconocido Tovar Hotel y Kolb Studio, donde empieza la clásica ruta Bright Angel Trail, el resto no me sonaba a pesar de que había estado por aquí en tres ocasiones.

Como me tenía que ir a dormir a Williams, que está a una hora y pico en dirección  sur,  he decidido que mañana volvería al Parque, y tras coger el helicóptero a primera hora, pasaré el día completo. A unos seis o siete kilómetros de la salida sur del Parque, está un pequeño pueblo llamado Tusayan, que es donde están los aeropuertos desde los que operan los aparatos que sobrevuelan el Parque. Ahora ya no es tan pequeño. Lo que antes era un conjunto de pequeños establecimientos familiares, tiendas de comida y recuerdos, restaurantes y moteles, donde todo era más barato que en el Parque se ha convertido en una aglomeración de restaurantes y hoteles de franquicias y cadenas. Turismo masificado.

He llegado a Williams cuando estaba oscureciendo, me he ido al hotel a registrarme y ya sé por qué es tan barato. Anclado en los años setenta todo está caduco. El hotel está regentado por una familia hindú que vive en la habitación que hay al lado de la pequeña recepción, y la señora que me ha atendido, después de pagar no me quería dar un recibo, diciéndome que me lo enviaría por correo (de esa manera no tenía que pagar impuestos). Me he enfadado y le he dicho que o me daba un recibo o llamaba a la policía. Entonces si me ha dado un recibo. La habitación estaba regular de limpia, tenía el mobiliario, el baño y todo el menaje obsoleto y descuidado. La bañera era un mundo perfecto para los hongos, bacterias y demás. Sin duda el peor hotel de todo el viaje. Ni siquiera funciona la máquina de hielo del patio, que se debió de estropear hace varios años. Y eso es una situación que no he visto en todos mis viajes a los Estados Unidos. He dado una vuelta y he visto que Williams es una ciudad con dos calles paralelas, un sentido de tráfico en cada una, anclada en lo que fue. Tiene una gran estación ferroviaria que fue centro de logística en el pasado. Situada en la Route 66, está llena de recuerdos nostálgicos, ostenta el triste título de ser la última ciudad por la que pasaba la ruta, antes de que terminasen la autopista aledaña, la I-40. Hay muchos hoteles, que se ven envejecidos en su mayoría, tiendas de recuerdos, restaurantes y dos o tres comercios de muy buen nivel. Tras dar una vuelta, me he acercado al supermercado, principalmente para comprar hielo, donde me he preparado una ensalada, que he acompañado en la habitación con un picoteo de quesos y humus (me encanta el humus que venden en Safeways, y que tuneo con hierbas y aceite de oliva). Me he puesto a escribir mientras me tomo una copita y en cuanto termine me acuesto. Ha sido un día que ha comenzado bien y que ha tenido un transcurso demasiado ingrato.


26 de Octubre, jueves.

 

El despertador ha sonado a las cinco y media de la mañana, y me he levantado con ganas de que hoy fuese un buen día. Mientras me duchaba, el nivel de agua de la bañera iba subiendo y aparecían elementos flotantes que no estaban antes. Yo creo que ha sido la ducha más breve de mi vida. El desayuno lo he tomado en la recepción. Había una garrafa de zumo y unas botellas de leche pero no había cámara de frío. El café estaba caliente en una jarra eléctrica y el agua de las infusiones también. Para comer había dos recipientes de plástico bastante grandes y llenos, uno de rosquillas que olían a canela y anís  y el otro de unas pequeñas magdalenas o muffins  con pepitas de chocolate y pasas. Al final he desayunado mejor de lo que pintaba, el café y la leche estaban bien y las rosquillas y las magdalenas muy ricas. Lógicamente no había nadie del motel, solo había un huésped que ha intentado entablar una conversación conmigo. No tenía ganas de charlas, y menos si me mostraban un mapa, así que le he dicho que no entiendo el inglés. Perfecto, me ha dejado en paz.

He salido hacia el norte para llegar al aeropuerto de Tusayan antes de las nueve, que era la hora a la que tenía el vuelo reservado con la empresa Maverick. Al presentarme en la oficina me han dicho que se había suspendido mi vuelo previsto para las nueve, por causas del humo, que entraba por los pequeños cañones del norte y llegaba hasta el río Colorado. El personal del mostrador de la empresa era bastante seco, como si los problemas de los clientes no les importasen. Como el vuelo estaba pagado, he esperado y como a las nueve y media es cuando me han comunicado que se habían suspendido todos los vuelos sobre el Cañón hasta nuevo aviso. Tenía muchas ganas y me he quedado un poco chafado, pero no por no volar, ya que he sobrevolado el Grand Canyon dos veces, en avioneta y en helicóptero, sino porque parece ser que no se ve casi nada de los paisajes. Me han devuelto los trescientos dólares en efectivo, y he cogido la carretera de acceso al Parque. Anteriormente  había volado por el cauce del río, a muy pocos metros de altura. Ahora solo se vuela por el perímetro, y siempre a gran altura. Una de las razones, es porque el Parque ha sido repoblado con las crías de los últimos cóndores autóctonos, que fueron capturados para la supervivencia de la especie, en los años ochenta del pasado siglo y nacidos en cautiverio. El cóndor Californiano (Gymnogyps californianus), es una variedad de cóndor endémica de Arizona, Nevada, California y La Baja California mexicana.

Cuando he llegado al Village he aparcado no muy lejos de Bright Angel Trailhead, donde quería ir. El sol ya estaba alto, empezaba a hacer calor y el camino hasta el punto donde quería ir estaba a pleno sol. La bajada es pronunciada y luego tenía que subir otra vez. Para colmo de todo, el humo se hacía notar cada vez más y cuanto más bajaba, más se olía, y la vista del paisaje no era buena. Así que he decidido subir, darme una vuelta por el Kolb Studio y luego coger el autobús rojo hasta el final del Rim, a Hermit’s Rest.

Los hermanos Emery y Ellsworth Kolb llegaron a Grand Canyon en 1902. El Kolb Studio es un edificio donde los hermanos vivieron desde 1904, y donde tenían sus instalaciones fotográficas.  Durante más de sesenta años fueron los testigos y notarios de la vida y de los cambios del Cañón. Incluso en 1911 navegaron por el río Colorado e hicieron una película de ello. A la muerte del hermano menor, en 1976, el edificio fue vendido al Parque por los herederos y se convirtió en tienda de recuerdos y galería de exposiciones. Me habría gustado ver fotos originales de la época, hechas por los hermanos, pero no las hay expuestas, solo algún libro con reproducciones digitalizadas y en pequeño tamaño.

Me he subido en el primer autobús rojo que ha pasado, y he recorrido todo el trayecto bajándome en cada parada, donde me daba una vuelta por cada mirador, y cogía el siguiente bus, hasta la parada siguiente. Al final he llegado a Hermit’s Rest, donde hay un chalet con un gran salón redondo y una gran chimenea. Antiguamente, yo lo he hecho hace años, te podías comer una buena pieza de carne o una estupenda hamburguesa, al calor de la chimenea, con una cerveza. Ahora es una tienda de regalos, y en la parte exterior hay como un office, donde te venden comida envasada.  Es una pena que las cosas cambien de esta manera. La experiencia de cenar aquí viendo la puesta de sol, las otras veces que he venido era Enero, es otro de los recuerdos imborrables de mi memoria. Me ha abrumado mucho el ver que lo que era un paraje primitivo, descomunal e indescriptible, por el que podías moverte casi en plena libertad disfrutando de las vistas y de las sensaciones, se ha convertido en una especie de decorado por el que pululan cientos, miles de turistas que han de verse sometidos a unas normas férreas para no estropear más esta belleza natural.

Como el paisaje estaba contaminado, a consecuencia del humo, he optado por bajarme hacia Williams, parándome en una tienda de regalos donde anunciaban minerales, en Tusayan, donde me he comprado algunos minerales de Arizona, y entre las piezas había una descloizita antigua de Manganese Fields, Namibia, impresionante, por solo doce dólares, que lógicamente me he llevado. Esto si que me ha alegrado un poco el día.

Ya una vez en Williams he preparado lo que he podido del equipaje en la habitación del hotel, que por cierto no había sido hecha y la bañera estaba hecha una porquería, y me he ido a dar una vuelta por la ciudad y a cenar. He curioseado por las tiendas de regalos, donde Route 66 era el tema favorito. Donde he disfrutado ha sido en una pequeña galería en la que tenían una exposición de fotos de caballos. Además del tema, que me gusta, es un recorrido histórico, ya que hay fotos de distintas épocas muy bien explicadas, respecto a los materiales vigentes en cada época. Había cierta animación por las calles, pero las tiendas y restaurantes estaban bastantes vacíos.

Me ha gustado la estética antigua, ahora se dice vintage, de un restaurante mexicano, y tras estudiar la carta he entrado y me han sentado en una mesa cerca del escaparate, para hacer bulto, ya que el restaurante estaba vacío. En la carta he descubierto además, que el restaurante está abierto con esta marca desde hace solo dos años, pero que había sido un restaurante mexicano clásico desde hacía muchos años antes. Tras tomarme el aperitivo de salsa ranchera con nachos, me he tomado una chimichanga de carnitas de res, que estaba muy buena, con una abundante y típica guarnición de ensalada, arroz y queso de Monterrey fundido con refried beans. Todo ello acompañado por dos cervezas doble equis. No me ha quedado más remedio que pedirme una copita de tequila reposado como digestivo para bajar esta copiosa cena.

Cuando he terminado, he dado un paseo por las dos calles paralelas que forman la Historic Route 66. En un pequeño edificio de piedra me he encontrado con un bar del que salía una estupenda música, y no me he resistido (Canyon Club, 126 W Railroad Avenue). He entrado y me he tomado dos copitas de ron negro con cola. He pasado una hora escuchando música como la que oía en los años ochenta en los bares rockeros de Madrid como El Coyote o el Star. Me he sentido muy a gusto, quizás por los efluvios alcohólicos. Como el bar estaba casi vacío, pues solo había un matrimonio de turistas y un grupo de seis treintañeros de la zona, Jackie, la veterana camarera, que es más o menos de mi edad, se ha enrollado conmigo. Cuando la he contado mi aventura del último mes, me ha contestado que este es el espíritu aventurero de la 66. Que los límites se los pone cada uno a si mismo. Hacía mucho que no había hablado tanto con una persona americana. Me ha cobrado diez dólares por las dos copas y le he dejado dos de propina. No me ha dado tiempo a irme, me ha invitado a la tercera. Menos mal que en Estados Unidos no cargan mucho las copas, sobre todo si es invitación de la casa. Al salir del bar, estaba casi todo cerrado y a oscuras. He tenido que poner el navegador para volver al hotel, porque no sabía en cuál de las dos calles paralelas estaba. Al final he llegado bien y me he puesto a escribir tomándome una copita. Estoy ahogando la decepción en ron. En cuanto acabe mis notas me acuesto.


27 de Octubre, viernes.

 

Me he despertado muy temprano y con un moderado dolor de cabeza, debido al exceso de alcohol de la noche de rock and roll y copas de la noche anterior. He tomado una buena dosis de café con leche y magdalenas con chocolate, que junto a un gramo de paracetamol, me han resucitado la cabeza. Me quedaban hasta Las Vegas casi cuatrocientos kilómetros de los cuales algo más de la mitad ha sido por la Históric Route 66.

La carretera histórica es estrecha y está en un estado no bueno. Es un recorrido monótono pasando por pequeños núcleos urbanos: Peach Spring, donde en un supermercado he tomado un buenísimo café italiano doble (que me he adulterado con un poco de ron), Valentine, que es básicamente una oficina de correos con cuatro casas, y Huckberry. En esta última, lo que hay es una vieja gasolinera de decorado. Y digo de decorado porque son surtidores, coches y cachivaches parecidos a los de las series de televisión, en las que se dedican a restaurar todo tipo de chatarras haciéndonos creer que son antigüedades.

Cada vez lo tengo más claro, tras el nombre de la Route 66 lo que hay es un vacío. No queda nada del movimiento cultural en general, y musical en particular, que tuvo en su momento hace muchos años ya. En Williams no he visto publicidad de nada que no sea venta directa de recuerdos, sin ningún respaldo de exposiciones, conciertos o alguna otra manifestación cultural.

Cuando he llegado a Kingman he vuelto a coger la autopista 93, y he seguido hasta Hoover Dam. La presa se empezó a construir en 1931, en plena depresión y se acabó en 1936, aunque tuvo fugas de agua que se fueron tapando, en secreto, hasta 1947. El lugar escogido para la ubicación de la presa fue, por su estrechez, el llamado El Cañón Negro. En un principio la presa se llamó Boulder, como la ciudad que se construyó para albergar a los cinco mil trabajadores y sus familias, que llegaron de todos los estados colindantes (no confundir con Boulder, Utah). En 1947 se cambió el nombre de la presa por el del presidente Hoover.

Por acuerdos contractuales con las empresas constructoras, en las obras no podían trabajar chinos, y el número de trabajadores negros solo podía ser treinta, el número de las personas que formaban un grupo de trabajo y con menos salario. En su época fue la mayor obra construida de la historia del mundo. En su construcción murieron ciento doce personas, de ellas cuarenta y seis por problemas respiratorios debido al monóxido de carbono, dieciséis por calor, tres suicidios y el resto por caídas. La presa tiene una anchura de doscientos metros en su parte inferior y catorce en su parte superior, aprovechada como puente para cruzar el río, hasta los atentados del 11S. Entonces se cortó al tráfico, que fue desviado bastante lejos, y se comenzó a construir el puente actual unos trescientos metros río abajo.

El control de vehículos para acceder al aparcamiento de la zona de visita de la presa es exhaustivo y realizado por policías. Desde allí se accede a la parte alta por unas rampas y se puede cruzar completamente de estado a estado, ya que el río Colorado es frontera entre Arizona y Nevada. Aparte de su tamaño, es una construcción civil sin otros méritos. 

Terminada la visita he conducido hasta Las Vegas Bay y Lake Mead Marina, que es un complejo fluvial de gran extensión y de gran uso turístico. Allí me he dado una vuelta por las dársenas flotantes donde he visto cientos de peces gato y carpas de gran tamaño. Incluso había gente bañándose entre ellos mientras los peces de arremolinaban esperando que les diesen algo de comer. He comido en la orilla del lago y allí se han quedado mis viejas botas. He vuelto a la autopista en dirección Las Vegas, pasando por Henderson que es la ciudad dormitorio de muchos de los trabajadores de Las Vegas.

Antes de llegar al hotel he pasado por una gigantesca tienda de minerales. Había miles de artículos dispuestos en decenas de estanterías y expositores ocupando una planta baja con una quincena de estancias y un gran patio. La cantidad de minerales, fósiles, corales, conchas, artesanía de Asia, de África, piezas de bisutería y demás objetos no implica que fuesen de calidad. No he encontrado ningún mineral que me gustase, aunque fuese solo una bagatela, para acordarme que lo había comprado en Las Vegas.

Una vez en el hotel, el mismo que cuando llegué, tras registrarme, me he dado una ducha tomándome una copita, me he vestido con ropa de ciudad, y he salido andando hacia la izquierda por Flamingo Road. en dirección al centro, hacia Las Vegas Boulevard. En cuanto he girado a la izquierda al llegar al bulevar parecía que toda la gente de la ciudad había aparecido de golpe y se agolpaba por las anchas aceras. Ahí estaban los edificios icónicos vistos en tantas películas a lo largo de mi vida. Todas las fachadas a todas las alturas estaban cubiertas de luminosos con llamamientos a todo tipo de consumos y eventos. He visto decenas o cientos de personas con camisetas naranja ofreciendo servicios de acompañantes (escorts), dando pequeñas fotos con los teléfonos y las tarifas por los distintos intervalos de tiempo (la prostitución está prohibida en Las Vegas, pero no en el estado de Nevada). En las fotos las chicas, en solitario o en pareja, aparecen solamente con una minúscula braguita, y con los pezones tapados con estrellitas y en posturas insinuantes. Me ha parecido lamentable pasear pisando una alfombra de miles de fotos de mujeres ofrecidas como mercancía. Las familias con niños, que también las había, intentaban alejarse de las hordas de hombres y mujeres, jóvenes y mayores, de todas las razas que te acechaban, puñado de fotos en mano. Pero el colmo era la cantidad de camionetas que portaban las mismas fotos pero en enormes pantallas de plasma, calle arriba y calle abajo. Me he sentido mal.

Posteriormente he entrado en Miracle Mile, que es el hipocentro del consumo y del juego. Se trata de un grandísimo centro comercial en forma de anilla, con tiendas de lujo a un lado y otro de este pasillo circular. Este pasillo está cubierto, con pinturas evocadoras de otros lugares y otros tiempos, e iluminado como si estuviésemos en una mezcla de atardeceres y amaneceres continuos. No había ni una sola tienda vacía. A todos los clientes parecía que se le acababa el tiempo de visita (sobre todo a los chinos) y debían comprar compulsivamente, saliendo cargados de bolsas, y entrar de nuevo a gastar a otra. He oído a muchas personas hablar en un idioma, que sin duda alguna, era el ruso. El hueco interior del anillo no está vacío, es un casino gigante lleno de  bares, restaurantes y mesas de juego de todo tipo. Restaurantes de estética y contenido italiano, chino, mexicano, americano, francés…. Máquinas tragaperras, mesas de ruleta, black jack, póker y otras muchas que desconozco, con apuestas mínimas de 50 o 100 dólares. Mayoritariamente, creo que los clientes eran chinos, rusos y estadounidenses. Las crupieres eran mayoría y se notaba que la selección de personal tenía un claro criterio: la belleza. Los crupieres iban más elegantes y tapados que sus compañeras femeninas. Las camareras que servían las copas lucían sus mejores sonrisas y los mejores escotes que permitían su escueta vestimenta, buscando la mejor propina. El laberíntico local está pobremente iluminado y creo que lo que olía no era solamente el aire, sino algún aditivo que surgía de las toberas de la climatización. Me he sentado en una barra y me he tomado una cerveza. Me han cobrado solamente seis dólares. No me ha parecido caro en función de cómo corre el dinero por esta parte de la ciudad. Cuando he querido salir me ha costado ya que de repente me he sentido desorientado. Menos mal que me he acordado que había entrado por una puerta que daba con un restaurante mexicano enfrente.

Ahora entiendo perfectamente el nombre de Sin City que se le da a esta ciudad. Lo que he visto es el reflejo del mundo y de sus diferencias. Nunca había visto esa manera de gastar alocadamente, ni tanto comercio de carne, tanto en el interior como en la calle. Me he sentido avergonzado, como ser humano y persona, del espectáculo visto esta tarde. Me he vuelto andando hacia el hotel sumido en todos estos pensamientos. Quería cenar y me he ido al restaurante buffe del casino Silver Sevens, vecino al hotel, donde he visto un típico casino y hotel de tamaño pequeño y antiguo. Por veinticinco dólares he saciado mi apetito, que era mucho, aunque la comida era regular.

De vuelta al hotel me he preparado un café cubano y he organizado el equipaje para que mañana me sean más fácil todos los procesos de salida del hotel, devolución del coche, llegada al terminal y facturación. Mi aventura por los grandes paisajes de los Parques y Cañones toca a su fin. Estoy agotado pero lleno de sensaciones y emociones. Me imaginaba que iba a ser una gran experiencia, a la que me he enfrentado con gran ilusión, pero mis expectativas se han quedado cortas en relación a lo visto y hecho. A pesar de los días que no han salido tan bien como quería, ha habido otros que han superado lo esperado y con creces. Por otra parte echo mucho de menos a mi familia y a mis amigos y tengo ganas de verles. Me siento muy feliz y muy orgulloso de lo que he hecho porque cuando veía que me vencía el cansancio, la adrenalina y la ilusión me han hecho seguir, a pesar de ampollas, muelas, peso y edad. Hasta mañana.


28 de Octubre, sábado.

 

Me he levantado temprano, he bajado a la recepción y en cuanto han abierto el espacio de desayunar, he entrado a tomar algo, aunque como hace casi un mes, la expectativa era muy pequeña. He cogido la maleta, la mochila y la cámara y he bajado a la recepción para hacer el trámite de la salida, ya con el equipaje cargado en el coche y aparcado en la puerta. Como mi habitación estaba en otro edificio anexo, han tardado como veinte minutos en confirmar su estado y en devolverme los cien dólares de fianza. Me he dirigido hacia una gasolinera ubicada a una manzana del hotel, y he llenado el depósito pidiendo el recibo para mostrarlo al devolver el coche. Me he dirigido hacia el edificio que acoge todas las empresas de alquiler de coches, atravesando la ciudad por el laberinto de calles subterráneas que cruzan el centro de la ciudad de Las Vegas. El trámite de devolución ha sido rápido, pero cuando he querido que me reintegrasen el importe del arreglo de la rueda, me han mandado a una oficina de la compañía del seguro, donde había como veinte personas esperando su turno. No me merecía la pena esperar. He optado por salir del edificio y coger el autobús que me lleva al terminal del aeropuerto.

Iba con tiempo suficiente y he esperado mi turno en la fila de la compañía aérea. Cuando accedo al mostrador la señorita me dice que espere un momento que va a venir un supervisor a hablar conmigo. Se ha acercado un señor uniformado y me ha pedido disculpas de antemano, ya que mi vuelo hacia Dallas, donde debía hacer la conexión a Madrid, había sido anulado no sé por qué razones y tenían que cambiarme el itinerario. Saldría a la misma hora más o menos, pero iría al aeropuerto JFK de Nueva York, y luego a Madrid. La hora de llegada era la misma, por lo que no me cambiaba mucho los planes de comer en Madrid y en casa. Me han dado las tarjetas de embarque, y me he dirigido hacia el terminal que me correspondía.

Tenía hambre y como sabía que en el vuelo no me iban a dar nada, me he comido una hamburguesa de una gran cadena con una cola. Cuando me he acercado hasta la puerta de embarque, he visto que el vuelo se había retrasado y lógicamente llegaría más justo para hacer la conexión. En el mostrador de la compañía me han tranquilizado y me han dicho que el vuelo iría más rápido porque había muchas personas que debían cambiar de vuelo. Esto ya lo se de otras veces y es verdad que el tiempo de vuelo se acorta gastando más combustible. Al final hemos despegado con cuarenta minutos de retraso.

Llegamos al JFK y cuando salgo corriendo de la manga que conecta el aparato con el edificio, me encuentro que hay una señorita uniformada esperando con un cartel con mi nombre. Malo. Me pide disculpas y me dice que el vuelo no me espera y que tengo dos opciones. Primera, quedarme hasta mañana en el aeropuerto, eso sí, sin darme un bono para un hotel y para las comidas, como me ha sucedido otras veces. Segunda, coger un vuelo para Gatwich, Londres y desde allí otro a Barajas, con lo que llegaría un par de horas más tarde de lo previsto a Madrid. Lógicamente he optado por la segunda, he cogido las nuevas tarjetas de embarque, y he salido corriendo por un aeropuerto que no conocía ya que desde hace más de veinte que años no pasaba por él. Cintas mecánicas peatonales, escaleras mecánicas y por fin el tren. Luego control con una estúpida persona de seguridad, con nombre y aspecto hindú, que me quería incordiar (decía que en el pasaporte pone Ricardo Sánchez González y en la tarjeta de embarque R. Sanchezgonzalez) hasta que ha llegado un hispano y me ha echado una mano. Gracias. Más escaleras mecánicas, más pasillos mecánicos hasta llegar a la puerta de embarque, donde por fin he podido acceder al avión con el tiempo justo.

El vuelo iba lleno y me he dedicado a comer todo lo que me iban dando, bebiendo vino y durmiendo. Al llegar a Gatwich, el rollo de control de inmigración, ya que soy europeo y no soy ni estadounidense ni británico. He tenido que explicar al policía que estaba aquí por una casualidad y enseñarle todas las tarjetas de embarque. Al final me ha deseado suerte, y se ha reído. Cuando he llegado a la puerta de embarque, tras volver a pasar otro control de seguridad, me he dirigido al mostrador, ya que he visto mi nombre en un cartel. Malo no, peor. El vuelo estaba lleno y tenía que esperar tres horas para coger un vuelo a Barcelona, y desde allí otro a Madrid, llegando a Barajas con diez horas de retraso. He vuelto a llamar a casa y les he contado el nuevo cambio de planes.

Entonces, como me sobraba tiempo, he ido a la zona comercial, he entrado en Jamie Oliver Restaurant y he pedido un trozo de carne asada con puré de patatas, guisantes y un bol de crema de verduras. Como tenían vino, he pedido un vaso de cuarto de litro de vino tinto francés de garrafón, de la zona del Ródano (Côtes du Rhône). Cuando he terminado de comer, me he sentado en The Stanford London Bar, donde he pedido una copa de ron con cola. Como el ron era muy bueno (Zacapa 42) y escaso, y la botella de cola grande, me he tenido que pedir otro ron para terminarla. El camarero, que era portugués, me ha debido de ver con cara de pena y en la segunda medida ha puesto un extra. Entonces me he relajado, le he contado mi periplo, en español, y me lo he tomado con calma.

El vuelo hacia Barcelona ha salido puntual, y me lo he pasado casi todo el tiempo durmiendo. En El Prat, he vuelto a pasar otro control de seguridad (he perdido ya la cuenta), y he cogido el vuelo para Madrid, llegaré como a las ocho de la tarde. He hablado con mis chicas y estarán esperándome. Aprovecho el vuelo para terminar de escribir, mientras me tomo una Mahou, lo que empecé ayer al salir de Las Vegas, al principio de este largo retorno. Cuando llegue a casa voy a cenar la ensaladilla rusa que me está esperando desde este mediodía. Hay que seguir con la tradición: entrar a España y tomar ensaladilla.


Para terminar. La maleta llegó dos días más tarde que yo, destrozada y con cinta de embalar de la policía. En contra de lo que pensé en un primer momento, no faltaba nada. En ella estaban todos los paquetes con los regalos para mis chicas. La compañía aérea no tenía ninguna responsabilidad, y el seguro de viaje me ha dado 85 €. Al día siguiente comencé de nuevo a trabajar y ya estoy pensando en el próximo viaje.


                                                  FIN DE  RUtah 17.